Si algo quedó claro en los últimos días es que el gobierno está decidido a no tomar más medidas. Al menos durante este mes. El concepto de “blindar abril” que impuso el coordinador del GACH, Rafael Radi, —con la idea de provocar un cambio de toda la sociedad para bajar la movilidad y, de esa manera, los contagios— ahora es usado con diversas significaciones, incluso algunas en sentido contrario.
“La estrategia que el gobierno se ha fijado tiene como centro que la tendencia tendría que ir disminuyendo producto del altísimo nivel de vacunación que la población está teniendo. Si eso así no sucediese habrá que tomar otras medidas también. Blindemos abril y veamos en mayo cuál es la marcha de esta situación”, dijo esta semana el senador blanco Gustavo Penadés en canal 12 para justificar la postura del Poder Ejecutivo.
El problema es que las últimas medidas nuevas adoptadas fueron el 23 de marzo —y luego fueron prolongadas en el tiempo el 7 de abril— sin dar resultados positivos. Al contrario: los números de internaciones en CTI y muertes no ceden, mientras que los contagios muestran alguna señal de meseta, aunque en un nivel altísimo.
Eso hace que la presión sobre el gobierno aumente. A los reclamos de los médicos, los científicos y la oposición, en estas horas empieza a sumarse con cada vez más intensidad el de los integrantes de la coalición. Entre los dirigentes colorados —que hoy se reúnen con el presidente por el tema según informó Desayunos Informales — y cabildantes hay planteos, pero ya no solo entre los socios: aún por lo bajo son muchos también los blancos que empiezan a pensar que es necesario un cambio de estrategia. Las muertes de cada día duelen muchísimo y el gobierno puede aparecer como indiferente si no hace nada más en el corto plazo.
Además de lo sanitario hay otro elemento que suma presión sobre el gobierno: lo económico. Una cosa va enrabada con la otra, pero la presión de colorados y cabildantes sobre este asunto ya lleva varios meses. Previo al 1° de marzo se generó expectativa de que vendrían anuncios. El presidente Luis Lacalle Pou compareció ante el Parlamento, trazó algunas líneas y un mes y medio después son muy pocos los avances. Lo más significativo fue una ley de apoyo micro y pequeñas empresas que dejó con gusto a poco a Cabildo Abierto. Pero a la vez tanto en las conferencias del 23 de marzo como el 7 de abril Lacalle habló de otras medidas que aún el equipo económico no logra anunciar.
¿Cómo hace el presidente para soportar tantas presiones diferentes? Por el apoyo popular. La última encuesta de Equipos de marzo y los datos que a lo largo de la última semana fue desgranando Ignacio Zuasnabar dan la pauta de cómo aún el presidente, por su buena gestión de la pandemia del año pasado, tiene un crédito a favor de buena parte de la ciudadanía. No solo en el número global sobre su aprobación sino también en cuántos aprueban la forma en que el gobierno maneja la pandemia (67%).
Esta decisión de no tomar nuevas medidas y esperar que la vacunación dé resultado —algo que los científicos aseguran que no es una buena estrategia porque la vacunación con muchos contagios no es tan efectiva— el presidente la tomó solo con su equipo más reducido —Nicolás Martínez, Juan Seré, Roberto Lafluf—.
Por ahora tiene paño en la opinión pública, pero es cierto que algunos datos de la encuesta de Equipos le ponen una interrogante. El primero es que a medida que las personas sufren una muerte cercana, esa buena valoración de la gestión de la pandemia cae. La segunda interrogante está en la volatilidad de la opinión pública. Como dijo Zuasnabar en En Perspectiva, luego de muchísimos años de estabilidad, la gráfica con las preocupaciones de la ciudadanía se parecen a un electrocardiograma.
Encuesta de Equipos
Siguiendo los datos de Zuasnabar, esa situación de cambios tan profundos demuestra cierta tensión.
La opinión pública, su sostén principal, será entonces uno de los factores a evaluar para saber por cuánto tiempo Lacalle podrá tolerar la presión del aumento de casos y muertes sin tomar más medidas.
La otra variante es la política. La oposición hoy luce débil. Los científicos, en cambio, sí tienen otra legitimidad. Y si bien los socios de la coalición empiezan a levantar un poco el tono de sus pedidos, hasta ahora tampoco han jugado fuerte. Esa legitimidad de Lacalle ante la opinión pública los ha inhibido, por ejemplo, de ponerse más duros. ¿Qué podrían haber hecho? Cabildo Abierto, por ejemplo, a quien le pareció poco el proyecto de apoyo a las pymes, podría haber condicionado su apoyo a cambios. Por ahora no han jugado esa carta, pero es otra de las cuestiones que pueden forzar posturas diferentes del gobierno.
¿Y el diálogo?

Como hemos visto en semanas pasadas, a todo esto se suma claramente un problema político. O mejor dicho, un problema del sistema político, que no solo no logra dialogar, sino que por el contrario aumentó los niveles de confrontación. En momentos que se necesita unidad, todo es ruido y polarización. Un sistema político que no logra estar a la altura de las circunstancias.
Esta semana se empezó a abrir una vía para el diálogo en un evento patrocinado por el Instituto Pasteur y empujado por Marcos Carámbula, Ricardo Ehrlich, Gustavo Leal, entre otros. Allí se convocó a personalidades de diverso perfil —Enrique Iglesias, Alberto Volonté, Daniel Sturla, entre otros tantos religiosos, políticos, sindicalistas y periodistas— para promover un diálogo.
Tuve el honor de participar en ese “Diálogo por la vida. Un encuentro para tender puentes”, donde se escucharon posiciones muy diferentes. El diálogo social puede ser muy útil, pero es necesario que los políticos, tanto del gobierno como de la oposición, logren avanzar e integrarse genuinamente.
Y para eso es necesario lograr varias cosas. En primer lugar, entender que el diálogo debe ser eso, un diálogo y no una forma de presión o imaginarlo como una “asamblea”.
Tal como dijo Enrique Iglesias en ese evento, en una situación de guerra debe haber un comando unificado que toma las decisiones. Por tanto, el gobierno y el resto de los actores deben tener claro que seguirá siendo el presidente quien defina el rumbo. Escuchando, sí, pero con sus manos sobre el timón.
Por tanto, la oposición no puede pretender que por entrar al diálogo pueda forzar decisiones; ni el gobierno debe temer que el diálogo se transforme en una asamblea resolutiva.
Ese diálogo debe servir como forma de aportar a los tomadores de decisiones perspectivas, argumentos o visiones que hoy no toman en cuenta. Escuchar genuinamente.
Eso, como quedó demostrado en el evento del jueves, es posible.