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De diestras y siniestras

No hay error en decir que el modelo de la izquierda ha fracasado allí donde se ha practicado
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14 de febrero de 2024 a las 05:03

Los textos de historia consignan que en noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín. Título edulcorado de lo que realmente pasó: lo tiraron, fue derribado y destrozado; fue consecuencia y resultado del colapso del sistema socialista y comunista que dio pie a que Francis Fukuyama planteara luego su ensayo sobre el “Fin de la historia”.

Fukuyama, sin piedad criticado, algo de razón tenía. Él refería al sentido hegeliano de historia -la de las ideas- (quizás no percibió la incidencia de lo que vendría en el desafío civilizatorio de índole multicultural) y allí no parece haber surgido un modelo superador al definido en aquel momento. Si quisieran refutar mi opinión respecto a la cuota de razón que le podía corresponder a Fukuyama, sin demasiada resistencia puedo admitir que el autor norteamericano de origen japonés pudiera estar equivocado. Pero donde no hay error, donde no hay equivocación, donde no hay dos lecturas, es en el fracaso de los modelos socialistas y comunistas. No hay error en decir que el modelo de la izquierda ha fracasado allí donde se ha practicado.

La izquierda como paradigma englobante ha perecido.

En la sucesión de fracasos ha buscado reciclarse y ha cambiado la promesa de “igualdad” por la reivindicación de “colectivos” -en puridad, no colectivos de personas sino de situaciones; y ha vuelto a dejar por fuera de su ámbito a la persona como tal-. Entonces vemos hoy, que en la ecuación opresor - oprimido se ha sustituido al obrero por estos “colectivos”.

Recientemente el reconocido escritor y filósofo español Fernando Savater fue removido como columnista del diario El País de Madrid, por discrepar éste con el enfoque editorial que el diario estaba teniendo con el gobierno socialista de Pedro Sánchez.

Savater, que siempre fue un hombre de izquierda ha dejado de serlo. Su explicación es elocuente: La izquierda ha renunciado a sus clásicos proyectos universalistas, herederos más o menos fieles de la Ilustración, para sustituirlos por charlotadas identitarias que reivindican el victimismo de minorías cada vez más aberrantes. El único propósito común izquierdista es impedir que vuelva a gobernar la derecha, o sea un proyecto inequívocamente antidemocrático. Ya no son de izquierdas sino siniestros”.

Savater no es de los únicos desencantados con la izquierda. Años atrás, Joaquín Sabina también compartió su desazón: "el fracaso del comunismo ha sido feroz. La deriva de la izquierda latinoamericana me rompe el corazón, justamente por haber sido tan de izquierdas. Ahora ya no lo soy tanto porque tengo ojos, oídos y cabeza para ver lo que está pasando. Y es muy triste".

Vuelvo a Fukuyama, que en 2019 escribió “Identidad” y allí demostraba esa deriva a la que estaba sometida la izquierda y el abandono del “proyecto universalista” al decir de Savater. En palabras de Fukuyama: “en las últimas décadas del siglo XX, las disminuidas ambiciones de una reforma socioeconómica a gran escala convergieron con la adopción de políticas de identidad y el multiculturalismo por parte de la izquierda. La izquierda seguía definiéndose por su pasión por la igualdad, pero esa agenda cambió desde su anterior énfasis en las condiciones de la clase trabajadora a las demandas, a menudo psicológicas, de un círculo cada vez más amplio de grupos marginados”.

Planteaba además que la izquierda se había configurado de forma tal que comenzó a ver a la clase trabajadora y a sus sindicatos como a una “casta privilegiada” que mostraban escasa solidaridad con la difícil situación de grupos como los inmigrantes o las minorías raciales que padecían una situación peor que la suya. “Las luchas por el reconocimiento se dirigieron hacia los grupos más recientes y sus derechos colectivos, en lugar de a la desigualdad económica de los individuos. En el proceso, la vieja clase obrera se quedó por el camino” decía.

Y agregaba que en el siglo XX “la izquierda quería más igualdad y la derecha exigía mayor libertad. La política progresista se centraba en los trabajadores, sus sindicatos y los partidos socialdemócratas que buscaban más protección social y más redistribución económica. En cambio, la derecha estaba sobre todo interesada en reducir el tamaño del gobierno y promover el sector privado. En la segunda década del siglo XXI, ese espectro parece estar cediendo en muchas regiones a una definida por la identidad. La izquierda se ha concentrado menos en una amplia igualdad económica y más en promover los intereses de una amplia variedad de grupos percibidos como marginados: inmigrantes, mujeres, la comunidad LGBT, refugiados y otros. (…)”.

El politólogo y político español de izquierda Iñigo Errejón, en el prólogo a un libro sobre Gramsci, reafirma esa visión al sostener: las personas no deducen sus posiciones políticas de su posición en el sistema productivo, del lugar geográfico donde viven o de ninguna característica de su nacimiento. Toman posiciones en la vida política a través de identidades, que son relatos racionales y emocionales que generan solidaridad y cercanía con unos y diferencia o animadversión con otros.”

¿Está lejos la izquierda uruguaya de esas pulsiones de la izquierda internacional? Cuando vemos que las principales figuras del FA no pueden decir que Cuba es una Dictadura, que Maduro y Ortega son dictadores, vemos como el ADN marxista-comunista continúa dominando. Podrán los socialistas aclarar que no son lo mismo que los comunistas y los comunistas que no son los tupamaros y los seregnistas que no son ni lo uno ni lo otro. Pero más allá de esos genes identitarios, el presente y el futuro no auspician una modernización de la izquierda sino todo lo contrario.

Por ello entiendo que la próxima elección pondrá en disputa tres dicotomías clave para el Uruguay. Primero, la reivindicación de la Libertad y el respeto a la dignidad individual. Me podrán replicar que la izquierda también lo reivindica, pero no fue así en plena Pandemia donde plantearon la cuarentena obligatoria, o sea, no tienen tan afinado el valor de la libertad como expresión de la dignidad del ser humano. Tienen deberes para hacer allí. Cuando hubo que valorar la libertad, se valoró otra cosa.

Una segunda dicotomía es entre la Ley y lo Político. El respeto a la Ley como regla de convivencia que no puede estar subordinada a lo político, es un desafío que para la izquierda sigue vigente.

Y la tercera es la pulsión entre República y Corporativismo. Esto es nada más y nada menos: saber ¿quién manda? si el soberano y su interés general o si mandan los sindicatos y visiones de grupo. El FA se ha mostrado absolutamente dependiente de las visiones corporativas del PIT CNT (donde no hay izquierda reciclada ni nada por el estilo. Hay Marx en estado puro).

Por tanto, en las elecciones de octubre y noviembre se disputa la consolidación de los valores de libertad, legalidad y republicanismo.

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