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El pueblo soy yo

El concepto de “pueblo” ha sido otra de las apropiaciones culturales de la izquierda
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10 de abril de 2024 a las 05:00

“Pueblo”, “popular” y “populismo” son términos frecuentes en la literatura social, en particular en nuestro continente. Más allá de su carácter polisémico, muchos autores han dedicado su pluma para definir la noción de “pueblo”. Desde la perspectiva historicista y filosófica hasta cultural. Rousseau visualiza al pueblo como la fuente legítima del poder político y la soberanía popular. Marx y Engels analizan la categoría desde una perspectiva histórica y materialista, relacionándola con las luchas de clases; y Gramsci, dentro de su idea de hegemonía, incluye la formación de una voluntad colectiva en la sociedad, donde el pueblo desempeña un papel clave en la configuración cultural y política.

El concepto de “pueblo” ha sido otra de las apropiaciones culturales de la izquierda. No tiene este artículo una pretensión victimista sino lo contrario, sí reivindicativa y sí disputante.

Lo primero que corresponde es asumir responsabilidades. Si del concepto se han apropiado es porque quienes no somos de izquierda lo hemos permitido y hemos dejado de lado la puja por las palabras cuando en ellas está la puja de las ideas.

Pero antes de ir a la noción de pueblo quiero ir a su deformación: el populismo y uno de sus eficientes artífices intelectuales ha sido Ernesto Laclau. También su esposa y compañera intelectual Chantal Mouffe.

Según Laclau y Mouffe, el concepto de "pueblo" no es algo predefinido, sino que surge de la frustración de demandas sociales individuales. Esta noción de "pueblo" se utiliza como un “constructo” como llaman los sociólogos a sus elaboraciones conceptuales, que sea supra-popular, colectivo y, por supuesto, que sea validante para la existencia de un líder populista

Este proceso permite la transición de demandas individuales a demandas “populares” que se equiparan entre sí. Y ahí aparece el líder populista -no popular, populista-. Con el populismo se reconfigura el contrato social. Ya no es un contrato entre iguales. Con el populismo hay una especie de novación. Un contrato entre el líder populista y el resto. Para uno, derechos y privilegios, para los otros, obediencia. Se rompe allí el pacto entre iguales. Y uno tiene la autoridad. Ese líder que posee la autoridad y no el pueblo.

El populismo en definitiva pretende erigirse a sí mismo como el único representante legítimo de todo ese “pueblo construido” en base a antagonismos y de ese modo aniquila las diferencias y la diversidad que naturalmente existe entre las personas y grupos que conviven en una nación. El populismo no ve al pueblo como lo que realmente es: un entramado vital y natural de personas, grupos y relaciones humanas diversas. Hay “oligarquía o pueblo”, “privilegiados o pueblo”, la más moderna “casta o pueblo”, etc.

Con el populismo se deforma la noción de pueblo, ya de por sí secuestrada por la izquierda.

Y llego aquí a una noción de pueblo que considero reúne las características más completas y es la que brinda Jaques Maritain

“(…) Considerando únicamente la significación política de la palabra, baste decir que pueblo es la multitud de personas que, unidas bajo leyes justas, por la mutua amistad, y para el bien común de sus humanas existencias, constituyen una sociedad política o un cuerpo político. La noción de cuerpo político entraña los miembros orgánicamente unidos que componen el cuerpo político (…) El pueblo está por encima del Estado, no es para el Estado, sino que el Estado es para el pueblo”. (El hombre y el Estado, 1974).

Esta discusión sobre qué y quién es el pueblo no es nueva ni original. Los propios americanos tienen sus propios dramas, ya que su Constitución arranca con tres palabras: “nosotros, el pueblo”. Para unos, esa frase entraña una noción colectiva y, para otros, seres individuales. Una y otra interpretación supone consecuencias diversas sobre el poder del Estado y el alcance de los derechos de los individuos. Si primara lo colectivo se podría avasallar en nombre de la mayoría y lo individual quedaría relegado. Tiene por tanto que ver con la libertad del individuo y su razón de ser. Por eso me gusta la concepción de Maritain, porque en definitiva reconoce que hay multitud sí, pero unión, por tanto, hay individuos que se unen, que son libres para hacerlo.

Es evidente que en una sociedad hay clases sociales, que hay ciudadanos que tienen más privilegios que otros, que hay intereses diversos en una comunidad, que algunos de esos intereses tienen un poder de defensa y “ataque” diferente. Nadie pretende negarlo. Pero en un país como el nuestro, conformado culturalmente con sensibilidad de clase media, ideológicamente centrista, con formaciones políticas policlasistas y con arraigo popular, es inadmisible que alguien se arrogue la condición de pueblo y excluya de la misma a los demás.

Claramente el relato y la retórica del Frente Amplio y del PIT CNT han buscado consolidar esa visión excluyente, cuando la realidad marca que hay desde cúpulas frentistas “de calefacción central” como decía Jorge Larrañaga o verdaderas aristocracias sindicales que manejan el poder sindical con criterios casi monárquicos; por eso es que hay derecho y obligación de quienes formamos el cuerpo nacional a definirnos con autonomía y no a ser etiquetados por estos apropiantes ideológicos.

Como integrante de una colectividad nacional y popular, y defendiendo por eso mismo el derecho de todos; y considero claro que cada uruguayo puede decir, tiene el derecho y la legitimidad para hacerlo, para gritar a los cuatro vientos y a quien quiera y sobre todo a quien no quiera escuchar: el pueblo soy yo.

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