Opinión > Luis Calabria

La cuestión social en disputa

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28 de febrero de 2024 a las 05:00

Hace unas semanas, en oportunidad de inaugurarse el Centro de Referencia de Políticas Sociales en Casavalle, se produjo cierta polémica, principalmente por parte de las cúpulas de la oposición frenteamplista, por la decoración del lugar, el que contaba con la presencia de globos blancos y celestes, lo que fue visto como un intento de politización de la obra.

Más allá de la conveniencia o no de la colocación de los globos, si a los asistentes se les hubiera entregado una escarapela nacional quizás hubiera generado en esas mismas sensibilidades, el mismo estrépito. Porque en realidad, no eran los globos los que molestaban. Lo que está en el fondo es “la cuestión social”; lo que le molesta - y perjudica- a la izquierda, es que se desmonte el relato cultural de que solo ella se ocupa de la obra social. El fondo es la disputa política de “lo social”.

El concepto de “cuestión social” viene de la Europa del siglo XIX pero en realidad, lo trascendente, la preocupación por lo social y por las construcciones de relaciones justas, viene desde el fondo de la historia, desde que el hombre vive con sus semejantes y unos podían sobrevivir y a otros les costaba más.

Ya Aristóteles en "Ética a Nicómaco" proponía el concepto de “bien común” como aquello que es deseable para todos los miembros de la sociedad y que contribuía al florecimiento de las personas. Siguiendo esa línea aristotélica Tomás de Aquino sentenciaba que el bien común era el fundamento de la justicia. Y quien mejor sintetizó el abordaje de lo social bajo la égida del bien común fue el francés Jaques Maritain.

La izquierda, tradicionalmente se apropió -y le dio una connotación excluyente- de los criterios de solidaridad, igualdad y en definitiva de lo social, en contraposición al resto de las referencias políticas de centro y de derecha.

En el relato de la izquierda, quienes no lo son resultan indiferentes a la suerte de sus prójimos, son egoístas despreocupados, a los que no les interesa la movilidad social. Esa concepción proviene desde la propia génesis de la izquierda en Europa y como tienen lógica internacionalista los partidos de izquierda latinoamericana lo replicaron aquí.

Claramente la situación en Uruguay ha sido distinta a la de otros países del continente y la red de protección social es muy anterior a la propia existencia del Frente Amplio e incluso fue independiente a los partidos de izquierda. Por ejemplo, En 1905 Carlos Roxlo, acompañado por Herrera, Ponce de León y Borro presentó una serie de proyectos que luego serían la base del derecho del trabajo en Uruguay.

En 2005, con el inicio de los gobiernos del Frente Amplio, y tras la crisis de la que el país logró salir y donde no podemos olvidar el aporte de Alejandro Atchugarry y del presidente Batlle, la izquierda reforzó el relato dándole una impronta refundacional.

Más allá de las medidas concretas que se tomaron en ese tiempo,     -que pueden ser cuestionadas por ineficaces e ineficientes-, me interesa destacar la acentuación de las narrativas en torno a lo social, que procuraron insistir en su indebida apropiación.

En ese tiempo se generaron políticas orientadas a la estatización de la pobreza y al mero asistencialismo, alejando los criterios de esfuerzo, superación y cultura del trabajo (recordemos que se hostigaba públicamente, desde la más alta magistratura a los profesionales y a los universitarios y sus “cartoncitos”). No se alentaron políticas destinadas a la emancipación y la autonomía de los beneficiarios de políticas sociales sino todo lo contrario.

En ese tiempo se cultivó la “cultura del pobrismo” como imaginario que sustituía los mecanismos del mérito y la acumulación de esfuerzo. Incluso se generó una estética de la pobreza como una suerte de rebelión silenciosa contra los estándares y códigos “conservadores”.

Pero ese relato, chocó con la realidad: primero cuando le tocó gobernar y no dio respuestas sustentables en lo social, y choca ahora frente a la gestión del actual gobierno.

El actual ha sido un gobierno que se ha ocupado de la obra social, reformulando el enfoque para que los individuos sean portadores de herramientas para su desarrollo.

Mientras tanto el Frente Amplio, como el Quijote, lucha con imaginarios molinos de viento neoliberales. Dando golpes al vacío, oponiéndose a recortes en la inversión social que no existen o “malhumorándose” cuando se inauguran obras como en el Cerro o Casavalle, o se inauguran viviendas por todo el territorio nacional.

La cuestión social está en disputa, no porque nadie le quiera arrebatar a la izquierda, sino porque en realidad nunca le perteneció en exclusividad como su relato intentó imponer. Hoy ese relato queda al desnudo.

El maniqueísmo de la oligarquía o pueblo que auguraba y prometía nada más y nada menos que la candidata a la vicepresidencia del Frente Amplio en 2019, sentimiento que está en las raíces de la izquierda marxista, ha quedado sin fundamento por la fuerza de los hechos concretos de este gobierno.

En definitiva, los cuestionamientos a la izquierda son dos: que no ha sido eficiente en la formulación de políticas sociales. Eso obviamente ingresa en el terreno de lo discutible y opinable. Y lo segundo, es que pretenden utilizar “lo social” como caudal electoral. Por eso, cada obra social de este gobierno sofoca al punto de asfixia al relato del Frente Amplio que pretendía erigirse como único protector de los uruguayos necesitados.

¿Alguien puede pensar que la sensibilidad social, la solidaridad, la búsqueda de igualdad sea patrimonio exclusivo de un solo partido?

¿Sensibilidades que tienen raíz en el humanismo solo fluirían por las venas y las arterias de quienes tienen una cosmovisión de izquierda?

Uruguay es y ha sido modelo en amparo social y lo ha sido por el aporte de todos los partidos; en Uruguay no hay dueños de la “cuestión social”.

 

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