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De drogas, viajes psicodélicos y Gelatina: las crónicas ceremoniales del argentino Marcos Aramburu

El periodista pasó por Montevideo para presentar Las Ceremonias, un libro que reúne crónicas de personas que usan drogas
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16 de noviembre de 2023 a las 05:03

Transmitir a otra persona una experiencia psicodélica es difícil y puede no llegar a tener demasiado sentido. Para empezar, porque no existe, realmente, la posibilidad de hacerlo de forma fehaciente: la cantidad información que procesa el cerebro ante los efectos de determinadas sustancias —el LSD, la psilocibina, por ejemplo—, y la forma en que todo se transforma radicalmente bajo esa lente, es tanta que abruma. A lo sumo se pueden recordar y poner en palabras algunas sensaciones. Por otro lado, contar los efectos de las drogas, relatar “el viaje”, sea un subidón de cocaína o la expansión interna de los hongos, es como contar un sueño: solo le importa a quien lo vivió. ¿Para los demás? Suele ser un bla bla bla con hojarasca excesiva. 

A esto el argentino Marcos Aramburu lo tenía muy claro desde el principio, y por eso cuando se zambulló en el proyecto que terminó siendo el libro Las ceremonias. Crónicas de personas que usan drogas (editado por El gato y la caja) tomó la decisión de que el centro estaría ahí, en lo que su subtítulo especifica: las personas. Las historias de vida. Lo que hizo que distintos protagonistas buscaran respuestas en la marihuana, la cocaína, el paco, los hongos, el ácido o la ayahuasca.

Aramburu, que tiene 29 años, es periodista y además una de las figuras de la camada streamer del país vecino —es uno de los integrantes de Tres estrellas, el exitosísimo formato del canal Gelatina que lidera Pedro Rosemblat—, pasó por Montevideo la semana pasada para presentar esta primera publicación en el marco de La noche de las librerías, en donde leyó pasajes de una obra que va desde historias más ajenas hasta su propia relación con las drogas.

Entre conceptos que van desde el set y el setting a la disolución del ego, Aramburu enmarca Las ceremonias en una discusión global sobre el uso y el consumo de estas sustancias que se aleja de la demonización impulsada hace ya varias décadas por la “guerra contra las drogas”, que prefiere la regulación y la reducción de daños antes que el prohibicionismo, y que tiene otros nombres e instituciones del mundo abogando por la postura.

“Queríamos usar la palabra usuario para referir a los usuarios, y no a consumidores. La palabra usuario humaniza un poco más a la persona que está interactuando con esa sustancia, porque el consumidor, además de que tiene una connotación más negativa, también tiene una más compulsiva, de que consume porque hay. El usuario elige, toma la decisión de usar”, asegura Aramburu en entrevista con El Observador.

“Este es un libro sobre personas, y si bien a veces hay situaciones dañinas o problemáticas en su uso de las drogas, no deja de haber decisiones. Incluso con el consumo de paco, por ejemplo, que está contado en la primera crónica, y que obviamente es una droga que genera una dependencia química muy fuerte, hay una decisión de ir a buscar algo. Me parecía que hablar del paco, por seguir con el ejemplo, que es una droga que siempre está contada como que quienes la consumen están totalmente subordinados, o que son esclavos, bueno, esas personas llegan a él buscando algo. No quiere decir que sea bueno ni deseable, pero quería preguntar "che, ¿qué ibas a buscar ahí? ¿Por qué?". El paco lleva a sus consumidores al presente a niveles que olvidan todo del pasado, y no pueden pensar en el futuro, y eso explícita que el problema quizás no es el paco mismo, sino que se necesite una abstracción a ese nivel”, dice.

En Las ceremonia las historias que se cuentan son cuatro: la primera entrecruza las vidas de tres mujeres trans que, en la década de 1990 y los 2000 pasan de la cocaína al paco; la segunda ahonda también en la cocaína a partir de las experiencias de un hombre que, de paso, sirve como correlato para la explosión que tuvo esa droga en la era del Menemismo; la tercera se enfoca en la relación del artista Alejandro Pasquale con los hongos y otros psicodélicos, y finalmente la última crónica está escrita en primera persona: Aramburu relata su propia relación con las sustancias y revive una ceremonia de ayahuasca que, para él, fue clave a la hora de cerrar heridas del pasado y procesar traumas.

“Son personas que están muy acostumbradas a que cualquier discusión sobre drogas y sus consumos esté atravesado por un juicio moral, y cuando de repente se encuentran con que no los estás juzgando, hay algo que se afloja y una comodidad distinta”, cuenta, en relación a la forma como, de a poco, cada historia de va desenvolviendo y sus protagonistas de “descomprimen” a medida que transcurren los textos.

Por otro lado, y a pesar de que la idea de que los efectos de las sustancias fueran el centro del relato nunca estuvo sobre la mesa, su relación con las decisiones de sus perfilados seguía allí, y también el peso de esas experiencias en la historia completa. Él, dice, lo ve así:

“Lo comparo con intentar agarrar toda el agua que cae de una ducha, porque no vas a poder. Solamente podés poner las manos así y juntar un poco, el resto te va a mojar y se va a escapar. A veces las experiencias psicodélicas son así. Es mucha información y te agarrás de tres cosas para tratar de traerlo a un lenguaje que traduzca ese estado de conciencia, porque contar todo es imposible. Y fue un desafío lograr que lo escrito no sea un delirio, que quien esté leyendo no pase las hojas y diga 'qué carajo es esto, dónde mierda estoy'. Hay una idea de subordinarlo a una lógica más literaria que de realidad, porque además la idea es que sea un libro que también pueda calar en personas que no hayan usado ninguna droga jamás. Uno puede ser más preciso contando qué iba a buscar esa persona en esa sustancia, o qué se lleva de un viaje psicodélico, que hablando de que vio una jarra que tenía cara de chihuahua.”

De hecho, el motor de Las ceremonias va más allá de las drogas y tiene que ver con eso. Y queda de manifiesto en la siguiente escena, que pertenece a la tercera crónica: 

«Alejandro empieza a contar una anécdota de Ram Dass durante una conferencia en Los Ángeles. Allí, mientras el psicólogo hablaba sobre psicodélicos y la conexión con el universo, una señora, la más vieja de la audiencia, afirmaba con la cabeza. Cuando terminó, Ram Dass se acercó a ella y le preguntó si tomaba enteógenos con regularidad, y la mujer contestó que no, pero que entendía perfecto de lo que estaba hablando porque esa  sensación de unidad la invadía cada vez que se ponía a tejer-. Entonces, lo importante no son las drogas, sino ver más allá de tu culo.»

La condena social y la gelatina

Aramburu ve lejana la posibilidad de que, al menos en Argentina, el peso del prohibicionismo y el punitivismo sobre el consumo de determinadas drogas se alivie. Está de acuerdo en que el discurso global apunta hacia allí, pero todavía permanece relegado a círculos del progresismo y la academia.

“En el discurso público, al menos en Argentina, la mayoría son totalmente punitivistas, prohibicionistas y abstencionistas. En Uruguay es distinto, al menos con la marihuana, pero en Argentina el año pasado hubo un municipio que repartió folletos de reducción de daños para el consumo de cocaína, un tanto torpes cierto, pero hubo un escándalo como si se le estuviera enseñando a la gente a drogarse. Y Patricia Bullrich, que quedó afuera del balotaje pero la votaron millones de personas, propuso militarizar el conflicto en Rosario, entrar con el ejército. O sea que esa postura muy antigua y arcaica, de la que está demostrado su fracaso, sigue arraigada. En el mundo la tendencia es de apertura, de regulación, ni que hablar en cuanto a los psicodélicos, pero incluso con drogas mucho más complicadas como el fentanilo. En cada vez menos lugares meten en cana a un consumidor de esas drogas.”

La costumbre de tomar la temperatura social respecto a ese tipo de problemáticas no es ajena a Aramburu, que ha trabajado en otros proyectos, escrito para publicaciones como Vice y que hoy se encuentra transitando dos caras diferentes del oficio: se aferra a la tradición al lado de Elizabeth “La Negra” Vernaci en la radio Nacional Rock, y se afianza como figura del streaming en Tres estrellas, programa del canal Gelatina. Desde allí, y a impulsos de la taquillera Fábrica de jingles de los jueves, el programa —de manifiesta inclinación peronista— se convirtió en un fenómeno de masas en el agitado año electoral argentino

“En los medios más alternativos soy el que fue educado en los medios tradicionales, y en los tradicionales soy el que llega desde los alternativos. Pero eso me pasó toda la vida en todos los ambientes. Con los punks era el cheto, con los chetos era el punk. Toda la vida fui el menos loco de los locos, el más loco de los no locos, pero porque me gusta que sea así. Con el tiempo me dejó de importar una carrera de ambición en los medios. Me importa pasarla bien haciendo las cosas que hago, y que me vaya cada vez mejor obvio, pero no es que quiero estar a las 10 de la noche en Telefé porque sí. Cuando empecé, si me decían que (Alfredo) Leuco necesitaba un productor, iba a ir, porque quería hacer cualquier cosa. Y hoy ya no quiero. Y tiene que ver con la posibilidad de elegir pero también con entender que no me gustan ya los medios por los medios, sino lo que hago por lo que hago”, dice.

“Lo de Tres Estrellas fue una búsqueda también. Hubo meses que no disfruté nada, porque estaba todo muy rígido y yo no me dedico al contenido o a las cosas sobre política, nunca lo hice y no quiere decir que no me posicione ni tenga una postura, pero no es mi pasión. Entonces todo el tiempo decía que para mí, si queríamos hablar de política, había que hacerlo desde la creatividad. Nosotros teníamos una capacidad creativa que otros medios no tenían. (Eduardo) Feinmann, Jony Viale y (Pablo) Dugan son periodistas que hacen eso porque es lo que saben hacer, y son fuertes porque es esa su expertise. Nosotros no hablamos con jueces, no tenemos el teléfono de las fuentes, pero tenemos una creatividad que ellos no tienen. Nuestro valor agregado en este juego era otro. Y fue tremendamente efectivo una vez que sucedió.”

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