AFP

De la globalización a la fragmentación

La crisis alimentaria y la inseguridad climática llevan a un nuevo proteccionismo

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22 de mayo de 2022 a las 05:00

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Con la caída de la Unión Soviética y sus estados satélites en la última década del siglo pasado parecía que la globalización se instalaba. Francis Fukuyama escribió el muy influyente libro El fin de la historia, Yeltsin brindaba con los presidentes occidentales y una sensación de “we are the world” se instalaba.

La democracia y la economía de libre mercado habían demostrado ser más eficaces y generar más bienestar que los sistemas estatistas dependientes de un líder único. 

En aquel entonces la Organización Mundial del Comercio tenía una enorme relevancia. Se trataba de ir bajando aranceles, armonizando normativas y en el caso de Europa que la propia integración política y económica fuera diluyendo las fronteras. Lo propio planteaban en América del Norte los países del Nafta. Pero ese proyecto tenía sus contradicciones y alimentó oposiciones varias aunque el paso del tiempo lo ha consolidado. 

A poco de caer el muro de Berlín se empezó a construir el muro de Israel para separar físicamente a las poblaciones de la Cisjordania, alejando toda posibilidad de integración. Pero también es cierto que la separación física logró bajar la cantidad de atentados en territorio israelí. El fundamentalismo y la respuesta que consolidaban la fragmentación.
La extrema derecha global percibió en la globalización una conspiración, tramada por Soros o por Gates o por las Naciones Unidas o por quien sabe quién. 

Algo muy útil al lobby de las energías fósiles dispuesta con sus miles de millones de dólares disponibles para hacer propagandas varias. El cambio climático es un claro ejemplo de un problema absolutamente global. Mejor convertirlo en una conspiración. De esa manera el lobby petrolero y sus candidatos podían argumentar el cambio climático no existe o que es culpa de las vacas o que “el clima siempre cambió”. Este lobby encontró en Trump a su encarnación más directa. Desconfiados de todo, se oponen explícitamente a lo que llaman “globalismo” y allí entra desde el negar lo que indican millones de termómetros a negar una pandemia o lo que la ciencia elabore para enfrentarla. Encontraron aliados en los veteranos marxistas leninistas para los cuales la utopía de un mundo integrado, democrático y en paz, donde el libre comercio resuelve problemas es una pesadilla. Y ambas fuerzas han confluido en apoyar a Putin que resume lo peor de las dos ideologías extremas.

Algo muy útil también al presidente perpetuos de Rusia que tiene como principal rubro de exportación el petróleo y el gas. 

Los eternos problemas de Medio Oriente sin resolución a la vista y el creciente El mundo, la geopolítica, fue pasando de la globalización a una fragmentación que nos ha devuelto a la guerra fría, pero que ahora es caliente. Como en la segunda mitad del siglo XX Rusia enfrentada a Occidente y añorando doblegarlo. Pero ahora con armas nucleares tanto más mortalmente eficaces que en los años 60.  La globalización ha dejado paso a una fragmentación que tendrá graves consecuencias económicas, particularmente en las materias primas.

En el mercado de alimentos el comercio era un componente clave de la lucha contra el hambre. El trigo, el arroz, el maíz y los aceites fluían desde los países exportadores a los importadores y el hambre en el mundo bajaba, lento tal vez para la importancia de un tema tan moral como es que ningún niño pase hambre. 

La fragmentación está llegando ahora al comercio de alimentos y amenaza con desatar una hambruna generalizada por un nuevo fenómeno. Hasta ahora estábamos acostumbrados al proteccionismo de las importaciones. Países que ponen aranceles a los alimentos para generar un precio más estimulante a sus propios productores. La crisis alimentaria y la inseguridad climática llevan a un nuevo proteccionismo, el de los exportadores que deciden limitar las ventas al exterior para asegurar el abastecimiento de su propia población.
 

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