Debemos cuidarnos de los fetichistas de la naturaleza

Los fetichistas de la naturaleza se han convertido en asesinos involuntarios: han impulsado el movimiento antivacunas; su oposición a los alimentos modificados genéticamente o transgénicos, ha agravado el hambre; y sus victorias contra la energía nuclear están contribuyendo a “freír” el planeta

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13 de septiembre de 2021 a las 12:00

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Por Simon Kuper.

Los fetichistas están dispuestos a dejar que el planeta o las personas hambrientas en lejanas ubicaciones sufran por sus creencias.

Si se le pidiera a la gente que nombrara las ideologías más peligrosas de nuestro tiempo, las respuestas más comunes serían el autoritarismo, el racismo y el extremismo islamista.

Yo propondría otro contendiente: el fetichismo de la naturaleza, el cual es la creencia de que las cosas “naturales” son buenas y las “innaturales” malas.

Hace un par de décadas, el fetichismo de la naturaleza podía parecer una inofensiva moda, solo una cursi estrategia de mercadotecnia aplicada a los sobrevalorados bienes de consumo “orgánicos”. Pero los fetichistas de la naturaleza se han convertido en asesinos involuntarios. Ellos han impulsado el mortífero movimiento antivacunas; su oposición a los alimentos modificados genéticamente (MG), o transgénicos, ha agravado el hambre; y sus victorias contra la energía nuclear están contribuyendo a “freír” el planeta.

Cada era de rápido avance tecnológico produce un movimiento que aboga por un regreso a la naturaleza. Sus partidarios suelen ser habitantes de las ciudades cuyo contacto con la naturaleza real es distante. Los románticos del siglo XIX en parte estaban reaccionando en contra de la Revolución Industrial. El fetichismo moderno por la naturaleza se remonta a las protestas de la década de 1970 en oposición a las plantas nucleares, las cuales dieron origen al movimiento verde pionero en Alemania.

Durante décadas, si vivías en un país rico, el fetichismo de la naturaleza era una inversión de bajo riesgo en la construcción de la identidad personal: sin perjudicarte, podías oponerte a la energía nuclear sabiendo que seguirías teniendo duchas calientes; podías rechazar las vacunas contra el sarampión sabiendo que otros niños estaban lo suficientemente vacunados como para mantener a tu propio hijo a salvo; y podías rechazar los alimentos transgénicos sabiendo que tú no te morirías de hambre.

Los fetichistas de la naturaleza creen que la modernidad mata. Valoran la “pureza” y desprecian a las corporaciones. Los que se oponen pueden ser tachados de promotores de las industrias nuclear, farmacéutica o de los transgénicos. Sin embargo, la mayoría de los fetichistas son más astutos de lo que parecen. Pocos se pondrán en peligro o tan siquiera se incomodarán a sí mismos por sus creencias.

Por ejemplo, la moda de tratar el cáncer con hierbas en lugar de con medicamentos y con quimioterapia parece haberse desvanecido. Los fetichistas de la naturaleza son hábiles cuando se trata de elegir qué partes de la modernidad rechazar. “Nadie parece tener problemas con la antinaturalidad de los sistemas de cañerías interiores”, ha señalado el escritor Joel Silberman.

Pero los fetichistas están dispuestos a dejar que el planeta o las personas hambrientas en lejanas ubicaciones sufran por sus creencias. Tomemos como ejemplo su oposición a la energía nuclear, galvanizada por tres accidentes: el de Three Mile Island, Pensilvania, en 1979; el de Chernóbil en 1986; y el de Fukushima en 2011. No importa que la primera catástrofe no haya matado a nadie, y que incluso el número de muertos de Chernóbil —probablemente entre los miles, dependiendo de a cuál estimación le creas— palidece al lado de los ocho millones que fallecen prematuramente por la contaminación provocada por combustibles fósiles cada año.

Tampoco importa que las plantas nucleares de hoy día sean bastante más seguras que los modelos soviéticos. Fukushima proporcionó un experimento natural de lo que ocurre cuando se derrite el núcleo en una instalación nuclear moderna: un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) descubrió que no había “efectos adversos a la salud entre los residentes de Fukushima atribuidos directamente a la exposición a la radiación”.

Necesitamos la energía nuclear para luchar contra el cambio climático. La energía nuclear seguirá siendo, durante mucho tiempo, nuestra mejor forma de proporcionar energía confiable y con bajas emisiones de carbono a gran escala. Incluso para el año 2050, cuando EEUU tiene la intención de llegar a las cero emisiones netas de carbono, las energías renovables representarán solo el 42 por ciento de la generación de electricidad del país, ha proyectado la Administración de Información Energética (EIA, por sus siglas en inglés).

Sin embargo, los fetichistas de la naturaleza han contribuido a que EEUU, Alemania y Japón se opongan a la energía nuclear. Los países desarrollados van en camino de perder dos tercios de su capacidad nuclear para 2040, según predicciones de la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés). Curiosamente, el fetichismo de la naturaleza se ha vuelto antiverde.

La guerra de los fetichistas de la naturaleza en contra de los alimentos transgénicos es igualmente perjudicial. Por supuesto, la industria de los transgénicos necesita una estricta regulación. Pero los transgénicos podrían ayudar a alimentar a la décima parte de la humanidad que está desnutrida. También tienen el potencial de diseñar nuevos cultivos que requieran menos fertilizantes, herbicidas y pesticidas. Los estudios académicos consistentemente han descubierto que los alimentos transgénicos son seguros para el consumo. En cualquier caso, como lo han señalado los científicos, casi todos los alimentos están modificados genéticamente.

“No hay sandías silvestres sin semillas”, señaló el astrofísico estadounidense Neil deGrasse Tyson. “No hay vacas salvajes. Nosotros hemos modificado sistemáticamente todos los alimentos, los vegetales y los animales que comemos desde que los cultivamos. Se llama selección artificial. Así que, todos tienen que relajarse un poco”.

No obstante, el miedo a los “Frankenfoods” —productos alimenticios que han sido modificados genéticamente— está tan extendido que la legislación europea dificulta enormemente la siembra de cultivos transgénicos. De nuevo vemos la suposición de que las cosas “innaturales” son más peligrosas que las naturales. (Ten en cuenta que los medicamentos contra el cáncer son innaturales, mientras que el tabaco y el cianuro son naturales).

Los mismos grupos fetichistas de la naturaleza que atacan los alimentos transgénicos también suelen atacar las vacunas. De hecho, algunos afirman que las vacunas contra covid-19 convierten a las personas en organismos genéticamente modificados sin derechos humanos. Hay que reconocer que la corriente más bulliciosa entre los individuos antivacunas del mundo está formada por los trumpistas en EEUU, muchos de los cuales están dispuestos a morir por su ridícula causa. Aun así, los fetichistas de la naturaleza son sus “compañeros de viaje” en un movimiento que puede ser tan mortífero como el terrorismo yihadista.

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