La misma semana que Juan Jacinto Rodríguez llegó desde Melo para probarse en Nacional con 17 años, Luis Cubilla lo hizo debutar en Primera división. Tuvo que jugar con zapatos prestados. Después fue a Cerro y su pasado tricolor lo puso en aprietos frente al técnico Néstor “Tito” Goncálvez. Nueve años después regresó a Nacional y sin haber pateado nunca un penal, le pidió a Sergio Markarian para rematar uno decisivo en un clásico contra Peñarol. Ya de técnico se sumó al proceso de selecciones juveniles que lideró Víctor Púa y con Jorge Fossati se fue a Arabia Saudita. Hacía 15 días que estaba en aquel país, el campeonato ni siquiera había empezado, cuando recibió el mensaje del accidente de su hijo Diego “Oreja” Rodríguez.
Juan Jacinto nació en Melo hace 63 años. Jugó al baby fútbol en Ferrocarril y en el club Remeros. A los 14 debutó en la Primera B en Racing, siempre de lateral izquierdo, y en 1976 lo contrató el Naranjo FC. Salió campeón con ese equipo, con la selección sub 19 de Cerro Largo y lo convocaron a la mayor. Terminó y viajó a Montevideo a probarse en Nacional: “Un señor de apellido Patrón, que no era Mario, dirigía a Melo Wanderers y si bien éramos rivales, me dijo que cuando terminara el año me podía conseguir una prueba”.
Llegó un lunes y jugó en la Tercera división, que era dirigida por Pedro Cubilla. Lo vio Luis Cubilla que conducía el primer equipo tricolor junto a Aníbal “Maño” Ruiz y lo invitó a entrenar en Primera al día siguiente en Los Céspedes. Anduvo tan bien, además había llegado con rodaje de jugar todo el año en Melo, que Cubilla le pidió que fichara porque iba a debutar el fin de semana en lugar de Miguel Piazza, que aún no había firmado el contrato.
“El viernes de esa semana tuve que llamar a mi papá por teléfono a una panadería donde yo trabajaba en Melo para que lo fueran a buscar porque en mi casa no había teléfono y al rato volví a llamar. Él tenía que ir al club Naranjo y decirle al presidente que viajara a Montevideo porque yo tenía chance de jugar en Primera división y estaba como loco”, recordó.
El pase de Juan Jacinto Rodríguez, del Naranjo a Nacional, costó la friolera de 20 pelotas y ropa de fútbol, más un partido amistoso a jugarse en Melo a mitad de año. “Se dio todo muy rápido y debuté contra Danubio en Primera en el Estadio Centenario. Inolvidable para mí. Ni zapatos tenía, Raúl Moller me prestó unos de marca Olímpico, porque los que yo tenía eran los que había jugado todo el año en Melo y ya no daban más”.
Jugó las primeras tres fechas del campeonato frente a Danubio, Rentistas y Sud América: “Me fue bien, me acuerdo que con Danubio me fue mejor porque debutaba yo en Nacional y de puntero derecho lo hacía Gary Castillo, éramos los dos debutantes y me revolví bien. En Rentistas el puntero era Aníbal Pastorino y en Sud América, Antonio Alzamendi, era un luz”. Era el año 1977.
Después que Piazza regularizó su contrato, Rodríguez volvió a Tercera. Debido a que en aquel año se jugaban las Eliminatorias para el Mundial de Argentina 1978, tuvo la posibilidad de jugar algún partido más en Primera ya que De Los Santos, Villazán, Taborda y Möller iban a la selección.
Rodríguez vivía en el Parque Central y de aquella época recuerda haberse cruzado con Ruben Paz, antes de que se lo llevara Peñarol. “Me crucé con él un par de veces. También vivió Hugo De León en el Parque. Y Hugo Paz, lateral derecho, hermano de Ruben, que también vivió con nosotros ahí”.
En Tercera fueron campeones junto a Julio Ribas, Daniel Enríquez, Amaro Nadal, entre otros. En 1978 arrancó jugando en Primera y en julio fue a préstamo por seis meses a Rentistas, pedido por el técnico Gualberto Díaz. Pero no jugó mucho porque lo mejor de los rojos en esa época eran los laterales: Luis Cánepa y Miguel González.
Volvió a Nacional pero en 1979 se fue a Cerro: “Estuve practicando en Liverpool que dirigía Roberto Fleitas, pero arregló Juan Martín Mugica y vi que no iba a tener posibilidades. Entonces me fui a Cerro”. El técnico de los albicelestes era el histórico jugador de Peñarol y de la selección uruguaya, Néstor Goncálvez. “De arranque la relación fue mala porque Tito, amarillo y negro a muerte, me preguntó de entrada, directo como era él: ‘¿Usted de dónde viene?’ Yo no le podía mentir. Entonces me costó un poco al comienzo, pero después me vio jugar y terminó siendo casi un padre para mi. Un fenómeno de persona. Empecé mi carrera en Cerro, donde estuve casi nueve años en esa primera parte”.
Cerro le cambió la vida. “Era un barrio, parecido a mi pueblo, con gente que cruzaba a todo momento. Fue importante ir a Cerro y en los nueve años que estuve, habré faltado a tres partidos. Un señor que lleva estadísticas del club me dijo que tengo cerca de 400 en Cerro, que soy el que más clásicos jugué contra Rampla y el que más gané”, expresó.
Lo que sí tiene clarito Rodríguez es un gol que le marcó al rojiverde: “Me tocó hacer el primer gol en el primer clásico cuando Rampla subió en 1980. Jugamos en el Tróccoli, que parecía un estadio argentino, de un lado todo celeste y blanco y del otro lado rojo y verde. Hice un gol de tiro libre que hasta ahora me veo corriendo y celebrando. Yo vivía en la sede de la calle Grecia, nos sentábamos a tomar mate y pasaba todo el mundo, los de Cerro te alentaban y los de Rampla todo lo contrario. Fueron años divinos”.
A los 28 años quedó libre y Sergio Markarian lo llevó a Nacional en 1987, derecho a jugar un clásico por la Copa Sebastián Elcano. El partido se definió por penales y estaban 4-4 cuando Rodríguez le pidió al técnico para ejecutar el último: “De atrevido se lo pedí. Viste cuando algo te nace. En Cerro tuve la suerte de hacer 13 o 14 goles de tiro libre, pero nunca pateé un penal. Por suerte lo hice y ganamos”.
Fue un año complicado para los tricolores. Enseguida se fue Markarian, llegó Ricardo De León y por último Roberto Fleitas. Rodríguez se quedó hasta la Liguilla de 1988 y como nadie le confirmaba si se quedaba o no, y tenía una oferta del Avaí de Florianópolis, decidió irse. “Me perdí de ser campeón de América y del Mundo, o al menos estar en el plantel. Pero estaba en la duda si me querían o no y tenía la oferta de Brasil, y como en aquel momento no había empresarios, uno estaba practicando, pero nadie te decía si ibas a quedar o no. Le preguntaba a don Roberto y a la gente de Nacional, pero nadie me confirmaba nada, entonces me fui. El Flaco Fossati era el golero”.
Allá fueron campeones y en 1990 regresó a Uruguay para jugar nuevamente en Cerro, dirigido por Miguel Puppo. Al año siguiente Fernando Morena lo llevó a Huracán Buceo, luego jugó en Progreso y terminó su carrera de futbolista en Sud América en 1993, el año en que comenzaba a dirigir Julio Ribas.
“Estaba grande, estuvimos mucho tiempo sin cobrar, había hijos para mantener y si bien con los sueldos podías vivir sin que te faltara nada, tampoco eran enormes. Entonces terminé de jugar ese año y empecé mi carrera entrenador”.
Lo hizo en las divisiones juveniles de Cerro, donde se armó una Cuarta división que tenía a Richard Pellejero, Jorge Artigas, Álvaro Pintos, Mario Regueiro, Germán Pérez. Fueron vicecampeones uruguayos. Cuando Gerardo Pelusso dejó de dirigir a la Primera división albiceleste faltando tres partidos del campeonato de 1995, a Rodríguez le ofrecieron un interinato. Pero él puso una condición para tomar el equipo.
“Estábamos peleando el campeonato con la Cuarta y no quería dejarla. Aceptaba si me dejaban dirigir la Cuarta de mañana y de tarde la Primera. Me acuerdo que un día dirigí la Cuarta en la cancha de Huracán del Paso y salí corriendo al Estadio porque jugábamos contra Nacional. Las cosas que uno hace cuando es joven y no te molesta nada”, manifestó.
Después, el intendente de Cerro Largo Villanueva Saravia lo contrató para dirigir la selección departamental porque se estaba invirtiendo dinero en el fútbol de Melo. Fueron campeones del Este y perdieron la final del Interior con Soriano. Todo estaba en bandeja para continuar, pero Víctor Púa lo llamó en 1997 para integrarse al cuerpo técnico de las selecciones juveniles de Uruguay. Trabajó cinco años en la AUF, hasta que Púa fue convocado en 2001 para dirigir a la selección mayor y se cortó el ciclo.
Rodríguez regresó a Cerro en 2002 y luego Daniel Passarella lo llevó a Monterrey como director de las divisiones juveniles. La aventura no duró mucho, porque el técnico argentino se fue. Rodríguez se quedó unos meses en un equipo de Tercera división y retornó para dirigir a Cerro Largo en la B, hasta que Daniel Enríquez lo sumó al proyecto de Formativas de Nacional.
Se hizo cargo de la Séptima y Cuarta división de los tricolores. Dirigió a la generación de 1990 que integraban Nicola Pérez, Alexis Rolín, Sebastián Coates, Martín Galain, Mathías Abero, Facundo Píriz, Maximiliano Calzada, Mauricio Pereyra, el Morro García. “Era una locura lo que jugaban. A los seis meses Gerardo Pelusso los subió a todos a Primera”.
Mas adelante trabajó de asistente técnico de Jorge Fossati en Liga de Quito (ganaron la Recopa Sudamericana) e Inter de Porto Alegre.
El 2010 fue un año traumático en su vida. A los 15 días de haberse ido a Arabia Saudita con Fossati para dirigir a Al-Shabab, recibió un mensaje, que aún no sabe quien se lo mandó, informándole sobre el accidente que le costó la vida a su hijo Diego, entonces futbolista de Nacional. “Nunca me lo dijeron, pero creo que esperaron a que yo llegara para desenchufarlo. Tampoco quiero saberlo. No se si me alcanza lo que me queda de vida para recuperarme, porque uno está preparado, aunque también duele mucho, para despedir a sus abuelos, a sus padres, pero no a sus hijos”.
Sobre el accidente que ocurrió en la rambla y Ejido, aún hay detalles que no se aclararon ante la Justicia, según Rodríguez: “Los chicos de la estación de servicio hablaron en la televisión, pero después se dieron vuelta. Yo fui a hablar con ellos porque se necesitaban testigos, pero ya había estado el señor que chocó el auto de Diego y no querían hablar. El hombre tiene mucha fuerza y nos trancó todo, más que nada lo que queremos es que Dieguito descanse en paz y que se haga justicia. Alguien me dijo una vez que se muere quien se olvida y él sigue presente porque en las fechas de cumpleaños o en esa del accidente siempre recibimos mensajes. Es algo que él se lo ganó por como era, no por como jugaba porque recién se estaba afianzando”.
Los árabes querían que Rodríguez regresara al equipo con tres días de duelo. “Ellos tienen otro sentido de la vida; algunos tienen cuatro mujeres, 25 hijos, entonces pierden uno y no lo sufren tanto. Pero de todas formas se portaron muy bien conmigo porque cuando volví me agarraron en un momento débil, débil. Yo no iba a volver, no quería saber nada de nada”.
En 2015 su hija Lucía cumplió 15 años y le dejó bien claro a los dirigentes del Al-Whesda que pasara lo que pasara, en la fecha del cumpleaños él viajaba a Uruguay. “Los 15 eran sagrados y además porque Dieguito quería un cumpleaños lindo para la hermana”. Miraron el calendario y estaba todo bien: el campeonato terminaba y tenía 10 días para viajar.
Pero cuando faltaban tres partidos para el final se murió el rey de Saudi y se paró el país por 20 días. El campeonato se atrasó y el cumpleaños de su hija coincidió con el último partido, donde definían el ascenso.
Lo que sigue es una odisea increíble. “Me dejaron viajar. Llegué en la mañana del cumpleaños, bailé el vals y a las 6 de la mañana en plena fiesta, me saqué el traje y me puse la ropa deportiva del club porque estaba todo programado para llegar a dirigir el último partido. Tomé un avión a San Pablo, de ahí a París y luego a Ryad, donde me esperaba un vuelo chárter para llevarme a la ciudad donde jugábamos. Pero el vuelo se atrasó en París y llegué tarde a Ryad. Me tuve que quedar en un aeropuerto chiquito, sin traductor, mirando el partido por televisión y mordiéndome los labios. Por suerte ganamos 1-0 y ascendimos, porque si hubiéramos perdido no estaba ahora hablando contigo”, señaló.
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