Delia, un documental que le da voz e imagen a una mujer que es memoria y resistencia

El documental Delia ahonda en la vida de su protagonista homónima, una mujer que lidió con el encarcelamiento de su pareja en dictadura y una invisibilización que se prolongó en el tiempo

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15 de mayo de 2022 a las 05:05

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Las primeras imágenes de la película son de archivo. Lo que se ve está tamizado por los saltos bruscos y epilépticos de una cinta de video a la que se le caen los años. Lo que se ve es una caravana, varios autos, un montón de bicicletas y banderas que bajan por la calle y terminan en un círculo; ese círculo rodea a una persona que da una especie de discurso improvisado y en donde aparecen algunas palabras que tienen más peso que las demás. “Compañeros”, “cárceles”, “lucha”, “vuelvo a casa”. Los aplausos y los abrazos tapan lo que sigue, pero hay otras cosas, se dicen otras cosas, o en realidad se dice algo que a los efectos del momento retratado quizá es menor, pero para el desarrollo de lo que viene, para el desarrollo de este documental, es crucial: el hombre, Jorge Mazzarovich, preso durante 11 años en dictadura, acaba de recobrar su libertad y dice “ahora puedo volver a mi casa sencilla, a la casa que ha mantenido sobre sus hombros mi compañera Delia”. La frase queda suspendida en el tiempo, como los retazos de ese día que Delia, la ópera prima de la realizadora uruguaya Victoria Pena Echeverría, rescata. El video continúa con imágenes de celebración y la voz de una narradora que explica algo que podemos aventurar: que esa liberación es la superficie. Que ese archivo es la superficie. Y que hay algo más.

Algo más es, por supuesto, la mujer del título. Delia González.

“Crecí escuchando la historia de este día, el día que Jorge fue liberado después de estar 11 años fuera de casa. También lo que le tocó vivir por ser un preso político. Sin embargo, nunca había pensado en ella”, dice la directora en su primera intervención. Ella entrará en esta historia antes incluso de que los espectadores tengan contacto con el presente de la familia Mazzarovich, y se quedará hasta los créditos. Se quedará con su cámara en mano, acompañará a sus personajes, intervendrá y provocará intercambios entre ellos, cambiará pequeñas piezas establecidas que, luego, moverán engranajes pesados, emociones profundas. La realizadora será una pieza más del rompecabezas y un factor clave para la historia que quiere contar.

¿Y cuál es esa historia? La de una mujer que durante más de una década se quedó en su casa sosteniendo a dos hijos, bancando un proyecto de familia con la fuerza de su espalda, esperando y conteniendo el desmoronamiento de su compañero de vida desde el otro lado de las rejas. Una mujer que, según se nos muestra, se puso por detrás de sus circunstancias y cultivó un mundo interior poderoso que mantuvo en secreto y que, a la luz de hoy, refleja las cicatrices de una vida cargada de significado.

En Delia que se estrenó en salas esta semana, que se llevó el premio a la mejor dirección en el Festival de Málaga y que tuvo su preestreno en dos funciones llenas del Festival de Cinemateca– Pena Echeverría se inmiscuye en algunos días de la familia Mazzarovich para retratar a esa mujer que siempre estuvo allí –la cineasta es amiga de la infancia del hijo menor de la protagonista, el fotógrafo Santiago Mazzarovich–, pero a la que nunca miró detenidamente. Y eso hace, entonces, en su primera incursión en el largometraje: acompañar a esta mujer en charlas esporádicas, actos políticos, diálogos con su esposo e hijos, en los ratos muertos. Y lo que al principio parece ser un vistazo algo apartado a la relación entre la mujer y su familia, al paso del tiempo y a sus huellas, pronto da un vuelco cuando la propia Delia revela algo más que tenía escondido: su escritura.

Porque lo que sucedió es que durante el tiempo en que Mazzarovich estuvo preso, Delia escribió páginas y páginas de un diario en el que relataba sus miedos, sus inseguridades, sus preocupaciones respecto a sus hijos, algunos sentimientos contradictorios que nunca llegó ni siquiera a esbozar en voz alta y, además, su poesía. Delia escribía poemas. Y lo hacía bien.

Durante una sesión de preguntas y respuestas con Pena y el resto del equipo de la película luego de la función en Cinemateca, la directora contó que la idea que tenía cambió radicalmente en el momento en que la mujer le reveló sus documentos guardados. Y tiene sentido, porque resignifican mucho de lo que pasó y de lo que viene después. En esos escritos aparece una Delia que transcurre la tensión entre su lugar como sostén familiar y la invisibilización –y con ella, la de otras tantas mujeres que fueron “compañeras de lucha” en esos años–, una Delia que quiso mucho y que se topó, en general, contra una estructura que la frenaba. 

En ese sentido, algunos de los mejores momentos de esta lograda película son aquellos en los que, con la cámara cruzando la barrera de la intimidad, la cineasta revela por primera vez a los distintos miembros de la familia lo que Delia escribió sobre ellos en esos años. Hay lágrimas, algunas negativas automáticas y, sobre todo, impera una sensación de descubrimiento genuina, de “esto estuvo siempre acá, entre ella y yo”, que conmueve. Del mismo modo, es especial una instancia en el que Delia y Jorge, ya con el pasado a sus espaldas, discuten una de las entradas del diario en el jardín de su casa. La charla parece despreocupada, trivial. Se dicen cosas fuertes y las emociones de estas dos personas, que están sobre el final de su vida, están a flor de piel.

Para su primera película, Pena Echeverría elige una historia que la cruza personalmente, y el lugar que tiene la familia Mazzarovich en su vida –y el lugar que tiene ella en esa familia– queda de manifiesto. Su “ingreso” en el cuadro narrativo de su documental es riesgoso, ya que decide formar parte del relato aunque jamás se la vea, pero lo que ese riesgo habilita es lo que termina de definir y de resignificar todo el conjunto. Y lo hace estupendamente. Al final, Delia es una obra que conmueve, que rescata la mirada y las emociones olvidadas de un colectivo y que le da voz a una mujer que, en su intimidad y cuando nadie la veía, la volcaba con fuerza en las páginas de sus cuadernos. Su presencia en pantalla es casi absoluta. Y es una suerte de justicia poética para alguien que, en las fotos y en ese video que salta y que abre la película, siempre estuvo. Más o menos al costado, pero siempre allí. Poniendo el cuerpo, las emociones y, ahora lo sabemos, dejando constancia de ello.

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