ALEJANDRO PAGNI / AFP

Efecto Maradona: una despedida tumultuosa que profundizó la grieta política argentina

El gobierno de Alberto Fernández era objeto de duros cuestionamientos por las restricciones a la circulación y por el cierre de las clases. Su organización de un funeral masivo llevó a la pérdida de autoridad en esa política de aislamiento

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27 de noviembre de 2020 a las 12:27

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Fue todo muy argentino y muy maradoniano. Es decir, caótico, tumultuoso, bochornoso… y al mismo tiempo tan grande y épico que no hay nada que se le pueda comparar a nivel mundial. El funeral de Diego Maradona fue totalmente coherente con lo que había sido la vida del astro y con el ambiente social que vive Argentina.

El mundo entero asistió a las imágenes de las multitudes al principio despidiendo al ídolo con fuegos artificiales, casi con tono más de festejo que de congoja. Luego, las multitudinarias filas de fanáticos que querían dar el último adiós, primero con relativo orden, luego con evidente inquietud y finalmente con un total descontrol.

Violencia, refriegas con la policía, invasión de la Casa Rosada, donde la seguridad se vio desbordada. Gases lacrimógenos dentro de la propia sede del gobierno. Salida apurada del presidente Alberto Fernández y de la vice Cristina Fernández de Kirchner. Y, finalmente, el corte abrupto del velatorio multitudinario, en un intento de evitar los desmanes e impedir que se agregara tragedia a la tristeza.

En el medio, lo inevitable: la politización de la muerte del ídolo. El gobierno ya había recibido acusaciones en el sentido de querer sacar provecho político de la situación, al habilitar la Casa Rosada en plena pandemia y contratar para el evento a la misma productora de televisión que hace 10 años había transmitido el impactante funeral de Néstor Kirchner.

La presencia del presidente, que se tomó “selfies” con la multitud, y la de Cristina, tras cuyo ingreso a la Casa Rosada se cortó el flujo de público, fueron objeto de críticas de los opositores.

Pero el punto alto de la controversia llegó cuando empezó la represión policial. El ministro del interior, Eduardo de Pedro, responsabilizó a la policía de la Ciudad de Buenos Aires, que depende del opositor Horacio Rodríguez Larreta. A lo cual los opositores respondieron que el propio gobierno nacional había dicho que era su responsabilidad la coordinación de la logística para el funeral de Maradona.

Por otra parte, las propias autoridades habían previsto que podía llegar al millón de personas los hinchas que quisieran despedirse. Y haciendo un cálculo de que pasaran frente al féretro tres personas por segundo, eso implicaba que en 10 horas sólo daría el tiempo para que desfilaran poco más de 100.000 personas.

De hecho, los más veteranos recordaban que otros velatorios multitudinarios, como los de Juan Perón y Evita, habían durado varios días.

La acusación por el doble estándar en la tragedia

Pero más allá de las imágenes bochornosas y los cruces de acusaciones sobre responsabilidades en el operativo, y más allá de la enésima constatación sobre la idolatría popular que genera la figura de Maradona, el funeral dejó también consecuencias políticas.

Porque no ocurrió en un contexto cualquiera: ocurrió luego de la cuarentena más larga del mundo, en un país donde se había hecho del aislamiento una política de Estado, cuya infracción podía tener un alto costo.

Fue así que las redes sociales explotaron de dolorosos testimonios de personas que habían perdido a seres queridos y a quienes se les había prohibido realizar un velatorio y un funeral para dar el último adiós. Peor aún, hubo casos de gente que, por residir en otra provincia, no pudo llegar a tiempo a despedir a familiares con enfermedades terminales.

Y no todos esos casos correspondían a la fase inicial de la cuarentena en su versión más dura, sino que algunos de los casos más dramáticos son bien recientes. Como el caso del padre que debió cargar en brazos a Abigail, su hija enferma, tras no haber sido habilitado para cruzar con su vehículo en la frontera entre Tucumán y Santiago del Estero.

La oposición decidió tomar el caso como bandera y motivo de denuncia, incluso tomando como consigna frases típicamente asociadas a la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, como “Ni olvido ni perdón”.

El caso causó conmoción nacional e hizo tambalear al gobernador santiagueño Gerardo Zamora, un aliado kirchnerista, al punto que el gobierno nacional luego intentó compensar la situación al poner un avión para trasladar a Abigail a un hospital de niños en Buenos Aires.

Y cuando todavía siguen los ecos de ese caso, se sumó otro que afecta al controvertido gobierno de Gildo Insfrán en Formosa, también aliado kirchnerista. En la provincia norteña una embarazada perdió a su bebé tras haberle sido rechazado un traslado en ambulancia y por haber tenido que desplazarse en moto.

Otro caso que generó una ola de repudios y la renovación de acusaciones sobre el manejo político de los “feudos” de las provincias peronistas. Formosa ya estaba en el ojo de la tormenta por la prohibición de reingreso a la provincia de decenas de personas que no tienen el permiso sanitario y debieron pasar a la intemperie, un caso en el que debió intervenir la Corte Suprema de Justicia.

Por otra parte, tras la muerte de Maradona el gobierno nacional dispuso el libre ingreso de periodistas del exterior que quisieran venir a hacer la cobertura del funeral. Lo cual implicaba la suspensión de los protocolos de seguridad sanitaria, tales como el pedido de hisopado y cuarentena.

Todo lo cual alimentó la crítica de aquellos que habían acusado al gobierno de exceso en su política de aislamiento.

Adiós al aislamiento y el reclamo por las clases

Esas críticas por el doble estándar sanitario, que implicó la contradicción entre medidas de dureza extrema para algunos casos y la flexibilidad total en otros, llevaron a una profundización en el cuestionamiento a la política oficial de prevención del coronavirus.

A comienzos de año, el gobierno sostenía que si no fuera por la medida de aislamiento, Argentina se enfrentaría a situaciones tan graves como la que en ese momento vivía Brasil o varias naciones europeas. Y el presidente Alberto Fernández alegaba que la economía no iba mejor en los países que adoptaban criterios más laxos en la circulación de gente.

Un semestre después, los números muestran que Argentina logró la peor combinación posible. Todavía en un registro diario de 10.000 contagios por día y ya con una estadística de 37.000 fallecidos, nada indica que se haya pasado la fase aguda de la pandemia. Y en paralelo, la economía sufrió un desplome, al punto que se estima que casi 30 por ciento de la población quedó sin ingresos regulares debido a la cuarentena.

Para los comerciantes que debieron bajar sus persianas, para los profesionales que debieron suspender sus actividades y para los informales a quienes se les cortaron las “changas” en el marco de la política de aislamiento, se les hizo difícil de digerir que desde el propio Estado se organizara un funeral multitudinario en el cual se tiraron abajo todas las normas de aislamiento social y precaución de contagio.

Tanto que se viralizaron las alusiones sarcásticas en los “memes” de las redes sociales, en el sentido de que el riesgo de contagio quedaba “suspendido por 72 horas y se retomará después de despedir al Diego”.

¿Habría podido hacer otra cosa el gobierno ante la muerte del mayor ídolo popular? Probablemente no, pero lo que resulta innegable ahora es que si su política sanitaria ya venía siendo objeto de cuestionamiento, ahora directamente perdió toda credibilidad.

Hay una creciente tendencia a la rebelión contra la política de aislamiento, cuyo punto más sensible es el tema de la vuelta a clases. Argentina ha sostenido todo el año con aulas virtuales mediante Zoom, algo que muchos han denunciado como un año lectivo perdido, tanto por la dificultad para dictar clases en esas condiciones como por el hecho de que deja fuera a gran parte de los niños en un país que tiene un 40 por ciento de población bajo la línea de pobreza.

Justo días antes de la muerte de Maradona se había producido un duro enfrentamiento entre los sindicatos docentes y la ministra de Educación del gobierno porteño, Soledad Acuña, que reclamaba la vuelta inmediata a clases presenciales y, además, denunciaba que había un problema de adoctrinamiento por parte de algunos maestros.

Los docentes siempre sostuvieron que su salud se ponía en riesgo con las clases presenciales y se plantaron firmes en la postura de no volver hasta que estuviera disponible la vacuna. Pero sus principales dirigentes estuvieron en la Casa Rosada, para asistir al velatorio masivo de Maradona.

En definitiva, la pasión maradoniana dejó al descubierto, como siempre, que los argentinos tienen esa misma dualidad del ídolo deportivo: conviven la capacidad de los grandes logros y los peores vicios, de las mayores demostraciones de amor y de enfrentamientos violentos.

No podía ser de otra manera: Maradona se fue despedido por una multitud emocionada que escribió una jornada histórica para asombro del mundo y, al mismo tiempo, se fue envuelto en una controversia política donde afloraron las miserias humanas. 

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