José María del Corrral junto al papa Francisco.

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El amigo del papa Francisco que puso al frente de un programa para la educación del futuro

José María del Corral es el director de Scholas Occurrentes, una "locura" que promueve la cul cxFue designado por el papa Francisco como director de Scholas Occurrentes, proyectoque define como “una locura” y que promueve la cultura del encuentro en 190 países
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30 de octubre de 2022 a las 05:04

L o conocen como el amigo del papa, con quien ha trabajado durante más de 20 años. Otros dicen que es como un hijo para Francisco. Lo cierto es que José María del Corral está volcando toda su energía en la forma en que concibe la educación del futuro.

Y lo hace desde Scholas Occurrentes, de la cual es director designado por el pontífice. El también teólogo y pedagogo argentino sentencia que no puede haber un pacto económico o político si antes no hay un pacto educativo, y considera que la educación tiene que volver a ser la base del acuerdo de una sociedad. Ante la pregunta de qué es Scholas Occurrentes, responde que “es una locura” de pensar que el mundo puede ser mejor a partir de la educación. Pero es categórico en los cambios que, a su juicio, deben implementarse en los actuales sistemas educativos: “La escuela tiene que empezar a escuchar”, dice Del Corral.

Agrega que la escuela debe estar en la calle: “Los chicos no pueden vivir en helicópteros, no pueden vivir en un barrio cerrado, ir a una escuela cerrada y después a una empresa cerrada, porque en algún momento tienen que bajar del helicóptero, y cuando bajan del helicóptero son víctimas”, se lamenta. Medio millón de escuelas están conectadas mediante Scholas, que tiene presencia en 190 países en los cinco continentes. “Queremos promover con hechos concretos que es posible un mundo en paz si realmente educamos en el encuentro, y no en el odio y no en las grietas”, dice en entrevista con Luces Largas.

Al asumir, el papa Francisco fue, como se dice ahora, disruptivo,porque en la misa inaugural de su papado sumó en la primera fila a un modesto reciclador de residuos y a un maestro con su túnica blanca. Ese maestro es hoy el conductor de esta obra pontificia y protagonista de esta entrevista. ¿Qué hubo detrás de aquel fuerte simbolismo que lo tuvo a usted en el centro de la escena?

Fue un momento muy fuerte en mi vida personal y familiar, en la de mi esposa, mis hijos y mis actuales nietos. Porque llegamos ahí después de un camino hecho; no es que llegamos como invitados especiales al igual que muchos presidentes, por ejemplo.

Parte del primer mensaje papal estaba fundamentado en la obra que usted venía desarrollando. Pongamos contexto a eso.

Como ustedes bien saben, y nos sufren, Argentina estaba en una crisis profunda que después termina manifestándose en el corralito del 2001, pero ese proceso de crisis ya venía avanzado a través de una ruptura en los lazos sociales, en la credibilidad. La gente gritaba, como recordarán muchos, “que se vayan todos”. Se había roto la confianza, se había roto la autoridad, la legitimidad de la autoridad. Es muy difícil sostener una participación en la democracia cuando la gente no cree, cuando no cree para arriba y tampoco en el que está al lado. La gente robaba por hambre y por necesidad mercaderías del negocio de al lado, y entonces el vecino pasaba a ser un sospechoso. En medio de ese caos de un país rico, y tan pobre a la vez, es que asume Jorge Bergoglio. Ahí lo primero que me dice es: ¿qué les pasa a los jóvenes? ¿qué les pasa en el medio de este “todos contra todos”?

¿Usted ya tenía vínculos con el actual papa?

No, recién lo conocía. Y le digo “Mire, padre, le propongo que más que contarle yo lo que les pasa a los jóvenes, me gustaría reunirlos y que usted mismo los pueda escuchar. Me miró con un gesto de cierta curiosidad, tal vez pensando que me iba a ir a los colegios católicos, donde yo además era director general en varios de ellos, pero me fui a la AMIA, donde había explotado la bomba, donde habían muerto muchos argentinos y que es todo un símbolo de mi país y de mi sociedad. Y crucé la doble puerta, me encontré con la directora de educación judía, y le pedí si podía reunir a 15 adolescentes judíos.

Ella me miró con cara rara y me preguntó para qué, y le respondí: para ir juntos al centro islámico y reunir a 15 musulmanes. Me respondió “Evidentemente, con usted me voy a quedar sin trabajo”, pero era una mujer muy buena, muy educadora, con pasión por la educación. Fuimos juntos al Centro Islámico y buscamos a 15 chicos musulmanes y luego a 15 chicos de las iglesias evangélicas.

¿Allí está el origen de Scholas?

Allí, sin saber, estaba comenzando esta locura de Scholas Occurrentes. Porque en una mesa se juntaron 60 adolescentes de entre 15 y 16 años judíos, musulmanes, católicos y evangélicos de escuelas públicas y privadas, y les dijimos que no veníamos a enseñarles nada, sino que la intención era crear un espacio donde pudieran mirarse a los ojos, reconocerse, y si querían podían “abrir el corazón” y contar qué les pasaba, que se transformó en el famoso “qué te pá” de Scholas. Eso duró un mes, a través de cuatro encuentros; pero trabajaron muy duro durante seis meses, convivieron, analizaron la realidad, vieron los presupuestos de educación. Y al terminar, ellos mismos se anotaron en la comisión de educación de la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, fueron como vecinos a hablar, ¡y llevaron un proyecto de ley de educación!

Ese proyecto fue tan fuerte y contundente desde el sentido común, que pasó al recinto de la legislatura un mes después por unanimidad de todos los partidos políticos, en medio de esa Argentina quebrada.

¿Qué planteaba esa ley en términos generales?

¿Qué pedía esa ley? Que la educación tuviera que ver con sus vidas, porque la vida pasaba por un lado y la escuela por otro.

Entiendo que en ese mismo momento se crean las “escuelas de vecinos”, con la escucha como centro. De aquel momento a este, de lo que se habla a diario es de la grieta en la sociedad. ¿Cómo lo observa, luego de esas experiencias que eran tan prometedoras? ¿La grieta ya es un camino sin retorno?

Mire, acabamos de hacer una experiencia en Portugal, y en todas las experiencias que vamos haciendo en el mundo nos damos cuenta de que esa grieta no es natural, no podemos aceptarla. Los chicos, como aquella primera vez con Bergoglio, son capaces de juntarse, de abrir sus dolores.

En este caso que le cuento abarcamos el problema de la salud mental, que es un problema serio en muchísimos países. Sobre lo que usted menciona de las escuelas de vecinos, debo decir que no nace como una experiencia de chicos de distintas religiones, sino de escuelas ricas y pobres de distintos barrios, que durante 10 días se juntan en una misma aula sin paredes para contar sus problemas. Y, a partir de los problemas reales que tienen, buscar juntos las soluciones. Si los chicos son capaces de reunirse y compartir los problemas que realmente los afectan buscando juntos las soluciones, la grieta desaparece.

¿Confía en que eso, aun en estos tiempos de pujas intensas, puede dar resultados? }

Tengo muchísima esperanza}, porque no dejo de sorprenderme y emocionarme por cada experiencia que hacemos. Por ejemplo, esta que hicimos con jóvenes de Canelones. (NdR: durante seis días, adolescentes de entre 13 y 15 años se encontraron para aprender, intercambiar y debatir sobre temas sociales en un encuentro facilitado por la Fundación Scholas Occurrentes). De todos lados donde hacemos una experiencia, salgo lleno de fe; es imposible estar con ellos y no salir apasionados, ilusionados, los estropeamos nosotros (risas), pero lo que viene, viene sano. Lo que estamos sembrando es saludable. Que los chicos se animen a decir que tenemos un problema de salud mental es enorme, es de una humildad y sabiduría enormes.

Menciona el tema de los suicidios, que en Uruguay tiene tasas alarmantes, sobre todo en jóvenes. ¿Desde qué lugares hay que abordar mejor esta realidad tan grave?

Desde la escuela, y cuando digo la escuela lo manifiesto en el sentido más amplio, porque la familia también es parte de esa escuela, al igual que la sociedad, los políticos, la policía, todo es parte de esa escuela. La escuela tiene que empezar a escuchar. Y esto es lo contrario a la demagogia. Porque no es escucharse, sino escuchar al otro. Los chicos necesitan hablar y que los escuchemos.

Y no es un interrogatorio a la noche para ver si tenés olor a alcohol o qué estuviste haciendo. Esto es una capacidad de escuchar al otro para que, en esa escucha, el chico sienta que tiene un espacio de gratuidad, como cuando el abuelo se tira al suelo y es capaz de jugar con el nieto desinteresadamente. Eso es lo que necesita la sociedad, volver a conectarse; las cosas más simples de la vida las hemos perdido. Los chicos nos están diciendo: “¡Escuchame y no me juzgues!”. Primero escuchame, pero escuchame de verdad.

Y vuelvo sobre la experiencia de Canelones, allí dijeron: “Queremos las noches de las máscaras”. ¿Y qué es eso? preguntamos. Y nos respondieron que una noche querían venir con las máscaras y que los adultos los escuchen. ¡Qué fuerte! Nos decían que a veces necesitan ponerse una máscara para poder hablar. El suicidio es una manera de hablar; los jóvenes se nos están suicidando y en muchos países pasó a ser la primera causa de muerte en adolescentes, y se triplicó para nosotros. Tenemos evidencia empírica sobre eso y es anterior a la pandemia.

En todo caso la pandemia lo puso más en evidencia. 

 La pandemia lo mostró y lo aceleró. En San Antonio de los Cobres (Salta, Argentina) se estaban suicidando 30 adolescentes por año, en una población de 7.000 habitantes. Estamos hablando de números terroríficos. Los chicos lo que nos están pidiendo primero es que los escuchemos.

Lo segundo es que, en vez de darles la comida servida desde arriba –y ahí vuelvo a lo demagógico–, no quieren vivir de un plan, no quieren vivir de que el otro les dé de comer: ¡el chico quiere trabajar, quiere estudiar, quiere sentirse digno! Estamos haciendo todo lo contrario a lo que ellos necesitan.

Le he escuchado varias veces al pensador colombiano Bernardo Toro (ética del cuidado) decir que los problemas de la educación empezarán a resolverse cuando los gobernantes y los tomadores de decisiones empiecen a enviar a sus hijos a la esfera pública. Usted practicó una experiencia de este tipo.

Nosotros consideramos que la escuela tiene que estar en la calle. Perdón que lo diga así, suena extraño, pero el tema es que la calle es el espacio público y a la calle la están manejando otros que no están pensando en la salud de los chicos ni en la educación de los chicos, están pensando en los negocios de la calle. Y nos están tomando las calles. Los chicos no pueden vivir en helicópteros, no pueden vivir en un barrio cerrado, ir a una escuela cerrada y después a una empresa cerrada, porque en algún momento tienen que bajardel helicóptero, y cuando bajan son víctimas.

¿Y cómo se rompe con esa realidad tan presente?

Debemos hacer que la educación esté en la calle. Por eso la educación es una emergencia cultural, la educación tiene que volver a ser cultura, como lo era antes. Nosotros teníamos a lo mejor abuelos y bisabuelos que no tenían muchos másteres, pero tenían códigos, tenían educación, sabían lo que era decir gracias, sabían lo que era el valor de la palabra, el compromiso, la pasión, el hacer carrera en una empresa, “se morían” antes de defraudar.

Y esos son los códigos de la calle que hemos perdido. Por eso estamos proponiendo una experiencia donde distintas escuelas sean capaces de juntarsey llevar adelante una experiencia conjunta. Y eso no lo puede hacer la escuela sola, necesita a la sociedad. Por eso, con el papa hemos promovido siempre el pacto educativo, que nos pongamos de acuerdo.

No puede haber un pacto económico –y se lo digo a todos los economistas– si no hay un pacto educativo; no puede haber un pacto político si no hay un pacto educativo. La educación tiene que volver a ser la base del acuerdo de una sociedad y es a largo plazo. Por eso no beneficia a ningún político de turno, porque es a largo plazo.

Precisamente en Uruguay vuelve a hablarse de reforma educativa, ahora con el concepto de “transformación educativa”, que ya tiene enfrentadas a las actuales autoridades con gremios de docentes, de estudiantes y de actores de la oposición política. A veces queda esa sensación de que nunca termina de consolidarse el cambio necesario, y que hay impulsos refundacionales con cada cambio de gobierno.

Si yo tengo un chico al que le duele agudamente el estómago, tiene un poco de fiebre y se queja mucho del dolor, lo llevo al médico y el médico me va a decir que posiblemente sea una apendicitis, y ojo que puede terminar en una peritonitis. ¿Entonces? Hay que hacer algo con este chico, habrá que estudiarlo y seguramente intervenirlo. No discutimos después si ideológicamente la apendicitis es de derecha o de izquierda, si conviene, si atenta contra la corporación de los médicos: aten demos la apendicitis; entonces, la reforma no tiene que ser ideológica, sino que debe atender la necesidad y la demanda de nuestros jóvenes.

Eso es lo que tiene que poder encontrarnos. Si un gremio docente no ayuda a resolver “la peritonitis”, no es un gremio docente, será un gremio de otra cosa, de docentes no. La docencia tiene pasión por educar, la pasión por colaborar en que ese chico sea una obra humana, que para algo nació y para algo está en la vida. Por eso uso siempre la corbata y el guardapolvo blanco, porque es un signo de contradicción de la Argentina. Porque parecería que el guardapolvo blanco les hace mal a los privados, y los privados les hacen mal a los otros.

Y yo digo que tenemos que pensar en los chicos y no en nuestras falsas divisiones.

Le quiero preguntar, además, por su concepto de laicidad en estos tiempos, ante estas circunstancias y en estos debates. 

La laicidad debería tener la capacidad de responder cuando un chico dice “¿qué pasó con mi conejo que se acaba de morir anoche?”, y no que la maestra diga “yo de eso no puedo hablar, porque está prohibido”, ni tampoco mandar al colegio a misa, que serían como los dos extremos.

Los chicos necesitan un sentido en la vida, y hemos tenido muchos casos, por ejemplo en Paraguay, donde chicas adolescentes, de 15 años, tenían un hijo porque era lo que les daba un sentido para “salir de la cama”. Entonces, me parece que un concepto de laicidad moderno, no ideologizado sino humanista, es el que debe permitir la pregunta acerca del sentido. Y no solamente permitir la pregunta acerca del sentido, sino que sean los jóvenes los que vayan descubriéndolo.

Muchas veces confundimos lo confesional con la necesidad humana que tienen los jóvenes de plantearse profundamente el para qué hacen lo que hacen, cuál es el sentido de lo que hacen.

Luego de todo lo dicho ¿qué debería ser un aula hoy?

El aula para nosotros no tiene paredes. Las paredes se las ponemos nosotros. Los chicos necesitan un aula sin paredes donde poder encontrase. ¡Esa era la vieja escuela pública! 

 

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