La mayor salinidad está transformando el entorno costero y empujando a las especies de agua dulce río arriba, alterando la pesca local.

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El avance del mar sobre el río Misisipi pone en riesgo los recursos de la región

Desde el pasado mes de junio, el agua del Golfo de México subió en el curso fluvial ayudada por la sequía extrema y el aumento del nivel del mar
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06 de noviembre de 2023 a las 05:01

En una tarde cálida y clara de octubre, sobre una delgada franja de tierra que serpentea a lo largo del río Misisipi, el cangrejero James Kim toca suavemente su último naranjo sobreviviente y observa los frutos estropeados con suaves manchas verdes.

“Plantamos veinte”, dice Kim, señalando detrás de él la hilera vacía donde alguna vez estuvieron los frutales. Es la parte trasera de su jardín. El hombre explica que durante unos ocho años dieron buenas naranjas. “Luego, más tarde, todo salado, salado. Y todos murieron”, se lamenta.

Desde junio, el agua de mar del Golfo de México subió por el río Misisipi, ayudada por la sequía extrema y el aumento del nivel del mar. En la parte baja de la parroquia de Plaquemines, en el estado de Luisiana, la intrusión del agua salada provocó una crisis.

Durante meses, más de 9.000 residentes se quedaron sin agua potable. Y aunque los funcionarios dicen que el agua volvió a ser potable gracias a la reciente instalación de una maquinaria de ósmosis inversa en el río, la sal permanece.

La proximidad a los humedales y al Golfo de México hace de la parroquia una zona sumamente vulnerable al cambio climático. Según los expertos que monitorean el problema, Plaquemines podría perder más de la mitad de su superficie terrestre en los próximos 45 años, a medida que el nivel del mar suba y las marismas se erosionen.

Y aunque los cangrejos parecen a sus anchas en un río más salado, la intrusión del agua de mar amenaza con terminar con una industria que ya se enfrenta al colapso.

Los pequeños pueblos de la región están estrechamente ligados a uno de los puertos pesqueros más grandes de Estados Unidos. Ante la crisis, el gobernador del Estado, John Bel Edwards, solicitó una declaración de emergencia para los camaroneros que luchan ante las importaciones y la caída de los precios.

Ahora, el avance del agua salada está transformando el entorno costero, quemando las raíces de los cipreses y empujando a las especies de agua dulce río arriba, alterando la pesca local.

El problema de la sal no es del todo nuevo: la mayor parte del jardín de Kim murió por la intrusión del agua salada en 2021. Pero este año, el agua de mar llegó más lejos y permaneció mucho más tiempo de lo habitual.

“Cuando no hay sal y hace buen tiempo, normalmente es el paraíso”, dice Kim que llegó a Estados Unidos desde Camboya en 1989. Al principio, viajó por todo el país en busca de trabajo, trasladándose desde Alabama a Massachusetts, donde él y su esposa, Karen Suon, procesaron erizos de mar, antes de establecerse en Luisiana en 2005.

Kim y Suon son los dos únicos empleados de J&K World Trade, una empresa que procesa cangrejos para venderlos a mayoristas y fábricas. Suon explica que trabajan “siete días a la semana” limpiando y clasificando miles de cangrejos que los pescadores sacan de los humedales cercanos.

Cuando se detiene un camión frigorífico, Kim, vestido con botas de pescador blancas y un sombrero flexible de ala ancha, conduce un pequeño montacargas para cargar decenas de cajas con cangrejos en la parte trasera del vehículo, que espera para transportar a los mayoristas.

En una pausa, señala una gran mancha de color marrón rojizo en su montacargas. Es óxido. "Pedimos uno nuevo", grita Kim por encima del ruido del motor. Aunque las máquinas suelen oxidarse debido al aire salado, un fenómeno normal en la parroquia costera, el proceso es cada vez más intenso y veloz. El reemplazo le costará unos US$ 43.000.

Kim, de regreso a su jardín, arranca hojas de albahaca tailandesa y estragón, mientras muestra plantas de maracuyá y melones amargos. También cultiva varias especies diferentes que se utilizan en la medicina tradicional camboyana.

La granja tiene también más de 100 gallinas, que picotean los caparazones vacíos de los cangrejos. La pareja comparte libremente la recompensa de sus cosechas con sus vecinos, pero en los últimos años tiene cada vez menos para compartir. “El jardín era mucho más grande, pero la sal mató a la mayoría de las plantas”, dice Suon.

Más sal, menos hielo

En Ditcharo Seafood, también parte de la parroquia de Plaquemines, el gerente del muelle local, Mike Berthalot, abre un enorme gabinete y señala al interior. El agua corre por enormes tubos de freón, se congela y finalmente el hielo se desprende con estrépito, cayendo en un gran contenedor debajo del muelle.

Pero algo anda mal con las máquinas de hielo. En la parte superior, los tubos se vuelven amarillos. Berthalot dice que se debe a la sal. "Realmente está arruinando todo", afirma el hombre.

Las máquinas de este tipo, valoradas en millones de dólares, son cruciales para los muelles camaroneros, que utilizan enormes depósitos de hielo para llenar las bodegas de los barcos y enfriar los casi 226.796 kilogramos de camarones que el muelle recibe cada día.

Las válvulas también se están rompiendo. "Las compramos nuevas y no duran ni dos meses", dice Berthalot, un reparador autodidacta que trabajó en los muelles durante más de 45 años. Aunque puede encargarse de algunas reparaciones, para las averías importantes su empresa necesita traer en avión a un especialista desde Georgia, lo que supone un gasto oneroso.

Hace unas semanas, relata Berthalot, tuvieron que gastar US$ 20.000 en reparaciones. “Nunca había visto que las máquinas de hacer hielo tuvieran problemas como este”, añade.

Desde julio, las máquinas produjeron aproximadamente la mitad de lo que deberían, lo que obligó a la empresa a comprar hielo. Derek Ditcharo, hermano del propietario, estima que la empresa gastó US$ 50.000 en hielo debido a los problemas con las máquinas.

Pequeños agricultores, los más vulnerables

Muchos trabajadores del muelle de Ditcharo son como Kim y Suon, oriundos del sudeste asiático. Sandy Nguyen, de un grupo de acceso lingüístico para pescadores asiáticos, estima que entre el 50% y el 60% de las personas en la parte baja de Plaquemines son vietnamitas y camboyanos. "La intrusión de agua salada los afectó mucho. Es una situación realmente mala", afirma Nguyen.

A medida que el aumento del nivel del mar se acelera y los fenómenos meteorológicos se vuelven más extremos, se espera que la intrusión del agua salada empeore. Los agricultores y pescadores más pequeños y vulnerables ya están sintiendo la peor parte del problema, con menos recursos para adaptarse a un entorno más salino.

Cincuenta millas río arriba, en Belle Chasse, justo después del tramo más lejano del agua salada, Ricky Becnel, uno de los principales productores de cítricos del país, detiene su vehículo utilitario en lo alto de un dique.

A un lado se extienden 10.000 árboles frutales: hectáreas de piña roja, caquis, olivos e higos. Del otro lado, una tubería se hunde en el río, absorbiendo 450.000 litros por día que son filtrados a través de un sistema de riego automatizado valorado en unos US$ 50.000.

Becnel obtuvo el sistema hace 21 años, cuando se enfrentó a “una situación similar, aunque no tan grave”. El filtro no quita la sal, pero hasta ahora funciona bien. “El problema aquí no es tan grave como en la comunidad donde vive Kim”, dice el agricultor.

De hecho, desde el dique, Becnel puede ver barcos dragando lodo del río para construir un umbral submarino destinado a contener la sal. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército lidera el proyecto, que forma parte de un esfuerzo múltiple para abordar la amenaza, que estiman llegará finalmente a la finca de Becnel en unos meses.

Las esperanzas, en un pozo

Pese a los esfuerzos de las autoridades, Kim y Suon temen que la parroquia no esté planificando adecuadamente una solución a largo plazo. De allí que estén considerando la posibilidad de cavar un pozo para extraer agua dulce de la napa freática. La pareja dice que le costaría unos US$ 4.000. “Caro, pero suficiente para regar los cultivos”, dice Kim.

El hombre, sin embargo, cree que la parroquia no le dará permiso para perforar. Por ahora, la pareja obtiene agua embotellada de la estación de bomberos cercana para beber y cocinar. Pese a los problemas, Kim sonríe. No perdió la esperanza y señala orgulloso la fruta del dragón, una cactácea resistente a las sequías que al menos sigue creciendo con fuerza.

“Rápido, totalmente natural y dulce, muy dulce”, dice el hombre mirando al cactus de color verde brillante que cuidó con caparazones de cangrejo azul triturados y amontonados alrededor de la base de la planta una vez al año.

 

(Con información de agencias)

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