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El cambio de presidencia en el Banco Central Europeo

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01 de noviembre de 2019 a las 05:03

En el día de ayer Mario Draghi dejó la presidencia del Banco Central Europeo, en la que habrá de ser sustituido por Christine Lagarde, hasta ahora Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional. Ello ha inducido a la opinión especializada a evaluar su gestión al frente de la máxima autoridad monetaria europea.

El BCE es una institución de fundamental importancia en el gobierno de la economía de la Unión Europea, porque entre otros instrumentos, fija la tasa de interés, controla la oferta de euros y supervisa a la gestión de los mayores bancos de la zona euro.

A lo largo de los ocho años de su gestión, el Sr. Draghi desempeñó un rol protagónico en la evolución de la Unión Europea, en especial para asegurar la supervivencia del euro después de la peor crisis financiera registrada en los veinte años de vida de la institución.  

La crisis financiera internacional del 2008 obligó a la Reserva Federal de Estados Unidos a la aplicación de una política monetaria expansiva sin precedentes en la historia de los bancos centrales. Pero ella fue complementada por el aporte invalorable de una política fiscal igualmente expansiva.

El BCE debió enfrentar la misma situación de crisis pero sin el auxilio de una política fiscal comunitaria. Cierto es que los gobiernos europeos pusieron en marcha sendas operaciones de rescate que permitieron evitar lo peor en Grecia, Irlanda y varios países mediterráneos. Pero pese a ello, el BCE se vio obligado a cuidar la evolución de la economía europea por sí sólo, para lo cual debió recurrir una y otra vez a medidas de carácter heterodoxo, al estilo de las que Ben Bernanke estaba aplicando al otro lado del Atlántico.

Así, poco después de asumir su cargo, el Sr. Draghi anunció la primera de varias de las rebajas que habrían de sucederse en la tasa de interés para escapar a los peores efectos de la recesión importada de Estados Unidos. En ese tiempo la tasa de interés en la zona euro era del 1.5 % anual pero desde entonces, ha bajado hasta los niveles negativos de la actualidad. 

En esta línea, en el 2012, el Sr. Draghi definió el propósito último de su política con una expresión de tono épico, expresando que haría “todo lo que fuera necesario” para salvar la vigencia del euro.

Entonces, en el 2014 comenzó a cobrar a los bancos por sus depósitos en el BCE, iniciando una política hasta entonces inédita de tasas de interés negativas.

Para contribuir con los esfuerzos de rescate que se estaban llevando a cabo en Grecia y otros países, el BCE anunció su disposición a comprar deuda de los países en dificultades, a cambio de la aplicación de un programa de ajuste que implicaría duras condiciones. Esta iniciativa no llegó a aplicarse pero sin duda contribuyó a tranquilizar a los mercados financieros.

Cuando el colapso del euro pareció quedar atrás, asomó el fantasma de la deflación. Fue entonces que el BCE dispuso tasas de interés negativas, una inyección de liquidez a la banca y por sobre todo, un nuevo programa de expansión monetaria a través de la compra de deuda entre el 2015 y el 2018 por € 2.6 miles de millones de euros.

Como culminación de este derrotero, en el pasado mes de septiembre, en vísperas de su partida, el Sr. Draghi impulsó un amplio programa de medidas, que incluyó una baja de la tasa de interés desde el -0,4% al -0,5% anual que es la que el BCE cobra a las instituciones financieras por recibir sus fondos inactivos, la postergación indefinida de un posible aumento de esta tasa y el restablecimiento del programa de compra de deuda por € 20.000 millones mensuales.

Esta decisión fue resistida por varios miembros del Consejo de Gobierno del BCE.  Los representantes de los países nórdicos consideran que la evolución de la economía europea aún era relativamente normal y no requería de medidas tan extremas. También insisten en la inconveniencia de las tasas negativas de interés, en tanto inducen a la inversión a asumir riesgos excesivos y penalizan al ahorro. De igual modo, entienden que el BCE se está auto limitando en su capacidad para enfrentar un eventual proceso recesivo en el futuro. 

En conclusión, Draghi se va del BCE después de ocho años dejando una herencia con sus luces y sombras. Por cierto su principal objetivo inicial se ha cumplido, porque la  euro zona está ahora en una situación de estabilidad más firme que en el 2011.

En contrapartida, Draghi deja una política monetaria muy acotada en sus posibilidades de infundir un nuevo vigor a la economía, en un tiempo en que hay dudas sobre el dinamismo de futuro. También está presente la preocupación por los efectos del nivel negativo de las tasas de interés. Finalmente, hay una profunda división entre los miembros del Consejo de Gobierno del BCE sobre las políticas seguidas hasta la fecha y las que puedan adoptarse en el futuro.

Christine Lagarde tendrá que conducir al BCE en un equilibrio muy fino entre lo que se hizo y lo que se pueda hacer frente al devenir de los acontecimientos de futuro. Seguramente, al igual que Draghi, habrá de aspirar a que su gestión se desarrolle en el marco de una política fiscal más expansiva de los gobiernos, en especial de Alemania, pero nada indica que pueda lograr el éxito que no tuvo su antecesor.

Así que lo más probable es que en el futuro, la política del BCE esté marcada por la orientación conservadora que viene desde el norte europeo.

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