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El derrumbe

Es imposible confundir la ruina del chavismo con los cimientos de una sociedad más libre y próspera
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08 de abril de 2017 a las 05:00
Venezuela ilustra sobre los desastres de la demagogia y la enorme distancia que puede mediar entre las palabras de los gobernantes y los hechos. Su pueblo languidece entre la escasez más completa, el miedo y el creciente autoritarismo de un régimen que fue popular y se cae a pedazos.

El 82% de una población de 30 millones estaba en la pobreza el año pasado, según cálculos universitarios, y el hambre campea. Nada pasa allí, salvo el tiempo, el absurdo y la violencia. ¿Cómo llegó a eso una nación que tuvo indicadores socio-económicos superiores a los de Uruguay?

A fines de los años de 1990 el petróleo barato, a US$ 10 el barril, acabó con largo predominio de los partidos políticos tradicionales, Acción Democrática y Copei, corrompidos hasta los huesos, y empujó al ex militar golpista Hugo Chávez hacia el poder.

La gran trepada del precio del petróleo en los años siguientes, que rozó los US$ 150 en 2008, financió sus designios y su gran popularidad, que cimentó en amplios programas de asistencia a los más humildes, y en interminables charlas y fanfarronerías televisadas.
Los altos precios del petróleo estimularon en el mundo la prospección de nuevos yacimientos y las nuevas tecnologías.

El fracking (presión hidráulica para extraer gas y petróleo del subsuelo) convirtió a Estados Unidos en uno de los principales productores, al mismo nivel que Arabia Saudita y Rusia, el precio del barril cayó en picada y junto a él se hundió el "socialismo del siglo XXI".

Chávez, quien lo mismo invocaba a Bolívar, Marx o Jesucristo, llevó los males venezolanos de siempre hasta el paroxismo: monocultivo, depredación, paternalismo, despilfarro, burocracia y corrupción. Y cuando su muerte se avecinaba, designó a Nicolás Maduro como sucesor.

Fue un típico gesto de ególatra: investir en su lugar a un monarca gris, sin mayor talento, que jamás podría eclipsar su sitio en la historia.

Primero huyeron los muy ricos y corrompidos, que dejaron su lugar a una nueva burguesía afín al chavismo. Luego Venezuela, tradicional receptor de inmigrantes, comenzó a expulsar también a sus hijos más rebeldes, ambiciosos o mejor preparados.

Legiones de jóvenes pululan en las ciudades de la región, desde Manaos a Bogotá o Miami, empleados en cualquier cosa en procura de una oportunidad.

Venezuela es un perfecto muestrario de los disparates que suelen provocar el estatismo y sus reyezuelos.

El líder y su partido hicieron que todos dependiesen de ellos y comiesen de su mano: la vía más directa hacia el poder absoluto. Una economía rentista, que no se basa en la iniciativa y el trabajo duro, yace sepultada bajo las ineficiencias.

El sistema no funciona ni funcionará, salvo como agonía interminable. Una gran suba de los precios del petróleo solo podría dar una bocanada de oxígeno, pero no curará la atrofia general ni dará vida a una sociedad postrada.

Pdvsa, la petrolera estatal, una suerte de Estado dentro del Estado, tiene una nómina inflada y extrae cada vez menos petróleo debido a la falta de inversión y a la huida del personal calificado. El gobierno cubre buena parte del presupuesto, ahora impagable, con grandes cantidades de billetes nuevos, lo que provoca una gran inflación que carcome los ingresos de las personas. La serpiente se muerde la cola.

Maduro, un personaje de opereta, culpa a Estados Unidos y a sus enemigos políticos y económicos de todos los males. Pero, con independencia de lo que hagan sus enemigos, es seguro que el régimen se hunde solo, sin necesidad de empujón alguno.

Uruguay hizo buenos negocios con Venezuela. En 2013 le llegó a vender US$ 450 millones en alimentos, el 4,9% del total de sus exportaciones, por encima del valor de mercado. Pero la quiebra del país y los impagos redujeron las colocaciones a un mínimo.

Buena parte de la izquierda uruguaya hacía el ridículo por su tenaz justificación de Chávez y Maduro. Ahora por fin el gobierno y la mayor del Frente Amplio tomaron distancia y se pusieron en línea con lo que cualquier ciudadano percibe.

No hay magia allí. No es posible confundir la demagogia y las boutades de Chávez o Maduro con una ideología sustentable, ni el desastre que provocaron con los cimientos de una sociedad más libre y próspera. Solo el Partido Comunista y algunos grupos radicales, que históricamente han sido los últimos en enterarse, se aferran a los restos del naufragio.

El chavismo es otro capítulo de la larga y dolorosa historia latinoamericana de caudillos autoritarios y su brujería socio-económica, y una nueva frustración para millones de personas que alguna vez creyeron en ellos como en Mesías.

La catástrofe ante todo es de raíz cultural. Un sector de la oposición, formada por viejos oligarcas y golpistas, no es la solución sino parte del problema. El poder real al fin descansa en los militares, quienes decidirán la suerte. Pobre Venezuela.

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