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El Observador | Leonardo Pereyra

Por  Leonardo Pereyra

Columnista político
20 de marzo 2023 - 5:00hs

Fueron tiempos de miedo, de muerte, de soledad, del tapabocas como lamentable carta de presentación entre los seres humanos. Este lunes 13 de marzo se cumplieron tres años del inicio de la emergencia sanitaria en Uruguay obligada por la pandemia del coronavirus que entonces se extendía por el mundo como una mancha voraz imparable.

Una pandemia que, según muchos auguraban, nos haría más solidarios, más tolerantes y considerados frente a las miserias ajenas. Se sabe que nada de eso sucedió, que el mundo siguió andando como siempre y que si algo había que aprender, no se aprendió nada.

La clase política uruguaya no fue ajena a esa desidia. Uno esperaba que ante tamaña masacre mundial –de personas, de familias, de economías- el recién asumido gobierno multicolor y el Frente Amplio como nueva oposición tras 15 años de poder- se abroquelaran espalda con espalda para enfrentar a un enemigo casi desconocido.

La espera de esa conjunción política fue vana. Unos y otros se enzarzaron en necesarias discusiones acerca de cuánto había que cerrar o abrir la sociedad y la economía, pero lo hicieron con escasísimas instancias de diálogo, echando culpas o solo señalando imprudencias.

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Tras la pandemia el mundo siguió andando como siempre y si algo había que aprender, no se aprendió nada.

Consultado por El País este lunes sobre el aniversario de la llegada de la pandemia, el senador frenteamplista Charles Carrera recordó: “Fueron momentos duros, pero como siempre digo, se aprende más durante las adversidades que durante los buenos momentos”. En tanto, tras renunciar a su cargo, el ministro de Salud Púbica, Daniel Salinas, sostuvo ese día que el país "nunca estuvo tan unido" como en la "crisis" del coronavirus, y agregó: “Cuando vamos juntos en pos de un propósito sumamos muchísimo más, ese es mi mensaje para todos los políticos y para aquellos que pretendan serlo en un futuro".

Resulta difícil entender cuál fue el aprendizaje referido por Carreras, ni cuál la unidad que rememora Salinas. En el recuerdo de aquella crisis está, entre otras cosas, el discurso del Frente Amplio acerca de la visión “economicista” del gobierno y de las “muertes evitables” que, según la izquierda, el gobierno no quiso evitar. Y se escucha el eco de los señalamientos desde el oficialismo a una supuesta intención opositora de organizar marchas para complicar el panorama y expandir la peste del covid.

La cantinela de la tolerancia empieza a hartar cuando no se derrama en políticas de Estado pensadas en común para solucionar asuntos que cada vez son más urgentes.

La pandemia dejó el tendal y los políticos dejaron claro que ni siquiera ante una urgencia planetaria son capaces de dejar de calcular costos partidarios. Es más, mientras el covid aún hacía sentir cierto rigor, unos y otros comenzaron un debate encarnizado acerca del contenido de la tímida Ley de Urgencia del oficialismo que incluyó descalificaciones y mentiras surtidas.

Si no pudieron congeniar entonces, mucho menos lo harán en estas circunstancias en que la normalidad volvió al Uruguay. Una normalidad en la que se vive desde hace décadas, en la que miles de personas viven en la pobreza extrema, y en la que una clase media deprimida pelea día a día para llegar a fin de mes. Por estos días las cosas no han mejorado. Ya se trate de una baja de impuestos como de una suba en los índices de delincuencia, o de las andanzas de un guardaespaldas delincuente, cualquier monedita sirve para gastar el tiempo pegándole al adversario en lugar de pensar en soluciones comunes.

La clase política uruguaya suele ser puesta de ejemplo en otros países como muestra de convivencia pacífica entre sus integrantes. Esto es cierto, pero la cantinela de la tolerancia empieza a hartar cuando no se derrama en políticas de Estado pensadas en común para solucionar asuntos que cada vez son más urgentes.

Mientras tanto, miles de votantes aportan lo suyo para atizar estos desencuentros, azuzando la agresividad de los gobernantes desde las redes sociales, esas plazas virtuales en donde se pelea mucho y se piensa poco.

En otro orden de cosas, las publicaciones de variedades del mundo dieron cuenta esta semana acerca del testimonio de un autoproclamado viajero del tiempo que se encaminó hasta el año 2671, pegó un vistazo y volvió para advertirnos que el próximo 23 de marzo una raza alienígena invadirá la tierra.

Yo sé, paciente lector, que usted no cree en estos delirios interplanetarios. Pero ante la peregrina posibilidad de una incursión extraterrestre, ya se prefigura un ardiente debate entre los políticos uruguayos para resolver si, ante la inesperada visita, a los agresores del espacio los enfrentamos por decreto o si la pelea requiere del armado de una comisión parlamentaria previo llamado a sala al Ministro de Relaciones Exteriores.

De cualquier manera, en Uruguay podemos echarnos mansos al sol a esperar la invasión porque, por más apuro que tengan los viajeros interestelares en sus afanes de conquista, se sabe que a este perdido rincón de la galaxia todo llega invariablemente más tarde.

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