Gustavo Almirón

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El diciembre en que Papá Noel colgó el traje: la historia de un uruguayo y sus navidades de zafra

Gustavo Almirón pasó más de veinte años interpretando a Papá Noel y una serie de problemas de salud lo alejan por primera vez de su trabajo
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23 de diciembre de 2023 a las 05:02

Papá Noel está internado en una habitación del Hospital Pasteur de Montevideo. Su cama ocupa el rincón de una habitación donde caben otros siete pacientes, pero en este día inusualmente fresco de fin de año sus vecinos más próximos parecen haber abandonado el lugar. Su esquina está vacía y él, entonces, tiene espacio para hacer de esa porción un cuarto propio, para conseguir algo de intimidad y, sentado en el sillón del acompañante, peinándose la barba blanca con los dedos, desplegar esa cordialidad expansiva que parece no abandonarlo. Y así, transitar este primer diciembre sin el traje rojo.

Gustavo Almirón tiene 71 años y es Papá Noel, o al menos es uno de los tantos que, en esta época, aparecen en la calle, los shoppings, las publicidades, los carteles, las fiestas. Todos los diciembres desde hace dos décadas él se pone la bolsa de regalos al hombro, le hace caso omiso al verano y durante cinco horas, de martes a domingo, se transforma en un concepto: en la figura que guarda y mezcla como máquina centrifugadora los deseos infantiles, la fantasía de una época cargada de significado, la imagen navideña tradicional, el pulso del capitalismo que adoptó a ese personaje como propio.

Para Almirón diciembre es la zafra. Ese momento del año en el que no para, en el que no puede parar. Ni siquiera lo hace el 24 de noche, mientras en buena parte de las casas uruguayas el cordero empieza a cortarse, alguien se queja de que se llenó con la picada y el tío ya está entonado pidiendo que le suban el volumen a Gilda.

Este 24, sin embargo, no habrá nada de eso para él. Quiero decir: no habrá traje, entradas triunfales en casas ajenas, esa sensación de que una parte de la felicidad con la que se encuentra es en buena medida un producto que él provee. Un regalo que puede hacer. “Seguramente lo pase acá”, dice, y luego se toma un minuto. Alguien en esa sala del Pasteur pide que le den un calmante a un paciente, una enfermera lo asiste, Almirón mira de costado la escena. Luego retoma el hilo de lo que estaba diciendo.

En los últimos tiempos, la diabetes que le descubrieron en 2014 avanzó y se unió a otras complicaciones de espalda, a una úlcera, a la artritis y una erisipela que no le deja en paz la pierna izquierda. Los días en el hospital no han sido fáciles, pero los soporta con optimismo. Ya está pensando en la Navidad 2024.

“Me perdí diciembre, pero si no paro en el futuro no voy a poder hacer nada. Me agarró todo junto y dije ‘hasta que no esté bien, no me voy de acá’. Me han hecho de todo. Hasta reformaron un tomógrafo, porque lamentablemente en Uruguay no hay uno para gente que pese más de 130 kilos. Es vergonzoso, pero es así”, dice con una amargura que, por otro lado, borra enseguida: no le gusta detenerse en la parte mala de las cosas. 

Por eso enseguida pasa a hablar de los niños. Piensa en los que se perdió de conocer este año, pero más en los que durante estos años se cruzaron con él, en los de la escuela 108 de Solymar norte, con los que trabaja desde hace años en su otro rol, el que ocupa el resto de su año no navideño: la danza. Porque antes de ser Papá Noel, Almirón consolidó una carrera como profesor en esa disciplina, que lo llevó, según su cuenta personal, por 64 escuelas y 23 colegios. Hoy, además de estar en esa institución de Solymar, tiene dos grupos de danza de adultos. Su especialidad son los bailes folclóricos.

“Hoy fue la fiesta de fin de cursos de la escuela, estuve trabajando todo el año con ellos enseñándoles el Pericón. Antes de empezar el acto hablaron y dijeron 'este Pericón lo hacemos en honor a Gustavo, que no puede estar con nosotros'”.

Almirón no nació Papá Noel. Como el resto de los que lo interpretan, se encontró con él en el camino. Hace mucho tiempo, cuando su pelo todavía no era completamente blanco y ni siquiera pisaba los 50, una conocida le preguntó si no se animaba a ponerse un traje, soportar el calor y salir a repartir regalos con ella. Él dijo que sí. Total: ya lo había hecho antes. Podía ser el hombre de los renos una vez más.

“Había hecho de Papá Noel en el colegio María Auxiliadora, para una fiesta. Me habían hecho un traje de tnt, me hicieron bajar por una escalera de un segundo piso. ¡Encima se me rompió el pantalón y se me cayó! Mi primera vez fue accidentada, pero fue bárbara y los gurises estaban chochos de la vida. El traje me quedaba bárbaro. Y entonces, con esa compañera, empezamos a trabajar. Yo tenía cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco años. Tenía mucha barba y era algo canoso. Uso barba desde los 18 años. Cuando termina diciembre me la corto, el pelo también bien cortito, y por mayo me lo corto otra vez para prepararme para fin de año. Y hasta que no termina la zafra no lo toco más”, dice. 

Hoy, su barba es la de Papá Noel. Y aunque el panorama sea otro, sigue siendo diciembre.

Gustavo Almirón

Universo Santa Claus

Almirón consiguió su trabajo más estable como Papá Noel en 2011. Desde ese año está sentado todos los diciembre en el shopping Tres Cruces, seis días a la semana, cinco horas, tomándose fotografías con cientos de niños que pasan a diario, que le piden cosas, que quieren conversar con él, que lo abrazan, le tiran de la barba, algunos que dudan de su veracidad, otros que compran de ojos cerrados su ficción. También lo contratan de fiestas particulares. O personas que quieren que el 24 de noche esté en sus salas de estar y patios personificando a esa figura a la que le confió sus fines de año.

“Los 24 me contratan mucho para llevar regalos a niños de todas partes. Este año, por ejemplo, ya me habían llamado de Pocitos, de Villa Argentina, del barrio San Nicolás, de una fiesta en el Parque de los Aliados, de una hamburguesería. No pude ir, pero es así todos los años. Yo los 24 de diciembre me pongo el traje de Papá Noel a las 6 de la tarde y me lo saco a las 2 de la mañana.”

Más o menos una hora después llega a su casa en Parque del Plata. Al otro día, el 25, se reúne con su familia y celebran. Es el momento en que los ve: cuando la percha sostiene el peso de la última noche de su cosecha laboral.

Pero él no es el único Papá Noel de esta ciudad. Lo dicho: hay por todos lados, en todos los shoppings, en la calle, en las fiestas. De hecho, de vez en cuando en los medios suele aparecer contando su historia uno de los más longevos, Alejandro Bellocq, que durante más de 25 años estuvo en el Portones.

Incluso no todos trabajan por su cuenta o se dedican completamente a esta figura puntual. En la empresa Artistas promotores, que hace 30 años ofrece distintos servicios artísticos, diciembre también es un momento de zafra y cuando los pedidos de Papá Noeles aumentan, aunque tampoco consideran que esté entre lo más solicitado. Justamente, su encargado Edgar Rodríguez, recuerda que desde allí apuntalaron, por ejemplo, la carrera de Bellocq como Papá Noel, e introduce un elemento nuevo en la interpretación: lo agotador que es ser el símbolo de la Navidad.

“Quienes se visten de Papá Noel tienen una cierta responsabilidad al ponerse el traje. Hay momentos críticos permanentemente, tenés de repente una fila con 150 o 200 personas que piden exigencia máxima. Hay que estar a la altura en todo momento. Es muy agotador además, y requiere de mucha responsabilidad”, asegura Rodríguez.

Ser Papá Noel, además, parece generar cierta influencia sobre quienes lo interpretan. Transformarse en un ser mitológico deja necesariamente “secuelas”, y de eso el que sabe es el documentalista argentino Néstor Frenkel.

Exponente de una manera de hacer documentales que se aleja de lo usual, Frenkel es el hombre detrás de hallazgos como Amateur, Los ganadores, El coso y, sobre todo, Todo el año es Navidad. En ese documental de 2018 —que se puede ver gratis en el sitio DocuDac durante todo diciembre—, Frenkel aborda el mito navideño más popular de la Tierra a partir de una suerte de casting donde desfilan una decena de Papá Noeles argentinos, que muestran de distintas formas hasta qué punto sus vidas están caladas por el hombre del traje rojo y el jojojo. 

“Me parecía que ser Papá Noel no podía ser gratis”, dice Frenkel desde Buenos Aires. “Nadie puede salir igual de la experiencia de estar tanto tiempo seguido, casi un mes entero, muchas horas por día, haciendo ese personaje. En realidad, no solo haciendo un personaje, porque cualquier actor puede hacerlo y salir de él, sino actuando para un público que no es consciente de que está viendo un actor haciendo un personaje. O sea que el pacto ahí con el espectador es distinto. Realmente estás encarnando eso y ante los ojos del otro, de los niños, sos eso. Durante muchas horas del día están creyendo que vos sos un ser mágico.”

Fotograma de Todo el año es Navidad, de Néstor Frenkel

Con los Papá Noeles de Todo el año es Navidad efectivamente pasan cosas. Caminando por una fina línea entre la comedia, el registro y la burla, los retratos que entrega Frenkel son desopilantes y sorprendentes. Desde un Papá Noel del Partido Obrero, a uno que se cree un superhombre capaz de seducir a miles de mujeres por semana, la película descubre las capas innumerable que tiene la fantasía navideña de este lado del planeta, donde Papá Noel se transpira y espera el choripan en el carrito.

“Entre todos construyen a la figura de Papá Noel, en una película sobre la magia y la fantasía, pero también sobre el trabajo, el consumo y el capitalismo”, concluye el realizador argentino.

El camino de Gustavo Almirón

La fama de Papá Noel a Gustavo Almirón lo precede, pero también sus años como profesor de danza en todos los colegios y escuelas por las que pasó. Pasó años impulsando el pericón y otros bailes típicos, y su vínculo con los alumnos siempre fue cercano, por lo que a veces le pasa: alguien lo reconoce debajo de la barba y el traje y se sorprende. Le pasó, por ejemplo, a Ximena Lema, gerenta de marketing de Tres Cruces, cuando se encontró con que el Papá Noel que trabajaba con ellos había sido su profesor en Los Maristas.

“Le apasionan los chiquilines, tiene mucha química con ellos, es cálido y lo recuerdo así también como docente”, cuenta Lema. “Cuando me reencontré con él en 2019 fue muy emotivo, primero porque no podía creer que fuera él y fuera Papá Noel. Teníamos que grabar un aviso, lo vimos en un rodaje y le dije 'vos sos Gustavo Almirón'. Nos quedamos charlando en un banco del shopping de madrugada, nostalgiando”.

“A él se le va la vida en esta zafra, es su manera de hacer la diferencia. Gustavo siempre fue un tipo encantador, un papá noel genuino, de mirada tierna, de sonrisa gentil, con esa barba blanca tan natural. La salud no lo está acompañando y para él debe ser durísimo a todo nivel, pero tengo la esperanza de que el año que viene pueda volver”.

En su habitación del Pasteur, él espera lo mismo. Extraña el lugar que siente que ganó con los niños, el contacto que transforma lo que para otro podría ser solo una changa mensual, en algo más. Extraña que cada niño que se le cruza quiera darle dar sándwiches o pebetes pensando que tiene una noche larga por delante —que es, por otro lado, cierto—, extraña los imprevistos, incluso alguna que otra escena tirante con los padres, o accidentes que lo dejaron fuera de órbita, como cuando recibió un cabezazo involuntario de parte de un niño que le rompió varios dientes. Piensa en sus primeras Navidades en San José, en la casa con patio y aljibe en la que creció y que dejó hace décadas, piensa en cómo esperaban los regalos que otro Papá Noel dejaba sobre ese pozo de agua que dominó el paisaje de su infancia.

“No conozco demasiados Papá Noeles más, pero esto es muy personal. Cada uno lo enfrenta de manera muy personal, y creo que todos tratamos de lograr lo mismo, que es hacer felices a los gurises. Ahora estoy pensando en la Navidad del año que viene. Acá se me ocurrió que puedo comprar unos chapones y podría hacer unos dibujos para imitar al trineo con el auto. No sé. Para que me vean llegar y se ilusionen. Cada año trato de pensar nuevas maneras para mejorar mi presencia como Papá Noel”, dice, para mostrar que se lo toma en serio.

También se toma en serio la historia de su personaje. Tiene anotados siempre los nombres de todos los renos por si se lo preguntan, además de que le ha dedicado mucho tiempo de lectura a la verdadera historia de San Nicolás, Santa Claus, el Viejito Pascuero o como se lo quiera llamar. 

“Estudio la historia de Papá Noel todo el año. Esto viene del año 2 d.C., de Nicolás de Bari, que era hijo de una familia muy adinerada y cuando fallecieron sus padres decidió dar regalos a todos los niños e indefensos. Él se muere en el año 385 y ahí la historia sigue y nace un personaje nuevo. Pasa a EEUU, a Inglaterra, a Francia y ahí empieza la historia”, cuenta. “Todos dicen que sus colores son de Coca-Cola, pero no, es el color de las túnicas de los obispos de la época”. 

¿Es necesario saber esto para interpretarlo? ¿No basta con ponerse el atuendo y una barba postiza? Para Almirón está claro que no. Uno tiene que entender el peso del traje que se pone. Por eso él nunca dejó de lado la gravitación de la figura, su significado. Para que los niños lo crean, uno tiene que saber. Uno tiene que, en algún punto, creerlo también.

“Los niños preguntan y no podés inventar. Más hoy, con Google. Tengo que saber lo que estoy haciendo. Es como en la danza. Tengo que leer mucho, y esto es lo mismo. Porque después cada vez que te ponés el traje podés pensár 'qué bueno que hoy voy a hacer feliz a unos cuantos niños'. Eso es impagable. Y este año lo extrañé”.

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