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El domingo que fui a votar en un “Uber” de Juan Sartori

Durante algunas horas esperé que un vehículo al servicio del precandidato blanco me pasara a buscar y me llevara a votar
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01 de julio de 2019 a las 05:03

En Facebook aparecía un número de celular para coordinar el traslado. El sábado una mujer llamada Graciela respondió a mi consulta, preguntándome donde vivía, si sabía dónde votaba y pidiéndome que le pasara el número de credencial. Graciela confirmó el lugar de votación y me señaló que otra persona me llamaría para coordinar a qué hora del domingo me pasarían a buscar para llevarme y traerme de regreso.

Desde el comando del precandidato nacionalista Juan Sartori se había anunciado que entre 3.000 y 4.000 voluntarios con auto, a los que se les pagaría el combustible, estarían a disposición de quienes necesitaran transporte para ir a votar. Además habían alquilado unos 800 autos. Esos fueron los números que manejó el Óscar Costa, mano derecha de Sartori, en nota con El País. El Observador también había informado que equipos de militantes y empleados reunían datos de personas que necesitaran ser trasladados y los cargaban en un software para organizar la logística.

¿Funcionaría ese esfuerzo para acarrear votantes, una imperiosa necesidad del  precandidato sin la tradicional estructura partidaria? ¿Cómo sería la experiencia para los votantes?  De esas preguntas surgió la idea de ir a votar con el transporte que ofrecía Sartori, y hacerlo como cualquier ciudadano, para que resultara genuino.  

A media mañana del domingo, nadie había llamado por lo que me comuniqué con Graciela. “Ya te llamarán. Ya lo van a hacer”, me aseguró.  
Pasadas las 13.00 llamó un hombre que se identificó como integrante del grupo de Sartori. Coordinamos que un compañero, que estaba en la misma zona que yo pasaría por mí una hora más tarde.

Poco antes de la hora indicada llegó el llamado. La voz de un hombre joven se presentó y dijo que estaba a 20 minutos. Enseguida recibí otra llamada, pero desde otro celular. Otro hombre, que también se presentó como integrante del grupo de Sartori, me consultó si necesitaba transporte. Cuando le expliqué que ya había coordinado hacía instantes se despidió con  “perfecto”.    

Decidí esperar en la esquina, aunque me arrepentí a los pocos segundos. El frío era cruel. Al poco rato, otra llamada con un “estoy llegando” y a los pocos minutos otra con “estoy aquí”, y vi a un chico sonriente que a mitad de cuadra saludaba con la mano.  Había pasado toda la mañana a la espera de que apareciera el conductor de Sartori.

Personalizado

En un auto viejo, sin banderas ni pegotines partidarios, el chico se ubicó en el asiento de acompañante junto al joven conductor que me saludó con simpatía. Apenas me estaba acomodando atrás, cuando escuché que decía “selfie” y me vi sorpresivamente inmersa en una foto.

“He sacado selfie con todos los que llevamos hoy”, me explicó antes que le preguntara.
La conversación durante el trayecto fue cordial. Contaron que eran voluntarios y que se les pagaba la nafta. Uno de ellos era además delegado. No me ofrecieron una lista, ni me consultaron por mí voto; pero el delegado me pidió si podía fijarme si en el cuarto secreto había listas de Sartori.  Estaba preocupado porque le habían contado que estaban desapareciendo listas del precandidato.

Me acompañó al lugar de votación, y hasta el circuito correspondiente. No había nadie. Cuando a los pocos minutos salí del cuarto secreto, también estaba allí.

En el viaje de regreso, la conversación fue por diferentes andariveles: desde dónde guarda uno la credencial hasta lugares buenos para comer en la zona; desde  el frío que hacía y de cómo en las internas vota poca gente (“en las nacionales vamos a tener que andar en una camioneta”) hasta la aplicación  que estaban usando, que mostraba los recorridos de cada voluntario de Sartori en la jornada electoral. Como un Uber.

Poco antes de llegar, les señalé que pensaba que me encontraría en el auto con otros votantes. El chofer me respondió que eso hubiera sido lo deseable, pero explicó, con una gran sonrisa, que el traslado era “personalizado”. Se despidieron con un bocinazo.

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