Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Zikitipiú > Seguridad

El execrable senador, su concubina y el nosocomio donde parió

Quienes critican a la crónica roja pegan muchas veces en la herradura y pocas en el clavo
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04 de junio de 2012 a las 00:00

Pensar que la información policial que difunden los medios de comunicación es responsable de la inseguridad pública, es una tontería. Pensar que es la única responsable de la sensación de inseguridad que reina en mucha gente, un reduccionismo.

Lo que sí parece un hecho es que esa información no resulta inocua en los pujos y picos de presión que se notan en ciertos sectores cuando hay algún episodio resonante de inseguridad, sobre todo si se divulga a través de la TV, el medio de comunicación masivo por excelencia.

A veces por impotencia, a veces por ignorancia, los políticos critican a la información policial, pero en general golpean en la herradura y pocas veces en el clavo. Parece lógico, la información no es lo de ellos, aunque lejos de ocultar su ignorancia la exhiben todo el tiempo.

Cuestionar la cantidad de información policial que se divulga puede ser algo muy relativo si se tiene en cuenta que hay unos 400 delitos de todo tipo por día. Criticarla por excesiva expone a estos críticos al riego de que alguien alguna vez les diga: “Ok, ¿quieren poca información policial? Solo daremos un 5% del total”, y entonces habrá 20 noticias policiales por noticiero.

El problema no está en la cantidad sino en otro lado y sólo los medios pueden darse cuenta y asumir qué es lo que están haciendo y cómo lo están haciendo. Las reacciones adversas que se generan en las redacciones cada vez que un político sale a meter presión con medidas que hacen pensar en la censura, no alientan a la autocrítica sino al corporativismo.

¿Qué significa?

A la hora de evaluar la información policial quizás haya que reescribir los manuales. Si noticia es todo aquello que resulta novedoso habrá que buscarle una explicación a por qué seguimos haciéndonos eco de los hurtos (considerados un delito menor) si hay 100 mil cada año, unos 300 por día. ¿Cuál es la novedad?

Lo que ocurre es que los medios tienen en esa área –policiales, seguridad- un periodista fijo buscando información. A veces, este sabueso encuentra material del “bueno”, delitos muy violentos, casos de sangre, un golpe grande. Pero a veces el cancerbero no se encuentra con nada grande y entonces echa mano a las cosas chicas, porque el espacio de policiales está, y hay que llenarlo.

En otros ámbitos de la vida pública también ocurren hechos todos los días -en la salud, en la enseñanza, en los centros comunales zonales- pero no siempre tiene por qué haber notas sobre eso. Sobre policiales, en algunos medios siempre tiene que haber.

Imaginemos que ponemos a un cronista fijo a seguir las escuelas. En vez de un cronista policial un cronista escolar. Entonces, en vez de hacer notas globales acerca de que un 12% de las clases se pierden por faltas docentes, tendríamos el detalle de que en tal escuela faltó un maestro y que en otra faltaron dos. ¿Nos vamos a enterar de todas las faltas de docentes cada día?, no, como tampoco nos enteramos de todos los 300 hurtos que hay en un día. Nos enteraríamos de faltas aisladas y las informaríamos así, sin más, porque aunque no quieran decir nada en sí mismas hemos dedicado un periodista a buscar allí, y al fin y al cabo algo consiguió. Y podríamos justificar su publicación porque las faltas docentes, como los hurtos, son un asunto de interés público.

Y, ¡ojo!, podríamos justificar el publicar sólo algunas faltas, no todas, al igual que los robos aislados que se informan cada día. Incluso si nos enteráramos de todas las faltas docentes, o de todos los robos, y cometiéramos el despropósito de informar sobre todas ellas y todos ellos, ¿qué querría decir esa información? ¿Qué hoy hubo más que ayer? ¿Qué fueron cualitativamente distintos? Es nuestra tarea darle significación a los hechos, entonces ¿qué significa ese glosario de hurtos que publicamos casi como avisos clasificados?

¿Suena absurdo contar cada día que un docente faltó en tal o cual escuela? ¿Por qué no es absurdo entonces contar que hubo un hurto en tal o cual barrio? Uno en 300, ¿cuál contamos?, ¿el mejor?, ¿el más destacado por algo? no, uno cualquiera, el que nos enteramos.

Nuestro relato de los asuntos de la seguridad pública es incompleto por un lado, pero detallista hasta lo absurdo por otro. Un árbol hoy –ni el más grande, ni el más interesante, ni el más nada- un árbol hoy, o dos árboles, y mañana otros dos árboles, cualquiera. Nunca, o casi nunca, el bosque. El lobo, siempre.

Por supuesto que se trata de mejorar los textos de la crónica roja en los que haya hombres y mujeres y no “masculinos” o “femeninos”, y pensar antes de escribir por qué los senadores van a sanatorios y tienen mujeres o esposas, mientras que los protagonistas de la crónica roja van a “nosocomios” y tienen “concubinas”. Pero lo importante no está solo en lo semántico. En todo caso, la calidad en el texto o el relato de cada una de esas informaciones revela el poco cuidado que en general se tiene al valorar ciertas cosas: se muestran caras, se tilda de homicidio o rapiña a casos que quizás no lo sean, y todo con una ligereza que no se suele aplicar, por ejemplo, en las páginas de información política. Y ni hablemos de la musiquita de fondo.

“Vergüenza”

Tras el crimen de La Pasiva, un cronista de canal 4 mencionó a los “presuntos implicados”, y desde estudios el conductor del informativo le preguntó a su colega si tenía “vergüenza” de llamar “asesinos” a los sospechosos. Si hubiese sido un político el denunciado, seguro no lo tildaban de estafador ni siquiera luego de que resultara condenado.

Pero en el mundillo de la crónica policial, ya no el mero procesamiento de una persona, sino su detención por parte de la Policía convierte al sospechoso en culpable. En estos días los canales de TV enfrentan un juicio por el caso de una niña que murió por causas naturales a pesar de lo cual sus padres fueron exhibidos en los noticieros donde los señalaron como violadores cuando no había un fallo judicial que los imputara.

En general, cuando la crónica roja viola derechos de la gente, las víctimas son pobres, ciudadanos que no tienen abogados a mano para defender su honor. El caso mencionado fue tan revulsivo que el asunto llegó a la Justicia.

Esto no es un asunto privativo de la televisión y nadie está libre de los desvíos cuando se mete en este submundo de policías y delincuentes. Hace unos días El Observador calificó de sicario varias veces en una nota a un muchacho que mató a un hombre con la intención de entrar así a una pandilla, y luego fue a refugiarse a la casa de su madre por temor a que lo agarraran. Tildar de sicario a alguien que actúa así es ignorar lo que ha significado el fenómeno del sicariato en algunos países de la región. En vez de apelar al argumento fácil de la teoría conspirativa, quienes asignan a los medios intencionalidades a la hora de armar el discurso de la información policial, deberían empezar a considerar la ignorancia como una de las responsables de las falencia que la prensa exhibe.

Pero así fue y así sigue siendo la crónica policial: desprolija, descuidada, un tanto tumbera, como el material que maneja. Y mientras desde el poder político surgen críticas -quizás honestas, quizás cargadas de intencionalidad- y en las redes sociales el anonimato se viste a veces de fascismo, a veces de estupidez colectiva, los medios de comunicación que se precian de tener un buen nombre, no deberían escatimar tiempo en revisar su actividad profesional, no para mejorar la inseguridad, un asunto multicausal y complejo cuya resolución no le compete a la prensa, sino, y simplemente, en honor a las pretensiones de verosimilitud y honestidad que, supuestamente, es lo que los diferencia de la morralla.

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