Alejandro Atchugarry

Opinión > ANIVERSARIO DE SU FALLECIMIENTO

El legado de Alejandro Atchugarry, el líder auténtico

Atchugarry nos dejó un legado difícil de emular: el concepto de hacer política con el objetivo de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, el anteponer la idea de la libertad como bien supremo a ser resguardado, el transcurrir el servicio público en el umbral más pleno de austeridad republicana
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19 de febrero de 2023 a las 05:01

Aún recuerdo aquel mensaje fatídico recibido hace justo seis años a 7.500 kilómetros de distancia encontrándome de viaje: “Los muchachos se fueron a despedir al sanatorio”. Un rato después, uno similar confirmaba el desgraciado desenlace.

Como si estuviera mirando una película, me veo a mí mismo frente a la ventana del apartamento en el que me encontraba, con la vista perdida en el horizonte y los ojos llenándoseme de lágrimas.

No es objeto de esta columna contar mis experiencias, los entrañables recuerdos y las vivencias personales. Más bien, busco compartir la gran interrogante que se me ha venido planteando y que tiene directa relación con la sociedad uruguaya de esta tercera década del siglo XXI y que guarda directa relación con la sensación de que ese dolor que me embargaba era compartido por toda la sociedad.

En efecto, hace justo seis años nos dejaba físicamente Alejandro Atchugarry. Para mí, un querido amigo que se constituyó en mi guía y mentor. Pero para la sociedad de nuestro país terminó constituyéndose, en forma poco previsible, en un verdadero héroe cívico y tal vez el único protagonista político que logró la adhesión unánime de la ciudadanía, como bien lo destaca un libro de reciente edición,

Desde que se retiró de la política activa por propia voluntad, me he venido preguntando qué es lo que puede llevar a un personaje como él, que le tocó protagonizar uno de los papeles más difíciles para un país en una situación de crisis, a constituirse en una persona reconocida, querida y admirada por toda la población.

¿Acaso no ha habido otros destacados protagonistas en nuestra historia? Sin embargo, ninguno ha logrado tal aceptación.

¿No pesa en este caso, como en otros, las banderías políticas, la tan mentada “chacrita”, la enceguecida defensa de los intereses propios y el irracional agravio para todo aquel que se sepa es de otra línea ideológica o partidaria que tan a menudo vemos en las discusiones diarias? En este caso que nos ocupa, todos estos deformados valores dan paso al más puro sentido de coincidencia y admiración.

Atchugarry logró lo que ningún político pudo lograr. Ingresó por la puerta grande de la historia, trabajando en beneficio de la sociedad y fue reconocido por ello unánimemente.

Al decir de Séneca: “Sólo en la fortuna adversa se hallan las grandes lecciones del heroísmo”.

Y aquel vasco tozudo, de raíces anarquistas, enamorado de los ideales de Batlle y Ordóñez, en la adversidad por los tiempos en que vivía y afectado por sus propios contratiempos personales, sin quererlo ni ambicionarlo, alcanzó el cariño y admiración de todo un país.

¿Cómo se logra tal demostración popular de aprecio y reconocimiento?

En mi criterio, el factor fundamental en este caso fue la autenticidad. Esa figura paternal que aparecía, aún contra su voluntad, en las pantallas de todo el país en aquellas horas críticas traslucía autenticidad. Esa preocupación constante por cada uno de los habitantes de la República denotaba que era realmente su sentimiento personal lo que expresaba. Nada de personajes concebidos por comunicadores expertos. Sólo un alma abierta a todos los que lo quisieran escuchar respaldada por un incansable sacrificio y dedicación.

Probablemente una de las más acabadas descripciones de estas características fue publicada en la página web de la BBC en español cuando Atchugarry dejó el Ministerio de Economía y Finanzas.

Expresaba la BBC: “Ser ministro de Economía no es tarea fácil, mucho menos cuando el país está en crisis. Ser ministro de Economía y ser respetado es aún más difícil. La mayoría son abucheados y criticados, pero por suerte, siempre existe una excepción a la regla. Esta vez la excepción se da en una de las economías más pequeñas de Latinoamérica, en Uruguay. Pero lo más interesante es que el ministro no es economista de profesión, sino abogado. No estudió los clásicos libros de economía. Simplemente aprendió a escuchar las necesidades de su gente y a negociar, y con su fórmula logró lo que muchos no han podido lograr en años".

Y seguía el medio británico: "Así es el perfil de Alejandro Atchugarry, quien fuera hasta hace poco el ministro de Economía de Uruguay. Un ministro que, aunque le parezca increíble, fue querido por la gente, sin importar bandos políticos, raza o religión. Un ministro que supo conciliar la izquierda con la derecha; una tarea dificilísima, bien lo saben los venezolanos por experiencia propia, y más que nadie, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. Escuchando la opinión de todos y sin subestimar a nadie, este ministro supo poner al menos en camino, la economía de un país que atraviesa por la peor crisis económica de su historia. Algo que muchos economistas graduados de instituciones de renombre internacional no han podido lograr. Y que quede en claro que no estamos hablando de otros que no sean los ministros y asesores que gobiernan nuestros países".

Y concluía: "Pero como todo lo bueno, pronto se termina. Atchugarry, el ministro querido por todos renunció.”

Esa autenticidad reconocida venía complementada de otras cualidades. La integridad del ser humano, la honestidad palpable, la notoria modestia y la empatía que lograba con quienes lo trataban lo constituían en un ser excepcional.

“La calidad suprema del liderazgo es la integridad”, decía Dwight Eisenhower, que sin dudas supo constituirse en paradigma de liderazgo a mediados del siglo XX por su comando en el triunfo de los aliados frente a los totalitarismos de la época y su posterior exitosa carrera política.

Más elocuente aún es otra definición establecida por otro militar victorioso, Douglas Mc Arthur: “Un verdadero líder tiene la confianza para estar solo, el coraje para tomar decisiones difíciles y la compasión para escuchar las necesidades de los demás. Él no se propone ser un líder, sino que se convierte en uno debido a sus acciones y la integridad de su intención”.

Por todo ello, Atchugarry no sólo nos dejó un imborrable recuerdo con su prematura partida. Nos dejó un legado difícil de emular: el concepto de hacer política con el objetivo de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, el anteponer la idea de la libertad como bien supremo a ser resguardado, el transcurrir la vida y en particular el servicio público en el umbral más pleno de austeridad republicana.

Y cuando en el frenesí de la vida actual el anonimato de las redes sociales ampara el insulto y el agravio, cuando muchas veces la discusión procura más la deslegitimación que el convencimiento, cuando el bien común queda de lado en beneficio de la ventaja personal, detengámonos para pensar como aplicar el legado de los excepcionales seres singulares. Pensemos en el sacrificio y la vocación de servicio de Alejandro Atchugarry y usémoslos como inspiración. Será el mejor homenaje que le podremos brindar cuando recordamos un nuevo aniversario de su desaparición física.

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