AFP

El mercado ve un futuro sombrío para Macri y adopta estrategias defensivas

Las fisuras del plan económico, sumado a las encuestas que favorecen la vuelta de Cristina Kirchner, llevaron a que los grandes fondos se deshicieran de los bonos argentinos. Con la volatilidad del dólar, emergen los rumores de cambios políticos

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27 de abril de 2019 a las 05:03

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Otra vez la historia repetida: parecía que Argentina había encontrado un poco de oxígeno como para llegar en relativa calma a las elecciones y poder diseñar un plan de reformas en el próximo mandato.

Había motivos para ello: el Fondo Monetario Internacional había autorizado los US$ 10.000 millones para que el ministerio de Hacienda cubriera el agujero fiscal, pero sobre todo, para que esos dólares, a razón de 60 millones por día, limitaran los movimientos bruscos en el mercado de cambios. Por otra parte, la cosecha récord parecía despejar todos los temores de que pudieran faltar dólares para surtir al mercado ante el clásico aumento de la demanda de billetes verdes que se producen en todos los años electorales.

Y, como si eso no alcanzara, el Banco Central aseguraba que con su política de “apretón monetario” y tasas exorbitantes no quedarían muchos pesos con los cuales ir a presionar el tipo de cambio. Los argentinos, en estos días vertiginosos, ya se olvidaron, pero fue hace apenas dos semanas que el titular del Central, Guido Sandleris, descartó una corrida cambiaria con el argumento de que las familias ya se habían dolarizado durante 2018.

Pero no. Otra vez el mercado mostró con crudeza la fragilidad de la economía argentina y la escasez de recursos de política económica cuando el pánico se apodera de la situación.
Nadie sabe a ciencia cierta cuál fue el disparador. Para algunos, fue una decisión del banco de inversiones JP Morgan –hasta hace poco considerado un “amigo” del macrismo, dado que muchos funcionarios trabajaron allí y muchas veces socorrió al gobierno en situaciones críticas-, que decidió abruptamente deshacerse de activos argentinos. Otros afirman que todo surgió luego de que fondos de Wall Street se reunieron con economistas del equipo kirchnerista y que éstos adelantaron su intención de promover un canje compulsivo del a deuda con una fuerte quita de capital.

Hay quienes atribuyen la corrida al cambio de expectativas a nivel internacional que derivó en un castigo a los mercados emergentes y que, como suele ocurrir, en Argentina se da de manera amplificada. No faltan quienes creen que todo empezó cuando, el fin de semana pasado, se difundieron encuestas que, por primera vez, daban a Cristina Kirchner ganándole a Mauricio Macri en un eventual balotaje.

Y, finalmente, los economistas argentinos más críticos afirman que todo era inevitable por las inconsistencias estructurales de la economía argentina.

Lo cierto es que en apenas dos jornadas el riesgo país superó los 1.000 puntos, el dólar se disparó y provocó el pánico entre los pequeños ahorristas, que pasaron de comprar 5 millones diarios a súbitamente teclear “enter” en las operaciones de home banking a un ritmo de 100 millones por día.

Los bonos de deuda soberana se desplomaron al punto de que se tornaron una de las inversiones de mayor retorno que se puede encontrar en el mundo, en un nivel propio de países al borde del default o en situación de guerra civil o desastre natural. Algunos papeles se consiguen a poco más de US$ 80 por cada US$ 100 de valor nominal.

Y se vio otro síntoma de la gravedad: Argentina volvió a las páginas de los grandes diarios financieros del mundo. Algo que sólo ocurre en momentos de grandes descalabros. El Financial Times dijo impiadosamente que el país se encontraba “al borde del abismo”.

Depresión y escasez de recursos

El gobierno de Macri se comprometió ante el FMI a que no volverá a incurrir en los viejos vicios de usar al dólar como ancla inflacionaria, y que no volverá a quemar reservas del Banco Central para sostener artificialmente bajo al tipo de cambio y abastecer de dólares baratos a los argentinos que viajan a Miami. Y con mucha más razón, claro, si esos dólares son del propio FMI, cuya principal motivación para haberle otorgado a Argentina el préstamo más grande de la historia -58.000 millones de dólares- es asegurarse de que va a cumplir sus obligaciones financieras sin caer en default.

Es por eso que los funcionarios tienen las manos atadas ante una escapada del dólar. No pueden vender en el mercado más allá de la dosis diaria de US$ 60 millones. Y sólo les queda rezar para que los exportadores agrícolas liquiden sus tenencias y, mientras tanto, seguir subiendo la tasa de interés y tratar de influir en las expectativas mediante contratos de dólar futuro. Fue lo que hicieron hasta ahora –la tasa volvió a niveles del 70%– y se reveló insuficiente. El reciente anuncio de que la banda cambiaria quedaría congelada por todo el año –es decir, que el “techo” a partir del cual el Banco Central tendría autorización para vender reservas quedaría fijo en 51 pesos argentinos– no surtió el efecto esperado. Lejos de recostarse contra el borde inferior de la banda, el dólar empezó a escalar a un ritmo que supera la capacidad anímica de los argentinos.

Corrieron versiones de todo tipo sobre gestiones desesperadas para lograr que el FMI aprobara el uso de los dólares dentro de la banda y aplacar las ansias del mercado. También se habló sobre el pedido de un permiso para, con los dólares del Fondo, recomprar bonos y de esa forma mejorar el perfil de endeudamiento a un bajo costo y, además, ponerle un freno a la suba del riesgo país. Llegó a mencionarse una gestión para que el Tesoro estadounidense concediera una línea crediticia directa.

Y, sobre todo, se especuló si el gobierno llegaría al extremo de desobedecer al Fondo y tomar los dólares para usarlos en esas acciones que se comprometió a no realizar.
Como siempre ocurre cuando hay una disparada cambiaria, la crisis financiera se transforma rápidamente en una crisis política. De manera que se habló no solamente sobre la necesidad de cambios de nombre en el gabinete sino de algo mucho más drástico como señal al mercado: la mayor especulación del momento es que Macri se baje de su postulación para la reelección y le ceda la candidatura oficialista a la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal.

En el ambiente político se bautizó a esa posibilidad como “el plan V”.

La gobernadora tiene mejor imagen y las encuestas marcan que podría ganarle a Cristina Kirchner en un balotaje. Pero, además, su carisma encanta a los empresarios del llamado “círculo rojo”. En un almuerzo organizado por los popes de todas las cámaras empresariales, prácticamente le pidieron que se pusiera al frente del proyecto político oficialista.
Ella responde con una negativa ambigua cuando le preguntan si podría ser candidata presidencial, mientras los otros funcionarios se vieron obligados a desmentir repetidas veces que Macri se pueda bajar de la candidatura.

Al presidente se lo vio en estos días más abatido que nunca, según testimonios de quienes lo frecuentan. Cree que el mercado no interpreta correctamente el esfuerzo de ajuste fiscal que se está haciendo. Ya había rehuido los anuncios de medidas de controles de precios que se vio obligado a tomar a regañadientes. Y ahora se embarcó en una tarea de dudoso éxito: convencer a la población de que la inestabilidad financiera es apenas una situación que afecta al mundillo financiero y no tiene relación con la vida cotidiana de los argentinos.

Dijo el presidente: “Internacionalmente tuvimos apoyos de todos los países y líderes, pero los mercados son distintos. Son tipos sentados en una oficina, que no nos conocen y no tienen por qué conocernos, y que compran y venden con visión de oportunidad. Lo que pasa con el riesgo país es que dudaron de nuestra convicción a seguir nuestro camino. Pensaron que podemos volver atrás”.

“Priceando” un triunfo de Cristina Kirchner

Los analistas leyeron el mensaje entrelíneas de que la disparada del riesgo país no está fundada en la duda sobre el plan económico del gobierno sino con el temor de un regreso a las políticas populistas si llegara a ganar el kirchnerismo. Pero las versiones que llegan desde Wall Street no coinciden exactamente. Hay temor por una vuelta de Cristina, naturalmente. No por una cuestión de antipatía ni por divergencias ideológicas –el mercado dejó en claro que en los últimos dos años que se mueve con una implacable lógica de riesgo y beneficio- sino por la sospecha de que será inevitable una reestructuración de la deuda.

Pero, en el fondo, ese temor no se limita a la eventualidad de que Cristina vuelva. También se cree que el gobierno de Macri llegó a una situación en la cual no podrá continuar adelante sin tomar una medida drástica. Y, con una inflación desbocada y pronósticos cada vez más sombríos sobre la profundidad y duración de la recesión, nadie ve más margen para el ajuste.
Es por eso que el verbo de moda en la City porteña es “pricear” –una adaptación criolla de la palabra “price”, precio en inglés-. Es así como se denomina en la jerga financiera a la acción de recortar súbitamente el valor de un activo, adelantándose ahora a un evento negativo que esperan que ocurra el año próximo.

La caída en los precios de los bonos, desde ese punto de vista, no tiene dos interpretaciones posibles: los operadores del mercado están “priceando” un mal resultado para el macrismo en las elecciones y una reestructuración hostil de la deuda con una quita de capital para los inversores.

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