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El misterio del tipo de cambio

Pedirle al Banco Central que controle el precio del dólar es como pedirle a Inumet que haga llover
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10 de marzo de 2020 a las 05:04

La reciente escapada en el valor del dólar reaviva la discusión sobre la tarea del Banco Central en la regulación del precio de la divisa. Oportuno debate. La caída en el precio de las commodities y la recesión global provocada por la improvisación en el manejo del coronavirus y su impacto sobre las manoseadas economías de las grandes potencias anticipan que se ha terminado la quietud siestera en el mercado cambiario.

Para encaminar el análisis, habrá que recordar que, en estos casos, no es el dólar el que sube de precio, sino el peso el que pierde su valor. Este proceso se puede analizar desde dos ópticas: la de la inflación y la de la balanza de pagos. La inflación no es espontánea, sino que es un fenómeno monetario, aunque los gobiernos gastadores seriales amen creer que se debe a razones atribuibles a los individuos o a la comunicación o la percepción colectiva, cuando no a la difusión de los índices de inflación. Esa creencia en causas no monetarias no tiene respaldo en la evidencia empírica, sino que es una mera excusa para los manipuladores de datos oficiales y para negar las consecuencias de los gastos sin control, que finalmente es la razón única de la emisión-inflación.

El mecanismo de indexación automática de la economía oriental, desde sueldos a tarifas, desde multas de tránsito a servicios de medicina prepaga, es un resorte que conduce a una telaraña dinámica centrífuga que garantiza un poquito más de inflación cada vez, con final previsible. Justamente, la inflación es la pérdida de valor del peso. El sueño de todo gobernante es poder gastar y emitir sin que eso impacte en el tipo de cambio, para de paso cumplir con el mantra liminar de todos los políticos y economistas uruguayos sin distinción partidaria ni ideológica según el cuál el dólar barato fomenta el consumo, mantiene en funcionamiento la economía y hace ganar elecciones. (Y no obliga a tomar posiciones conflictivas e impopulares)

Ahí empieza el problema. Como el peso pierde valor, el dólar vale más caro, sufre los efectos de la inflación como cualquier otro bien. De modo que, en condiciones de libertad de mercado, el tipo de cambio subiría naturalmente por oferta y demanda. Salvo que el Banco Central venda dólares para mantener el tipo de cambio fijo o limitado, lo que llevaría a quemar reservas o a tomar deuda que tarde o temprano agravaría el problema por el lado de la confianza crediticia y generaría más gastos en dólares.

Y ahora ingresa el balance comercial. Si es positivo, se puede disfrutar por un tiempo de ese superávit que se supone genera venta de dólares en algún momento, siempre que el tipo de cambio sea adecuado. Pero en un esquema de gasto elevado agravado por la inflación, la exportación flaqueará y ese superávit tenderá a esfumarse. O los dólares se retacearán.

Si el dólar sube como debe subir, es esperable que las críticas no se dirijan al BCU sino a quienes manejan el gasto. Y allí es donde el gobierno prometió poner la lupa.

Todo ese mecanismo se produce o se debería producir automáticamente en un modelo cambiario libre, lo que de paso mostraría de inmediato las barbaridades que se hicieran en el aspecto fiscal y salarial. O sea, las variables que distorsionen la competencia.

Entra ahora el último ingrediente, que es lo que ocurra con el tipo de cambio de los socios comerciales. Una fuerte devaluación del real necesariamente pegará en el tipo de cambio uruguayo, lo que otra vez, en un sistema de libertad económica es un problema que también tendería a resolverse solo. Y a su vez, los tres efectos, el del mercado financiero, el balance comercial y la competitividad, en un mercado libre tenderían hacia un tipo de cambio que los equilibraría.

Pero ahí es donde aparece la luminosa idea del Banco Central salvador, apoyada por todas las fuerzas sociales, sin distinción de sexo, género, raza, clase, ideología ni formación académica. Empieza con la famosa frase: “El mercado de cambios es libre, pero se trata de evitar fluctuaciones disruptivas para la economía y la sociedad”.  Concepto que parece bastante lógico, hasta que cada individuo decide que el tipo de cambio está demasiado atrasado o demasiado adelantado según su gusto, lo que en definitiva implica negar la inflación una vez más y creer que se puede gastar y emitir sin que el dólar lo refleje al instante. Una suerte de paso de teatro del absurdo que se completa con el banco vendiendo dólares para bajar el tipo de cambio y así ad infinitum.

Como Uruguay no puede generar mega burbujas como hacen Estados Unidos o la Unión Europea, que emiten la moneda en que se endeudan y además la manipulan de mil maneras, todos los mecanismos de voluntarismo cambiario que intente ejercer terminarán mal y en esta etapa peor. Los de las grandes potencias también terminan mal, con cualquier virus que aparezca a la vuelta de la esquina, pero ellos reparten mejor los costos. A otros.

De modo que si en los próximos meses el dólar sube como debe subir, es de esperar que las quejas no se dirijan al Banco Central –salvo que sea en su papel de emisor– sino a quienes manejan el gasto. Y allí supuestamente es donde este gobierno ha prometido poner la lupa. Que habrá que ver si puede hacerlo con el mecanismo poliárquico que le quiere vender la oposición y cierta prédica periodística. Mecanismo que solo sabe subir el gasto que es su alimento, no bajarlo. Y si se cae en el error de aumentar impuestos, el tipo de cambio subirá aún más por las razones de competitividad explicadas. 

Uruguay se enorgullece de sus libertades. Habrá que ver si se puede dar el derecho de tener un mercado de cambios también libre.

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