Opinión > EDITORIAL

El papel de la verdad

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09 de octubre de 2019 a las 05:03

Las reacciones de congoja y solidaridad de referentes de los partidos políticos y de voces de la sociedad civil con la familia de Eduardo Bleier –cuyos restos óseos fueron encontrados en un predio militar–, es la comprobación de la necesidad colectiva de conocer la verdad acerca de los detenidos-desaparecidos durante el régimen militar y poder cerrar así un capítulo funesto de nuestra historia.

La desaparición forzada de personas perpetrada por miembros de seguridad, aunque solo se trate de conductas individuales, trasciende el dolor que provoca en la familia de la víctima. Es un hecho atroz, que hiere a toda una sociedad, como demuestran innumerables episodios históricos, y su superación se logra en buena parte con el conocimiento de la verdad.

No es exagerado afirmar que una sociedad con un pasado con agujeros provoca una pesadumbre –consciente o no–  que frena el ímpetu para proyectar un mejor futuro. Es como una herida que no cierra, de un sangrado tal que hace perder ímpetu para avanzar erguidos.

Desde el retorno de la democracia hasta hoy, gobiernos de diferentes partidos políticos intentaron resolver con mayor o menor éxito –que es justo evaluar en sus contextos históricos– el problema de la violación de los derechos humanos ocurrido durante el quiebre institucional que sufrió el país durante 12 años, donde se inscribe el drama de los detenidos-desaparecidos.

Nadie puede negar que hubo avances en una tarea delicada y compleja, dada las características del proceso de transición hacia la democracia, legitimada en las urnas por los uruguayos, aunque ignorada por ciertos relatos maniqueos. 

Hay sectores de izquierda que con los gobiernos del Frente Amplio sustituyeron un relato pernicioso que acusaba a los líderes de los partidos tradicionales de proteger a los violadores de derechos humanos, por otro que justifica los pocos avances en el tema, no por falta de voluntad política, sino por el silencio de los militares que se niegan a dar información relevante sobre los desaparecidos.

También hubo sectores –y aun los hay – que reclaman conocer la verdad, pero que en realidad están sedientos de venganza. 

Lo que ha sucedido en las administraciones del Frente Amplio sobre el tema –reconociendo de que hubo avances– es la mejor prueba de las dificultades para cerrar una dolorosa realidad de nuestro pasado y que se trata de un camino lento y sinuoso.

Eso no significa falta de empatía para reconocer la desazón que despierta el hecho objetivo de que han pasado más de tres décadas del fin del régimen dictatorial y seguimos sin haber recuperado los restos de la mayoría de los más de 190 uruguayos que siguen calificados en la terrible figura jurídica de desaparición forzada.

Nos reconforta la aparición de los restos de Bleier por lo que significa para su familia porque es un aporte al esclarecimiento de la verdad, un componente sustancial para que una sociedad aprenda y se adueñe de su pasado.

El objetivo colectivo de conocer la verdad no es solo para completar el capítulo de un libro sobre nuestra historia. Cumple el noble propósito de evitar repetir errores y conocernos mejor como sociedad. Pero debemos advertir que un esfuerzo de esa magnitud tiene todo su sentido si luego somos capaces de convivir con ella.

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