Durante cuatro noches, pese a que había trabajado todo el día, Miguel Moreno pasó escondido en el monte, con algo de comida y abrigado con un poncho de lana (fue en octubre y las noches aún eran muy frescas), con un potente faro que consiguió y un rifle. Durante esas cuatro jornadas casi ni durmió, montando guardia, esperando el regreso de un perro que días antes le había matado a varias ovejas de su majada.
El perro no volvió y él supone que el dueño se dio cuenta de lo que había hecho y lo ató. Por lo tanto, ahora teme que algún vuelva a quedar suelto y ataque.
Moreno tiene 51 años y junto a su esposa, María Ester De Souza, están al frente de un típico establecimiento ganadero de escala familiar. Se llama Los Paraísos, es de apenas 23 hectáreas y está en el paraje Cruz de Piedra, en Cerro Largo, a la altura del km 435 de la ruta 8. Hace 15 años iniciaron con enorme esfuerzo esa actividad, de la que están orgullosos.
Allí, dado que es lo que más conviene con base en la disponibilidad de un predio pequeño, manejan una majada que fue creciendo y tiene 100 vientres de cría, con genética Merino Dohne, produciendo animales de buen rendimiento carnicero y que entregan además lana de muy buena calidad.
Las labores con los ovinos dependen básicamente de María Ester, resaltó Miguel, dado que él es además un asalariado rural: presta servicios desde hace 28 años en otro establecimiento ubicado a 5 kms, hacia donde se traslada en moto. Cada día se levanta a la hora 6 y vuelve a su casa sobre las 20.
Miguel, en diálogo con El Observador, recordó dos grandes ataques de perros a su majada. Uno en 2018, cuando el perro de un vecino le mató cuatro animales. Otro, hace algunas semanas, cuando en un nuevo ataque murieron dos ovejas y cinco quedaron heridas, dos de las cuales también terminaron muriendo.
“Lo económico, la pérdida de animales que por lo menos valen US$ 100 cada uno y capaz me quedo corto, es un problema grave y sobre todo ahora que estamos con las cosas bien armadas y hemos invertido en genética, pero a eso se le suma lo que no se puede medir en plata, el enorme desánimo que te genera perder en un momento tanto esfuerzo. El impacto anímico es casi imposible de explicarlo”, dijo.
Además, todo eso genera trabajo adicional. “Ahora, como tenemos algunos potreros lejos de la casa, cada día, antes de la noche, tenemos que juntar las ovejas para tenerlas más cerca y vigilarlas mejor. Es un trabajo que se sumó y que le quita horas al descanso que toda persona precisa”, comentó.
El último ataque ocurrió en un pequeño galpón que hay algo lejos de la casa, en el monte ya mencionado, que se usa para cuando hay que esquilar, por ejemplo. Allí las ovejas suelen buscar resguardo por las noches. El perro las atacó adentro. Miguel presume que el animal agresor iba a volver, es lo que suele pasar, pero estima que el dueño lo debe haber visto regresar sucio de sangre y lo debe haber atado.
Igual, por las dudas, montó guardia durante cuatro noches, pero el perro no volvió y no lo pudo matar (algo a lo que está habilitado por el Código Rural, siempre que sorprenda al perro agresor atacando dentro de su predio).
Sobre cómo se soluciona esta adversidad que afecta a los productores, y no solo de ovinos porque hubo ataques a terneros y equinos de bajo porte, pero también los perros sueltos han ocasionado accidentes de tránsito y han agredido a personas, Miguel lamenta que “se habla mucho, pero se hace poco”.
Para Miguel, habría que disponer de un equipo de cuatro o cinco veterinarios que presten durante un año un servicio gratuito de chipeado de perros, promocionar eso con mucha insistencia. Que la gente ponga su parte autorizando el chipeado y que después del año pase a ser obligatorio y que el que no aprovechó la gratuidad deba pagar.
Si se hizo obligatorio identificar a un vacuno, ¿por qué no a un perro?, dijo. En Uruguay hay 12 millones de vacunos y, se estima un par de millones de perros y los potencialmente peligrosos son muchos menos.
“Si un ternero se suelta, sale a la ruta y causa un accidente, ese ternero está identificado y así se puede dar enseguida con el responsable del animal y es posible que se apliquen las sanciones que correspondan; hay que lograr lo mismo con los perros”, sugirió.
Luego insistió: "Se habla mucho, pero se hace poco".
“Yo a mis perros los cuido, están castrados, están sanos y alimentados, pero no todos tienen así a sus perros”, añadió Miguel, quien, como tantos productores, cada día se levanta con la incertidumbre de si no tendrá algunas ovejas menos en su campo como consecuencia de un problema que lejos está de ser solucionado.
“La angustia que te da, la impotencia que se siente, el dolor que te viene... solo lo puede describir el que le pasó”, afirmó.
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