Colonialismo y golpes de estado en África

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El resentimiento contra Francia en la ola de golpes militares en África occidental

Una veintena de excolonias francesas son el telón de fondo de los movimientos de jefes militares que atraen la atención del mundo sobre cuatro países africanos
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10 de agosto de 2023 a las 05:00

Níger es el último país de África occidental cuyo ejército tomó el control del gobierno tras Burkina Faso, Guinea, Mali y Chad. Los cuatro países del norte del continente más pobre del planeta forman una línea entre el Océano Atlántico y el Mar Rojo. Sufren calores extremos y muchos de sus habitantes tratan de migrar hacia Europa.

Quizá el dato inquietante es que Burkina Faso, Guinea, Mali y Chad integran el largo listado de territorios que fueron colonias francesas hasta los años sesenta del siglo XX. Además de ellos, estuvieron bajo el dominio francés Argelia, Túnez, Marruecos y África Occidental que anteriormente fueron Mauritania, Senegal, el Sudán Francés, ahora Mali, Guinea, Camerún, Costa de Marfil, Niger, Alto Volta, ahora Burkina Faso y Dahomey, ahora Benín.

Es decir, Francia llegó a tener una veintena de territorios de los cuales extraía materias primas, sobre todo petróleo, minerales, alimentos y maderas, además de cobrarles impuestos por ser territorios de ultramar. Muchos de los habitantes varones de esos territorios servían en la Legión Extranjera o eran convocados a filas para sus propias fuerzas armadas.

La crisis de pobreza de África llevó a que desde fines del siglo XX, a muchos africanos de esos territorios de ultramar les fueran otorgadas visas y ciudadanías para poder trabajar en los puestos de más fuerza física, menos calificados y peor pagos.

Cuando la crisis financiera y migratoria llegó a Europa, las limitaciones para el ingreso fueron de orden legal. Sin embargo, muchos africanos se aventuraron –y lo siguen haciendo- a cruzar el Mediterráneo sin papeles.

Si falta un componente para que la política exterior francesa esté alterada por este fenómeno es que la mayoría de esos países, a los cuales Francia llevó la cultura y la religión católica, se convirtieron en devotos musulmanes. Y la cultura laica heredada de la revolución francesa hace que los habitantes franceses que se consideran originarios, tomen los hábitos de esas comunidades como un avasallamiento a la libertad, la igualdad y la fraternidad.

En los últimos 20 años el debate en la educación sobre el derecho o no que tienen las mujeres estudiantes a cubrirse la cabeza con la hijab, la nikab o la burka -los distintos nombres que responden a distintas subculturas musulmanas- genera choques culturales fuertes. Quienes son de orígenes africanos o de Medio Oriente reivindican su derecho a ser fieles a sus creencias. Los que vienen de generaciones en el continente parten de la creencia que la mujer es avasallada por la cultura musulmana y el laicismo les impone o les sugiere no seguir esos mandatos.

Si no hubiera un supremacismo de origen en ese debate sería un buen tema antropológico y nada más. Dado que los suburbios de las grandes ciudades, especialmente París, son los lugares de alojamiento de los de origen africano y de las otras ex colonias francesas, el problema es político y social. 

Es difícil saber cómo se vincula con África ese debate de la Francia continental que tiene a Emmanuel Macron contra las cuerdas tras las revueltas comenzadas por la muerte del joven Nahel en Nanterre a manos de un policía a principios de julio. Lo que sí se puede constatar es que muchos jóvenes franceses que salieron a las calles a solidarizarse ya no están mediatizados por el velo o por las creencias. En Francia ahora los pobres incluyen a miembros de familias originarias del continente. Y ellos también son objeto del disciplinamiento de las ásperas fuerzas policiales, de Gendarmería y del Ejército que patrullan las estaciones de tren, de metro y las calles.

Volviendo a África, los golpes fueron en cuatro excolonias francesas. Es más, un artículo de la BBC británica indica que un 78% de los 27 golpes de Estado en África subsahariana desde 1990 “se han producido en naciones francófonas, lo que ha llevado a expertos a preguntarse si Francia, o el legado del colonialismo francés, es responsable de esto”.

El coronel Abdoulaye Maiga, nombrado primer ministro por la junta militar de Mali en septiembre de 2022, lanzó un duro ataque contra Francia. Tras criticar sus "políticas neocolonialistas, condescendientes, paternalistas y vengativas", Maiga alegó que el país europeo "repudió los valores morales universales" y apuñaló a Mali "por la espalda".

El resentimiento antifrancés también estalló en Burkina Faso, donde el gobierno militar puso fin en febrero a un acuerdo que desde hace años permitía a las tropas francesas operar en el país, otorgando a Francia un plazo de un mes para retirar sus fuerzas.

En Níger, vecino de los dos anteriores, se acusó al presidente Mohamed Bazoum de ser un títere de los intereses franceses para legitimar su reciente destitución del poder, y desde entonces la junta encabezada por el general Abdourahmane Tchiani ha revocado cinco acuerdos militares con Francia.

Al golpe siguieron protestas populares y ataques a la embajada francesa. Los registros históricos respaldan parcialmente estas quejas. El dominio colonial francés estableció sistemas políticos diseñados para extraer valiosos recursos y mantener el control mediante estrategias represivas.

Siete de los nueve estados francófonos en África occidental todavía usan como moneda el franco CFA, que está vinculado al euro y respaldado por Francia, como un legado de la política económica francesa hacia sus colonias.

Francia también forjó acuerdos de defensa bajo los que intervino militarmente de forma regular en defensa de líderes pro-franceses para mantenerlos en el poder. En muchos casos, esto fortaleció a figuras como el expresidente de Chad Idriss Déby y el expresidente de Burkina Faso Blaise Compaoré, obstaculizando la lucha por la democracia.

Aunque Francia no intervino militarmente para restituir a ninguno de los jefes de Estado recientemente depuestos, todos eran vistos como "pro-franceses".

El economista formado junto a los Jesuitas en Lille, Francia, y muerto en 2005, François-Xavier Verschave, acuñó el término Françafrique para referirse a una relación neocolonial que oculta "la criminalidad secreta en los más altos niveles de la política y la economía francesas".

A principios de este siglo, Verschave dio el puntapié para que el Senado francés financiara dos documentales donde los ex miembros del servicio diplomático y de los servicios secretos contaran parte de la trama de corrupción del Estado francés, sobre todo del gobierno del conservador Valéry Giscard d'Estaing. El Senado estaba bajo mayoría socialista por ese entonces.

Esos documentales fueron emitidos por la televisión pública francesa y desnudaron que el colonialismo no había terminado en los años sesenta con Charles De Gaulle sino que seguía de un modo menos formal. Era una trama de negocios donde los de París incluían a los jerarcas de sus ex colonias.

Pero en los últimos años, los militares franceses ya no intervienen de modo directo, no “mantienen el orden” como lo hacían para garantizar los minerales, el petróleo y otros productos explotados por empresas francesas.

El documental Françafrique desnuda los negocios de la petrolera Total en los setentas. Luego, la deserción de su poderío militar y el empobrecimiento creciente de esos países alentó la oposición a Francia, no como país, sino a sus dirigentes políticos conservadores y liberales.

Estos golpes militares tienen un fuerte efecto geopolítico. En las últimas décadas, tanto Rusia como China pusieron el ojo y mucho dinero en África. En los días de la Guerra Fría, Reino Unido y Estados Unidos ayudaron a consolidar a varios dictadores a cambio de su lealtad, desde Daniel arap Moi en Kenia hasta Mobutu Sese Seko en lo que entonces era Zaire, ahora la República Democrática del Congo.

Los genocidios de Bélgica en el Congo todavía son abordados por sectores académicos o partidarios de la izquierda. Y si se profundiza, el trato a los africanos desde los siglos XVII y XVIII fueron para obtener esclavos y materias primas. Siempre los colonialistas lograron vínculos con jefes tribales a quienes convirtieron en polea de transmisión.

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