Camilo dos Santos

El sindicalista que desafía los estereotipos

El presidente del PIT-CNT es católico, no toma mate, se para en las antípodas del sindicalismo radical y recoge el respeto de los empresarios

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02 de diciembre de 2018 a las 05:03

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"Pereiraaa, buen día Pereira”, grita un feriante a la distancia, como lo hace cada domingo, cuando ve llegar al presidente del PIT-CNT. Fernando Pereira es conocido por todos en Tristán Narvaja, la feria que visita desde hace 30 años en busca de otra medida de whisky para agregar a su colección de más de 500 piezas.  

“¿Estás mejor, estás bien?”, le pregunta Pereira a un viejo feriante, herrero de oficio. 

“¿Qué haces, presidente?”, lo saluda otro feriante. “¡Ojo con Sartori, compañero, ojo con Sartori”, le advierte otro entre risas.  “Sí, sí, ese sí que tiene plata”, le responde el sindicalista que frena en cada uno de los puestos en los que venden libros. Se agacha, los mira con detenimiento y pregunta el precio. Además de comprar diez libros sobre estrategias corporativas, liderazgo y trabajo en equipo, también ojea libros sobre teatro y cocina. En ese mismo puesto, mezclado entre la literatura se venden utensilios de cocina. Pereira compra coladores y cucharas de teflón.

Desde que tiene 17, va a ver obras de teatro al menos 30 veces por año. Es católico, le apasiona la ópera y el ballet, y cree que el acceso a la cultura “le cambia la vida a las personas” mucho más que el aumento de salarios, que el colectivo que lidera defiende cada nueva temporada. 

La literatura y la cocina son dos grandes pasiones que Pereira alterna entre su amor por el sindicalismo, el Club Atlético Goes y Peñarol. 

“No tengo el don de escribir pero tengo el don de leer”, asegura sentado en un sillón blanco de su espaciosa casa céntrica. Y sus bibliotecas respaldan sus dichos. En los estantes hay libros sobre asuntos sindicales, literatura latinoamericana, textos empresariales, historia de las ideas, filosofía, historia y política nacional.  “Pero eso sí, no solo leo lo que me gusta ni lo que piensan como yo”, explica.

Agustín Herrero

Uno de los feriantes lo ve pasar y le dice “tengo este libro para vos”. Le ofrece El clavo y el sillón de Esteban Valenti, el “traidor ese”, dice el feriante. “Pero está interesante”, dice Pereira sin hacer mención sobre el político que abandonó el Frente Amplio. “¿A cuánto está?”, pregunta el sindicalista. Saca $50 y lo compra.

Pereira no toma mate, prefiere el café. Ama cocinar y en su casa tiene una biblioteca entera dedicada a libros de recetas. El gusto del sindicalista por la cocina tiene mucho que ver con lo que el efecto que una simple magdalena lograba en Marcel Proust: volver a su juventud.

“Siempre me pareció que el aroma a comida en una casa es lo más maravilloso que se puede tener”, dice. “En mi casa de Jacinto Vera, donde nací, mi abuela cocinaba bastante y siempre había mucho aroma: a tuco, guisados, asados al horno y distintas comidas croatas que hoy en día hago yo. Me críe con ese aroma y de jovencito comencé a experimentar”, profundiza. 

“Transgredir”, “traspasar”, “soñar”, son verbos que utiliza cuando Pereira habla sobre la cocina, aunque con algunas de esas formas no conjugadas podría estar hablando de su actividad sindical.  “El que no lo siente, no lo entiende”, declara en tono más futbolero. Pero cuando reflexiona sobre el valor de preparar la comida surge el Pereira más conservador: “La cocina tiene un papel de reclutamiento de la  familia. No me parece lógico pasar a la sociedad de los tuppers. Los tuppers te pueden resolver días, pero algunos días en la semana tenés que tener algún minuto en la semana para poder cocinar con tu familia”.

Entre Goes y Peñarol

En uno de los puestos hay un feriante arreglando una radio y a su lado dos jóvenes. Cuando lo ven al presidente del PIT-CNT lo saludan a los gritos. Charlan y se ríen. “Este le arreglaba la radio a mi padre”, explica Pereira a El Observador. “El hijo siempre jode en que nos van a explotar todo a los de Goes, porque él es de Aguada”, agrega. “Ahora ser de Aguada es una moda medio inexplicable. Antes estábamos más parejos”, dice.

Pereira vive su condición de hincha con pasión. En su perfil de Whatsapp tiene una foto de la página oficial del club, donde se lo ve, con su actual pareja, mostrando el carné de socio. La voz le cambia. “Es inexplicable lo que siento por Goes”, dice y otra vez recuerda su niñez.

“La cancha de Goes me hace acordar a lo mejor de mi infancia: el tablado, el tirar tiros libres, el abrazo de los muchachos”, dice y enseguida explica que no era el mejor en el deporte pero que fue aprendiendo con el tiempo. “Es tremendamente fuerte lo que siento por Goes y no es un tema de exitismo: voy a cumplir 53 años y nunca lo vi campeón. Es un amor incondicional”, cuenta en tono reflexivo.

“¿No me vas a comprar nada, Fernandito? Te voy a mandar a la hinchada de River con la camiseta de Boca”, lo bromea otro feriante. “Naa, a mí déjame en la cancha de Goes. Es mi lugar en el mundo”, responde Pereira.

Aunque el estadio Campeón del Siglo no compite en su corazón con la cancha del club de básquetbol, la simpatía por Peñarol es otro sello en la vida de Fernando Pereira. Pero es un amor que no hereda de sus padres ni abuelos, sino que conoció a través del peluquero del barrio.  “Era un peñarolense perdido, tenía como idioma un tano medio cerrado y siempre estaba con ‘Pinerolo, Pinerolo’ y tanto mi hermano como yo nos hicimos muy fanáticos de Peñarol, a tal punto que entre el 72 y el 84 fuimos a todos los partidos”, cuenta.

Recuerda que iban junto a su madre a ver el clásico en la Amsterdam. Ella iba con el sombrero de Nacional y él y su hermano con sus gorritos de Peñarol. “Y no pasaba nada”, dice con nostalgia. Ahora la violencia lo alejó de las canchas pero no deja de seguir a su equipo.

Dolor por los otros

Lo que sí heredó de sus padres es el amor por la política. “Yo soy hijo de militantes de izquierda, en mi casa se respiraba política y se tenía mucha admiración y respeto por la CNT. Por más que nací prácticamente en dictadura, en mi casa de una u otra manera se las ingeniaban para hablar de estos temas. De una u otra forma escuchaban un disco de Zitarrosa y se empeñaban en que era posible salir de la dictadura”, cuenta. 

Pereira cree que ese gusto por la política es requisito básico para ser sindicalista. Otra condición que considera necesaria es la “sensibilización por el problema de los más débiles”. 

“Si no te duele lo que le pasa al otro, no podés ser sindicalista. No podés resolver todos los problemas de los seres humanos pero al menos te tienen que doler”, asegura.

Justicia social. El presidente de la central obrera menciona una y otra vez esas dos palabras en la conversación con El Observador. Es lo que lo define como un hombre de izquierda y es la razón de su lucha sindical. Es lo que, según dice, hay que conseguir para que haya mejor educación y para comenzar a dar la batalla contra la inseguridad. 

“El último trabajo de Aristas (Ineed) da cuenta que el rezago escolar está relacionado con el contexto social. Lo que debe estar en discusión es cuáles son esas políticas públicas adecuadas para que aquellas personas que están  en contextos desfavorables accedan en condiciones iguales a la educación que otros que nacen en contextos más favorables, dice Pereira.

A esa desigualdad social Pereira la ve también en el acceso a la cultura. Y es lo que más le preocupa. “No nos podemos conformar con que la gente salga de la línea de la pobreza si no sale de la línea de pobreza cultural. Va a haber un abismo entre los que pueden acceder a 30-40 horas de teatro y los que no”, asegura el sindicalista, que cuando era más joven iba a clases de teatro para aprender a hablar en público, respirar y reflexionar en voz alta.

El respeto de los empresarios

Llega al puesto donde venden tortas fritas. Compra dos y sigue recorriendo la feria, pero ahora, con una torta frita en la mano.

“Hay que ser gremialista para engordar”, le grita un feriante con ironía cuando pasa por su puesto. “No seas malo”, le responde Pereira.

Agustín Herrero

Está acostumbrado a las críticas. Dice que las acepta, las entiende, pero cree que muchas veces son injustas o alejadas de la realidad. “Hay gente que dice que las empresas cierran por culpa del PIT-CNT. ¿Cuál empresa cerró por culpa de nosotros? ¡Díganme una! Es no es cierto, eso no es verdad”, asegura.

“Si hacés una colonia de vacaciones es porque te convertiste en un oligarca y si no lo hacés es porque no tenés ninguna actitud proactiva. Si vas a Israel  -a donde viajó invitado por ese estado en abril de 2017- es porque sos sionista y si dejás hablar a Roger Waters en la sede del PIT-CNT es porque sos antisemita. Esas intolerancias yo no me las fumo. No aguanto que todo se pinte en blanco y negro, porque los grises en la sociedad predominan”, dice. El viaje a Israel le valió la desaprobación de alguno de sus compañeros y la invitación del músico a la sede de la central obrera generó el rechazo de la comunidad judía uruguaya.

Pereira es una figura moderada dentro del movimiento sindical. No está de acuerdo con los piquetes, ni “que vayan a protestar en frente al Ministerio de Trabajo y tiren bombas de estruendo o vayan a protestar las 24 horas con el bombo, cuando hay gente que vive ahí al lado”.  Y agrega: “entiendo que hay prácticas nuestras que muchas veces no son las más correctas”. El dirigente admite que aunque sigue siendo “hincha del movimiento obrero”, el paso de los años lo ha puesto “más reflexivo”.

Esa cualidad y su capacidad de autocrítica son atributos que hacen que incluso sus oponentes coyunturales o contrapartes en una negociación lo valoren de forma especial.

Carlos Perera, ex presidente de la Cámara Nacional de Comercio y Servicios, lo considera un “amigo” aunque siempre estuvieron en veredas opuestas. “A pesar de que estábamos en bandos contrarios para mí es una buena persona, un individuo que defiende lo que hace, un tipo íntegro en la defensa de sus cosas”, dice Perera a El Observador.

Ese respeto  también se puede vislumbrar en algunas giras presidenciales de las que el presidente del PIT-CNT ha participado junto a empresarios. La proximidad que facilita varios días de viaje regala imágenes atípicas para el día a día en Uruguay, como ver a Fernando a Pereira junto a Fernando de Posadas, socio de uno de los principales estudios jurídicos del país atravesando la plaza roja en horas de la madrugada. 

Cuando termina el recorrido de la feria, Pereira asegura que en ese lugar “aprende más que en cualquier otro lado”. Que es “una escuela brillante para entender el mundo”. Que es el lugar donde “unos ven tesoros y otros porquerías”.

Días después, sentado en el living de su casa reflexiona sobre esa última idea y concluye que su vida, en parte, es como la feria. “Hay mucha gente que me para y me dice: vos tenés que ser senador. Y hay otra gente que me dice: los sindicatos me van a dejar sin laburo”. Donde unos ven tesoros, otros ven porquerías.

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