Juan Samuelle

El tambo que arrancó vendiendo 10 litros de leche en una damajuana

Hace casi medio siglo, Nina, quien hoy tiene 62 años, acaba de cumplir 43 de casada con Julio Alba y es una experiente tambera, vendió leche por primera vez

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20 de julio de 2020 a las 05:00

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Por Juan Samuelle, enviado a Cañada Grande, San José

Hace casi medio siglo Nina, quien hoy tiene 62 años, acaba de cumplir 43 de casada con Julio Alba y es una experiente tambera, vendió leche por primera vez. Sucedió en noviembre de 1973, meses después de que su padre se suicidara, cuando era una niña y en la casa quedó sola con su madre –María Elena, que cumplió 92 años–, muchas deudas, cero ingreso y una vaca. Sacando lo del consumo, sobraba leche y su mamá la mandó con 10 litros que vendió a una pequeña fábrica de dulce de leche. Nina recuerda dos cosas: que lo que recibió vendiendo eso en 10 días alcanzó para pagar el tanque de gasoil –cuando antes demoraban semanas–, y que llevó la leche en una damajuana de la bodega que allí tuvo su abuelo paterno.

Así arrancó la historia del tambo que hoy manejan Nina y su familia, en un campo que fue granjero, para producción vitivinícola, de otros frutales y hortalizas, donde ahora funciona un típico establecimiento lechero familiar.

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Nina Sellanes y su familia producen en un campo de unas 60 hectáreas entre el tambo y el área de recría y reservas, con 40 vacas Holando, Jersey y Kiwi.

El esfuerzo físico que realizó durante décadas le pasó factura y los dolores en la columna hoy solo le permiten organizar las cosas y ocuparse de los terneros. Su esposo –Julio Alba– es quien ordeña. No era del sector, se sumó cuando se casó con Nina. En el tambo y en otros manejos ayudan uno de los hijos y hasta el nieto varón. El otro hijo del matrimonio estudia medicina y la nieta ayuda en la casa (hace una torta de naranja digna de lucirse en MasterChef). “Y no me puedo olvidar de mi nuera que es un enorme puntal en la casa”, apuntó Nina.

El tambo no tiene nombre. Está en Cañada Grande, cerca del km 78 de la ruta 3, en San José. Allí se crió Nina, sus hijos y se crían sus nietos. “Todos hemos pasado cosas lindas y de las feas, con mil sacrificios, cuando había que levantarse a las cuatro de la mañana, atarse el banquito y ordeñar, bajo lluvia, con heladas, con calores tremendos y también lo hacemos con esfuerzo hoy que ya nos levantamos dos horas después porque hay tanque de frío y ordeñadora. No es fácil, es igual en cada uno de los 365 días del año, sin descansos, pero nos gusta y nos ha permitido formar una linda familia”, dijo con orgullo.

Como con la venta de la leche de aquella primera solitaria vaca les fue bien, la idea del tambo prendió y el rodeo se fue armando casi que solo, con los terneros que fueron naciendo. Más de cuatro décadas después se insemina con una marcada apuesta a buena genética, se invierte todo lo que se puede también en comida de calidad para el rodeo y se usa la mejor maquinaria que se puede.

En un año bravo –porque la sequía afectó mucho–, el promedio por vaca por día no es el ideal, está en apenas 17 litros, pero se mantiene sí muy bien la calidad –que es lo que más vale, porque el tambero cobra por el nivel de sólidos en la leche–: “Estamos en 3,67% de proteína y en 4,54% de grasa como promedio”, mencionó con orgullo. “La verdad es que en sólidos andamos bien”, añadió.

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Conaprole: algo sagrado

Desde siempre se remite a Conaprole, algo sagrado para Nina. “De acá hace 40 años que se manda leche a la cooperativa, la matrícula está a mi nombre desde marzo de 1988, somos muy fieles al sistema cooperario por los valores que eso significa”, remarcó.

Tan enamorada de Conaprole está que cuando se le mencionó que no pocos tamberos cuando la mano viene torcida reavivan la posibilidad de venderla, enseguida dijo que eso no es bueno: “No es sano vender una cooperativa que es tan importante para el productor y el país, sé que el tema es complejo, pero para mí hay que atacar el tema de los costos productivos y que todos los actores estemos tirando para el mismo lado, no hay otro camino”.

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La molestia con el sindicato

Admitió que es muy fuerte la molestia que generó hace poco una actitud sindical que derivó en pérdida de producción –casi 2.000 kilos de postres y casi 1.800 kilos de gelatina–. “En estos momentos de crisis, cuando todos los días se habla de ollas populares, es increíble que se tenga que tirar comida. Vemos que en el sindicato hay una falta total de empatía. Y aclaro que es el sindicato, porque Conaprole tiene una masa obrera de gente muy buena y comprometida con su trabajo, no hay que generalizar. Uno respeta el derecho del obrero a hacer una asamblea, pero que permitan una guardia, que no haya que caer en la locura de tirar comida”.

Nina, en un momento de la charla con El Observador, lamentó que sigan cerrando tambos. En mayo supo de siete casos más. “Han cerrado de todas las escalas, grandes, medianos y chicos”, señaló. Todo es consecuencia de un negocio en crisis desde hace ya media docena de ejercicios. Cuando se le preguntó por qué con tanto sacrificio y rentabilidades bajas o nulas, en muchos casos sobreviviendo a costa de perder capital –vacas o tierras–, siguen siendo tamberos, respondió: “Es lo que sabemos hacer, un modo de vida que nos apasiona, queremos defender lo que nos costó tanto conseguir, nos gustaría que los hijos y nietos siguieran con esto... no nos queda otra, además pasarnos a otra cosa cuando uno es pequeño no es fácil”, reconoció.

“Lo triste es que si un tambo cierra no vuelve, un compañero de directiva en la Asociación Nacional de Productores de Leche (ANPL) comentó que cuando cierra un tambo se pierde el trabajo de tres familias y media, más el impacto indirecto, por ejemplo en el almacenero, en el que trae la ración…, es muy feo eso”, reflexionó.

Finalmente, Nina destacó un anhelo: “Ojalá venga un cambio que se precisa rápido y que haya un poquito de margen porque el tambero lo que le entra lo invierte para seguir viviendo en el medio rural y dando empleo en la campaña, produciendo un alimento fundamental”.

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Una joven gremialista 

A Nina Sellanes la vocación gremial le surgió de modo inesperado, hace poquitos años. El productor Eduardo Viera la invitó a ser directiva de la Asociación Nacional de Productores de Leche (ANPL). Empezó cuando el presidente era Wilson Cabrera y sigue ahora que Walter Frisch comanda la directiva. “Nunca lo imaginé, tuve dudas porque soy de un tambo chiquito… ¿qué iba a aportar? Justo estaba en un momento de bajón, con el nieto internado…, pero mi nuera me convenció de que me iba a hacer bien para distraerme, la familia apoyó, acepté y no me arrepiento. Aprendo, me tratan divino en un grupo humano espectacular que me valora y para mi salud mental me vino precioso”, dijo riendo. “Ahora hasta que no me echen voy a seguir”, agregó.

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