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El último verso de Leonard Cohen y de cómo su muerte impulsó un fanatismo tardío

La semana pasada se publicó "Thanks for the dance", un disco póstumo de Leonard Cohen con nueve canciones que se clavan directo en el corazón
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02 de diciembre de 2019 a las 05:00

Me dio vergüenza: no tenía ni la menor idea de quién era él. Se había muerto, a mi alrededor lo lloraban y yo solo podía poner cara de circunstancia. En realidad, un poco sabía de quién se trataba; de vez en cuando su voz aparecía detrás de la melodía de Hallelujah, una balada poderosa que saltaba aleatoriamente entre mi lista de canciones de Spotify. Pero, ¿eso es conocer a un artista? No. Los titulares hablaban del gran trovador, de un poeta que se había cascado la garganta recitando versos de amor, traición, sexo y resistencia. De un hombre que había dejado un legado histórico y que era el verdadero merecedor del Nobel que se llevó Bob Dylan. Me sorprendieron los elogios que se llevaba Leonard Cohen, y fue así como me puse a escucharlo de verdad.

Cuando un artista se muere, su obra se revaloriza. No hay con qué darle, y sucede en la música, en el cine, la pintura y en las letras. Se dice que la parca es el mejor esponsor y acá no vamos a discutirlo, porque de hecho es así; ese 7 de noviembre de 2016, la muerte me agarró la mano y me llevó hasta Cohen. Aunque la fecha exacta de su final es mi principio, no recuerdo bien cuándo fue el momento en que abracé su obra como un poseso. Quizás entendí que su música era más que un placebo para mis oídos cuando me aprendí The partisan de memoria y me estremecí con esa historia de guerra y dolor, o cuando Famous Blue Raincot, esa maravillosa e invernal misiva al amigo traidor, me sacó la primera lágrima. De un día para el otro, me apropié de sus versos y me permití emocionarme cada vez que los sintonizaba, ya fuera en el descubrimiento o en la repetición. En eso sigo.

Pero comenzar a seguir a un artista luego de su muerte tiene mala fama. Nunca vas a ser de los llamados fans incondicionales. Estás ahí, supuestamente, por la moda, porque el zeitgeist marca que de eso se está hablando. Llegaste con la ola, con los posers, con los que comparten en redes la canción más popular para sentirse parte de algo. Seguramente haya existido algo de eso en mi caso, pero ya no. Y no tengo problemas en decir que jamás escuché –jamás escuché con intención– la voz de quien hoy es uno de mis artistas de cabecera mientras todavía caminaba este mundo. Y la verdad es que se puede vivir con ello, porque siempre hay algo por descubrir.

El problema, claro, es que la esperanza se trunca. Obviamente hay una obra de décadas para descubrir, para visitar y revisitar, pero nunca habrá anhelo, ese que tienen los fanáticos que esperan que algún día su ídolo se deje caer por su país para poder escucharlo de primera mano. Para estar a solo algunos metros de distancia. Tampoco hay lugar para la espera por nuevos materiales, porque lo que hay es lo que está, y lo que está es lo que seguirá estando. 

Eso me pasaba, o pensaba que me pasaba. Nunca llegué a imaginarme a Cohen cantando su historia con Marianne Ihlen en el Auditorio del Sodre, o a desear que lanzara cuanto antes su último trabajo de estudio para escucharlo en loop. Pero curiosamente la historia se dio vuelta: un día, un titular anunció que su hijo Adam estaba preparando un disco póstumo junto a un montón de músicos basado en grabaciones hechas casi al borde del lecho de muerte. Sería el testamento final de un hombre que, aun sabiendo que le quedaban horas, todavía tenía mucho que decir; un último regalo para los seguidores de todas las horas y para aquellos que llegamos sobre el final.

Gracias por el baile

Su disco póstumo se llama Thanks for the dance y se publicó el viernes pasado. Tiene nueve  canciones inéditas y ninguna puede descartarse por ser intrascendente. Acá no hay un solo minuto de relleno. Adam Cohen entendió lo que su padre quiso transmitir y lo ensambló a la perfección. Como cuenta en un pequeño documental sobre la producción del álbum que se puede ver en Youtube, para ello necesitó la ayuda de músicos que, como tantos, veneran y conocen la obra de Cohen. Entre ellos están Beck, Damien Rice, el guitarrista español Javier Mas y miembros de las bandas Arcade Fire, The National y Death Cab For Cutie.

Con los arreglos de estos músicos y la potencia de la voz de Cohen –que estaba a punto de morir y aún así transmitía más vida y emoción que infinitos artistas más jóvenes– Thanks for the dance recorre algunos de los temas más recurrentes de la obra del artista bajo la lupa de la experiencia y la vejez. Cohen habla del amor puro que se corta abruptamente en Moving On –seguramente, de nuevo inspirada en Marianne–, del sexo y las noches que se recuerdan al final de todo en el romancero gitano The night of Santiago, se queja del dolor físico en The Hills – “vivo por las pastillas / pero le doy gracias a Dios”– y  hasta le toma el pulso a la condición humana en una poderosa elegía titulada Puppets. Y además de eso hay fe, religión, política y el alma desnuda de un hombre que se sabe pecador y que, entre susurros, pide perdón. 

Thanks for the dance es un trabajo de producción impecable, que carga además desde su concepción con una ternura patente y evidente. Entre los estertores del final, con los huesos de las caderas pegadas y el dolor apenas aplacado con marihuana medicinal, Cohen confió en que su hijo sabría entender y decodificar sus propios temores y miserias, que podría ponerse al hombro su último mensaje. Tuvo razón. 

En la última canción del disco, Listen to the Hummingbirds, el poeta pide lo siguiente: “Escuchen a los colibríes, no me escuchen a mí”. El verso final asegura que la belleza y la tristeza del mundo están afuera, que él solo se dedicó a retratarlo y que más nos vale salir a descubrir el amor y el dolor por nuestra cuenta. Que escribir y cantar fue la manera que él encontró para lidiar con la vida. Pero, querido Leonard, ahora yo te tengo que pedir algo y es que me perdones, porque no voy a hacerte caso. Prefiero seguir escuchándote. Tengo bien claro que tus versos y plegarias me han sacudido como pocas cosas en estos pocos años que cuento. Y que aún después del final, eso sigue pasando. Así que seguiré escuchando, conmovido y agradecido. Ojalá no sea el único.

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