Desde que la pandemia pasó a ser el único tema universal relevante, tengo un nuevo pasatiempo. Leer los comentarios que escribe la gente debajo de los obituarios online que informan del fallecimiento de alguien famoso. Si hubiera un algoritmo para medir cuántas veces se repiten algunos de ellos, llegaríamos pronto a la conclusión de que los comentarios se repiten, ergo, que la carencia de imaginación es tan preocupante como la proliferación del virus. Frases de una simpleza ramplona en la que la inventiva brilla por su ausencia, del tipo, “te extrañaremos”, “nunca serás olvidado”, “¡qué gran pérdida para la humanidad!”, parecen haber sido escritas por la misma persona, tal vez porque miles de millones de seres en todas partes no saben decir más que lo mismo. Hay quienes ante la muerte de alguien repiten la misma bobería colectiva oída infinidad de veces, “no somos nada” (si fuéramos nada no tendríamos lenguaje para decirlo), cuando otros consiguen que las circunstancias levanten vuelo al referir a la muerte con mayor prosapia: “El resto es silencio” (últimas palabras de Hamlet). La muerte es asunto serio y no solo por hacer intervenir con su presencia la noción de fin, la cual tiene al olvido como posdata. Por lo tanto, la plañidera frase exclamativa, “Nunca serás olvidado”, hace coincidir a la inexactitud con la exageración. El virus ha puesto de moda al fatalismo y a la desmesura retórica haciendo las veces de elegía.
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