Opinión > Magdalena y el bibliotecario inglés

Elogio de la filosofía y una ley ofensiva para los trans

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28 de julio de 2019 a las 05:00

De Magdalena Reyes Puig para Leslie Ford, del Trinity College
Estimado Leslie

 

Elogio de la filosofía
 

En su sentido más originario, la Filosofía es una disposición profundamente humana, a través de la cual buscamos abrirnos paso en una existencia colmada de reveses y enigmas. En nuestra íntima vulnerabilidad experimentamos la angustia de sabernos frágiles y finitos pero, al mismo tiempo, vibra también en nosotros una potencia creadora –la “voluntad de poder” de Nietzsche– que nos permite ascender hasta acariciar la morada de los dioses. De esta fuerza brota, precisamente, el deseo de verdad y el impulso a filosofar. 

De todas las interpretaciones del ser humano, la que propone Erich Fromm en El corazón del hombre es, sin duda, mi preferida. “El hombre se encuentra ante el espantoso conflicto de ser prisionero de la naturaleza, pero libre en sus pensamientos; de ser una parte de la naturaleza y ser, sin embargo, una rareza de la naturaleza, por así decirlo, de no estar aquí ni allí”. Y agrega, “ese mismo conflicto en el hombre exige una solución”. En esto último radica, precisamente, nuestro mayor desafío: no podemos rehusar la búsqueda. Lo queramos o no, estamos irremediablemente condenados a resolver aquella inherente y dolorosa contradicción que, tarde o temprano, llama a nuestra puerta reclamando una solución. 

La psicoterapia (en sus diversas variantes) es un medio eficaz, y de los más demandados, para lidiar con estos problemas. Sin embargo, muchos siglos antes del origen de la Psicología, a través de maestros como Sócrates, Lao Tzu, Diógenes o Séneca, los hombres recurrían a la Filosofía en busca de respuestas a los dilemas más fundamentales de la vida. Fue la posterior aparición de la figura del sacerdote –y más tarde del psicólogo– la que indujo a la conversión de los filósofos en académicos recluidos en “torres de marfil”, ajenos a las inquietudes del ser humano de carne y hueso, del Dasein en el más profundo sentido heideggeriano. 

Pero, como en la canción de Bob Dylan, The times they are a-changing: los tiempos siempre están cambiando. Y así, cual ave Fénix, y encarnada en los nuevos filósofos practicantes, de entre las cenizas resurge la figura de los grandes consejeros y su afán por colmar calles, plazas y demás espacios públicos, de espíritu filosófico. 

Ni en mis más locos sueños de estudiante (hace ya 30 años, casi) hubiera imaginado que iba a encontrar filósofos en la televisión, empresas, teatros, radios, plenarios políticos y consultorios. Algunos dicen que la Filosofía está de moda, pero la moda es contingente, tan prescindible como todo lo efímero. La Filosofía, en cambio, es porfiadamente necesaria. Puedo pensar en infinidad de argumentos para sustentar esta tesis, pero ninguno tan elocuente como la sentencia de Leonardo da Vinci, “quien poco piensa, mucho se equivoca”. 

Es cierto que podemos transitar la vida sin reflexionar demasiado: las rutinas, los prejuicios y los mandatos introyectados constituyen un combo eficaz para promover y sostener una existencia no examinada. Pero, ya lo dijo Dostoievsky, no basta con vivir, además hay que saber para qué se vive. 

Somos lo que pensamos. Y, entonces, la posibilidad de elegir quién queremos ser es directamente proporcional a nuestra libertad de pensamiento. Porque no siempre pensamos libremente: nuestros pensamientos se encuentran –¡tantas veces!– consciente o inconscientemente anudados a credos y convencionalismos vetustos y acríticos. Tendemos a repetir lo que leemos y escuchamos, y a tomar el pensamiento de otros como si fuera nuestro en una suerte de lo que Wittgenstein denominó “padecimiento intelectual”. Porque junto a las dolencias somáticas y psíquicas –e íntimamente ligado a ellas– existe un padecer del intelecto. Los fanatismos, idolatrías y adherencias obligatorias a posturas colectivas –propias de las “disciplinas partidarias” tan practicadas en la palestra política– son síntomas de este tipo de padecimiento. 

Pero no hay ídolo, prejuicio, disciplina o “jaula dogmática” que resista el vigor y rigor de la voluntad de verdad que anima a la Filosofía. Ella custodia nuestra independencia intelectual, desata los nudos del pensamiento y nos libera de las cárceles ideológicas. Así, en medio del inevitable conflicto, que tan sugestionables nos hace y nos deja, tenemos Filosofía estimadísimo Leslie. Y más nos vale conmemorarlo. Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos… 

 

Pero no hay ídolo, prejuicio, disciplina o “jaula dogmática” que resista el vigor y rigor de la voluntad de verdad que anima a la Filosofía.

 

 

Una ley ofensiva para los trans
 

Por Leslie Ford, del Trinity College, en Oxford.
Querida Magdalena

 

Con su carta de hoy, devuelve usted sutilmente nuestro intercambio epistolar al terreno de la filosofía. Hace usted bien, porque yo estoy viejo y tiendo a aflojar y a excederme en anécdotas que de ningún modo pueden sustituir a las ideas y a los argumentos. Cuento con su intervención atinada cada vez que sienta que mis cartas no están a la altura de nuestro propósito.

Su último comentario acerca de la ley Trans, que vuelve a ser objeto de debate en su país, despertó mi curiosidad. Fíjese que se trata de un tema trasversal, globalizado, que indica una sensibilidad nueva y, casi diría, epocal, hacia una realidad que se ha manejado en el pasado de manera no siempre acertada.

Pero, habiéndome tomado el trabajo de leer el texto, me encuentro con la misma torpeza legislativa de otras leyes que, sobre el mismo tema, se han aprobado en otros países. (Es evidente que también la torpeza puede ser trasversal y global). Porque la ley Trans produce, a mi juicio, aquello mismo que quiere evitar: estigmatizar a un colectivo (al que primero identifica con la precisión de un naturalista del s.XVIII). 
Y es que es muy chocante que gran parte del texto de la ley se dedique, en forma redundante e innecesaria, ofensiva, a otorgar al colectivo trans, derechos que ya tenía. No he leído la Constitución uruguaya, pero me imagino que (sin contradicciones demasiado flagrantes con la DDHC de 1789) consagrará y garantizará suficientemente los derechos y las libertades de los ciudadanos. Sin embargo, la ley Trans está dedicada, en gran medida, a declarar que las personas trans gozan, sin quedar excluidas y en igual medida que el resto de la ciudadanía, del acceso a la función pública, a la formación, a la inclusión educativa, a las becas, a la cultura, a la salud… 

Créame, si yo recibiera hoy una carta del Gobierno de Su Majestad, anunciándome que los Bibliotecarios de Oxford gozamos también del derecho a la vida y al trabajo, y a la educación y a la cultura…me plantearía muy seriamente abandonar Inglaterra. Porque pensaría: “Yo esos derechos ya los tengo. ¿Cuál es el problema ahora con los Bibliotecarios? ¿Qué es lo que sigue: una estrella amarilla?”. 
Piense usted en una ley que otorgara ciertos derechos ya existentes a los supporters del Club Nacional de Football. ¿No se sentiría usted bajo un escrutinio innecesario?.

A veces se legisla para proteger los derechos de algunas minorías especialmente frágiles y amenazadas. Por ejemplo, los discapacitados. Es completamente lógico que la sociedad vuelque sus recursos para atender a aquellas personas a las que les ha sobrevenido (por nacimiento, enfermedad o accidente) una condición que las sitúa, físicamente podríamos decir, en una inferioridad flagrante. 

Pero nada de esto sucede con las personas trans. Pues son ellas mismas –la ley es muy clara–, las que eligen su “identidad de género”, según su “sentimiento y autodeterminación” con independencia del “sexo otorgado en el nacimiento”. ¿Qué injusticia comete la vida con ellas? Si es verdad que puedan ser objeto de malos tratos y discriminaciones, eso no se arregla dándoles cupos laborales y privilegios, sino mediante campañas de concientización y educación cívicas. Cualquier padre sabe que muchas veces la sabiduría no está en dar: está en no dar.

Hasta aquí, nada que no se haya visto antes, en este mix en el que vivimos, de socialismo y “perspectiva de género” –que, por cierto, sigue sin presentar argumentos convincentes para su aceptación, tanto a nivel filosófico como biológico. Pero lo que le da un toque distinto, contradictorio, lo que convierte al documento en algo un poco mengeleano, es su alusión irreflexiva e irreverente al “sexo asignado en el nacimiento”, como algo que pudiera ser “desasignado” a voluntad, cada 5 años (?), incluso mediante “intervenciones quirúrgicas genitales irreversibles”, también en el caso de menores autorizados… En fin, tanto frankensteinianismo deja sin aliento. 

Los problemas relacionados con la sexualidad pueden llegar a ser complejos y dolorosos. En cualquier caso, es siempre aconsejable ser humildes frente a la naturaleza y no escribir las leyes a caballo de un entusiasmo provocado por la Hybris. Porque pueden resultar ofensivas incluso para sus pretendidos beneficiarios. 

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