El año 2020 fue el del virus, la muerte, la destrucción, el desconcierto y la desesperanza. Sobre el último trimestre de ese año el mundo se asombró de ver cómo la ciencia desarrollaba vacunas en tiempo récord, la mayoría de las cuales prometían gran eficacia en los trabajos de laboratorio.
Pero 2021 fue el año en el que esas vacunas llegaron a la cancha, y mostraron su capacidad para cambiar el rumbo del covid-19 en el mundo. Hoy el virus, y la enfermedad que trae consigo, no es la misma que en 2020. Es menos letal, aún en las poblaciones más vulnerables. Y no solo en las que hasta ahora habían evitado nuevas olas, como Uruguay. Las poblaciones de riesgo están ampliamente protegidas, aun en el medio de olas de delta, o ahora de ómicron, al punto que la muerte de personas con tres dosis de las vacunas es una rareza estadística, y la mortalidad es protagonizada fundamentalmente por personas no vacunadas.
Las diferentes vacunas, de diferentes tecnologías provenientes de países con enfoques y filosofías políticas contrapuestas, permitieron que la vida vaya ganando paso y dejando atrás restricciones que en muchos lugares llegaron a ser extremas, y que serán juzgadas por la historia para analizar si el daño que hicieron fue menor al del mortífero virus.
Uruguay podrá decir que su población dio el ejemplo, y que lejos de los enormes bolsones de antivacunas de Estados Unidos o Europa, en este país los uruguayos acudieron masivamente a vacunarse, impactados por una ola de variante gamma que en marzo y abril puso de rodillas al país y causó un gigantesco número de muertes. En dos meses sufrimos todo lo que habíamos esquivado en 2020, hasta que las vacunas empezaron a hacer su trabajo y las curvas se desplomaron. Hoy, con 75% vacunado con dos dosis y 44% con tres, la ola de Ómicron puede esperarse con optimismo y hasta con la esperanza de que sea la última, por su capacidad de desplazar a la más dañina Delta. De todos modos, habrá que seguir de cerca en estos días la ola de casos, para que las muertes, aunque sean un porcentaje ínfimo, no sean muchas individualmente.
De lo que el mundo no podrá estar orgulloso será de la extrema desigualdad en el acceso a esas vacunas. Mientras a algunos nos cambiaron la vida y muchos países del primer mundo o con buen acceso a él, como Uruguay, ya van por las terceras dosis para todos, sean jóvenes o viejos, enfermos o sanisimos, los países más pobres tienen una insultante escasez, que sigue dejando vulnerables a millones de personas. No sabemos exactamente cuántos: muchos viven en países africanos, donde se miden muy mal los casos, hospitalizaciones y muertes, además de que sufren otros problemas sanitarios aún más extremos.
Pero más allá del efecto en muertes, es un hecho que la falta de vacunas habilita a que el virus siga circulando y matando, como es el ejemplo de ómicron, más allá de que esta última variante termine siendo una buena noticia o no.
Pero si ómicron termina siendo más benigna, si el mundo consigue un poco más de equidad en el reparto de vacunas, 2022 será el año en el que finalmente nuestra vida debería dejar de girar en torno al virus. Está claro a esta altura que el covid-19 no se irá, y que la ilusión de la inmunidad de rebaño se terminó con delta. Pero ya tenemos vacunas y medicamentos, como para que, para quienes decidimos inocularnos, se transforme en una gripe más. Es más: ya tenemos más herramientas para combatir el covid-19 que para muchos otros virus.
En países con el nivel de vacunación de Uruguay, ya tenemos pocos argumentos para mantener cualquier tipo de restricciones generales. El cuidado debería empezar a depender de la evaluación individual, en base a las circunstancias personales, del entorno y de la voluntad o no de aplanar la curva. Los que así lo desean podrán seguir cuidándose hasta que sientan que ya no sea necesario. Esa es la libertad que nos dieron las vacunas: nos volvieron a dar el poder de decidir cómo actuar.
No sería lógico que el mundo siguiera restringiendo libertades por aquellos que decidieron no vacunarse. En cambio, el desafío seguirá siendo cómo cuidamos a las personas más vulnerables. Las vacunas no lograrán reducir su riesgo a cero, pero si equilibrarlo al de tantas otras enfermedades.
¿O acaso no fue así que tratamos a todos los virus a lo largo de la historia? Alcanza con ver por qué aceptamos las restricciones en marzo de 2020 y si algunos de esos argumentos se mantienen. Seguro que ya no se podrá argumentar desconocimiento del virus ni su virulencia. Dos años después lo conocemos y sabemos cómo ganarle.