Cuando un diminuto virus de la familia de los coronavirus dejó a más de media humanidad encerrada en su casas, cuando los abrazos pasaron a ser virtuales y luego con puños, y los médicos recibían aplausos desde los balcones, hubo una romántica ilusión: el mundo será, luego de la pandemia, un lugar mejor. Después, después de la emergencia sanitaria, las estadísticas muestran lo contrario: más pobreza, más conflictos, más…
Las inequidades previas, en lugar de reducirse, se acentuaron. Por ejemplo: antes de covid-19 había 113 mujeres pobres cada 100 varones. Ahora hay 116 cada 100. Ese “ensanchamiento” de la brecha puede ser incluso mayor si la pobreza no se mide solo por los ingresos que percibe una persona u hogar, sino por las satisfacciones de las necesidades. Por eso —y porque el paradigma de pobreza está cambiando— el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presentó este martes el primer índice de pobreza multidimensional en las mujeres adultas de América Latina. Y los datos sorprendieron.
Más de la cuarta parte de las mujeres mayores de 18 años de la región son pobres según este mecanismo de medición. No solo eso: en la mitad de los países la pobreza es mayor cuando se considera no solo la línea de ingresos. Pero, en ese contexto, Uruguay quedó posicionado como “el mejor de la clase” y, a la vez, con menos mujeres pobres de las que estima el Instituto Nacional de Estadísticas.
Sucede que 6,8% de las mujeres uruguayas mayores de 18 años están bajo la línea de pobreza. Así lo estableció la Encuesta Continua de Hogares tomando como referencia los ingresos. Pero si además de ese dinero se consideran otros nueve indicadores, el porcentaje de mujeres pobres se reduce a 4,6%.
Uruguay no solo encabeza el podio de los mejores posicionados —seguido por Chile (4,7%) y Costa Rica (11%)—, sino que, en términos comparados, la intensidad de esa pobreza multidimensional es menor que el promedio de los países de la región.
¿Qué significa? Supóngase que cada indicador que compone la pobreza multidimensional tenga una escala del 1 al 10. Entonces, no es lo mismo no tener algo del todo que tener un poquito (aun siendo pobre). En ese sentido, en Uruguay las mujeres pobres presentan privación en cuatro de los diez ítems, mientras que a escala continental esa intensidad alcanza una privación de cinco de diez.
Un pobre es, según la Real Academia Española, un “necesitado, que no tiene lo necesario para vivir”. Esta definición vale para el adjetivo como para el uso como sustantivo. Pero, más que una discusión lingüística, la pobreza es un concepto que varía con el tiempo y cabalga a la par de los debates de economistas.
Existe cierto consenso de que la pobreza medida por ingresos no es el reflejo más cabal de qué significa tener lo necesario para vivir. El problema es qué otras dimensiones —y sobre todo qué peso o ponderación se le asignan a esas otras dimensiones— se toman en cuenta.
Por ejemplo: ¿vale lo mismo no tener acceso a internet que carecer de seguro de a salud? ¿Es lo mismo el nivel educativo insuficiente que la falta de empleo? ¿O el hacinamiento en el hogar que no tener saneamiento?
Tras la revisión de la literatura, el PNUD optó por las siguientes dimensiones:
Cuando se toman en cuenta la totalidad de estas diez dimensiones, hay una conclusión clara para cualquiera de los diez países analizados: la incidencia de la pobreza en mujeres adultas es (mucho) mayor en el área rural que en los centros urbanos.
Mientras el 19% de las mujeres de las ciudades son pobres multidimensionales, en el campo lo son casi el triple (58%). Uruguay no escapa a esta lógica, aunque menos acentuada: la incidencia rural casi duplica a la urbana.
En Uruguay, donde el sistema integrado de salud permite el acceso casi universal al seguro sanitario, las dimensiones de salud y cuidado casi no pesan en la pobreza multidimensional. Por el contrario, las condiciones de empleo desfavorable y la falta de acceso a internet son de lo que adquieren más incidencia.
Más de un tercio de las mujeres adultas en Uruguay está privada de condiciones de empleo que le favorezcan y más de la cuarta parte carece de conexión a la red. Este último punto puede que sea polémico porque, por ejemplo, hay mujeres que no tienen acceso porque ni siquiera saben usar internet o una computadora (en especial adultos mayores) y no por la carencia per se.
Más allá de números, concluye el informe del PNUD: “Las medidas de pobreza multidimensional contribuyen a un análisis más preciso de la pobreza respecto a las medidas basadas solamente en los ingresos. Considerar un conjunto de variables sociales, políticas y ambientales que afectan a las personas permite a los gobiernos establecer políticas públicas más coherentes, eficientes y eficaces para la reducción de la pobreza”.
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