Era fotógrafa, quedó ciega a los 30 años y emprendió como tejedora

Angélica González supo reinventarse y crear su propio trabajo a través del tejido cuando la ceguera la obligó a abandonar su profesión: la fotografía

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26 de septiembre de 2021 a las 12:46

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Se podría decir que Angélica González creció entre agujas de tejer y ovillos de lana. Su madre era tejedora, por lo que incursionó en el oficio a los 4 o 5 años de edad. Pero a los 8 años, cuando su madre falleció, ella abandonó las agujas porque “no tenía la inspiración”.

A los 15 años comenzó a estudiar fotografía y abrazó esa profesión hasta que la vista se lo permitió. “Trabajaba de forma independiente, hacía fotografía de espectáculos públicos, tenía buenos clientes y trabajaba para algunos medios de prensa”, dijo González en conversación con El Observador.

Desde que empezó la escuela comenzó con los problemas visuales y de adulta le detectaron que tenía distrofia de retina, una patología hereditaria que provoca una pérdida progresiva de la agudeza visual y/o del campo visual en ambos ojos, y que puede llevar a la ceguera, como le sucedió a ella a los 30 años de edad. “Cuando perdí la vista me dijeron que la profesión que yo tanto amé fue lo que me ayudó a perderla tan pronto, por el esfuerzo que hacía”, expresó.

Buscó tratamientos a través de implantes en Suiza, Holanda y Argentina, pero le dijeron que estos se colocaban durante el proceso degenerativo de la vista y no una vez que ya se había perdido.

Así que a los 30 años su vida dio un giro y tuvo que reinventarse. Se acercó al Centro Tiburcio Cachón de rehabilitación para personas ciegas y de baja visión, donde hizo un curso para ser técnica en lectoescritura Braille, a lo que se dedicó hasta que nació su primer hijo. “Iba a dar clases a la Biblioteca de Discapacitados Visuales del Ateneo Municipal, pero nunca me contrataron”, contó.

Las boinas son de sus productos más vendidos.

Con la llegada de su primer bebé, dejó su rol de tutora y comenzó a retomar el tejido, ese legado materno que había dejado un poco de lado. “Empecé a tejer para él y después mis amigos me empezaron a pedir cosas y así empecé, con los pedidos de los amigos hasta que dejó de ser un hobby y pasó a ser un trabajo”.

Profundizó en las técnicas del tejido a través de tutoriales de Youtube y de cursos online con tejedoras extranjeras que tuvieron que adaptar la forma de enseñar a tejer —algo muy visual— a las necesidades de una persona ciega. “Por suerte encontré buenas tejedoras que entendieron y desarrollaron una capacidad de explicar mejor de la que tenían”, acotó.

De los escarpines y capitas para bebé pasó a los buzos, los sacones y los ponchos y con ellos, a crear su marca: Tejiendo a Oscuras. Especializada en dos agujas y en prendas de abrigo, González utiliza sus manos como ojos para entretejer desde lanas acrílicas o hipoalergénicas hasta de merino. “Todo lo hago con tiempo y con calma, planifico a largo plazo”, dice la tejedora a quien un poncho de adulto de 450 puntos le lleva unos diez días de producción.

Su oficina es el comedor de su casa y sus asistentes son sus hijos Katriel y Ángel, que la ayudan a medir, elegir colores y a mostrar sus prendas terminadas, ya que son sus principales modelos. Su clientela se la ha ganado por el boca a boca y por las redes sociales, trabaja solo por encargo, cuenta con un catálogo y personaliza los diseños a gusto del cliente. “Lo que más salen son las boinas, las capitas y los ponchos de bebé. Para el verano lo que tejo son chales de encaje y capitas para los hombros”, señala.

Pero su producto estrella es el típico poncho campestre uruguayo: “antiguamente se hacía en paño o en telar por piezas, yo saqué el diseño en dos agujas, del cual estoy extremadamente orgullosa porque repliqué lo que usaban los gauchos en Uruguay”, dice.

El poncho es su producto estrella.

En diciembre de 2020 se animó a dar el paso y a formalizar su emprendimiento. “El año pasado me dediqué a estudiar la parte empresarial, me anoté en un curso de Pymes en la Intendencia de Montevideo, en otro de emprendimientos y en otro de regularización”.

Según la emprendedora-tejedora, este año no le fue tan bien como el anterior, pero ya estaba preparada, porque en los cursos le explicaron que los dos primeros años de cualquier emprendimiento son los más difíciles.

Para 2022 en sus planes está poder presentarse con sus productos en todas las ferias que pueda, como la de la Intendencia o la del MIDES y sumarse a la Semana Criolla del Prado, en caso de que se realice.

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