AFP

Fulbowashing y mirar para el costado

Esta es una columna pro fútbol pero no es una columna hipócrita

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26 de noviembre de 2022 a las 05:00

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Esta es una columna pro fútbol, aunque la autora no esté capacitada técnicamente para opinar sobre pases, definiciones de equipos, goles habilidosos o formaciones estratégicas. Esta es una columna pro fiesta del fútbol, porque casi siempre lo es y porque resiste desde hace más de 100 años a pesar de los excesos de algunos hinchas, de la corrupción de algunos dirigentes y de la manipulación de países que buscan ser sede de mundiales para que el mundo olvide, por un tiempo, que violan derechos humanos, inician guerras, esclavizan seres humanos y hasta los matan de cansancio y calor mientras que construyen los estadios donde luego nos vamos a sentar protestando porque el aire acondicionado está helaaadooo.

Esta es una columna pro fútbol pero no es una columna hipócrita. Claro que el Mundial es una fiesta, claro que miles y miles de personas están disfrutando en Qatar de esa fiesta y qué alegría por ellos. Pero claro, también que ya seas de los que viajaste o seas de los que lo miramos por la tele, es necesario ser consciente de qué pasa y pasó en Qatar, en vez de mirar al costado. Un meme que vi en estos días bromeaba con ingenio sobre un tema que da para llorar: Rusia, Qatar, ¿el próximo Mundial será en Corea del Norte?

Empiezo por lo más evidente. ​​Miles de trabajadores migrantes murieron en las diferentes construcciones de Qatar desde que en 2010 la FIFA designó a este país como sede del Mundial. Así lo denunció Amnistía Internacional, tomando un cálculo de 6.500 personas del diario The Guardian, basándose en los datos proporcionados por los países de origen de los trabajadores: India, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka, Pakistán. El número exacto nunca se sabrá, porque Qatar no dio datos, aunque abundan los certificados de defunción de trabajadores migrantes que tenían entre 30 y 40 años, etiquetados como muertes por “causas naturales” o “insuficiencia cardiaca”. A 50 grados, bajo el rayo del sol, con condiciones de vida infrahumanas (un “baño” con un agujero en el piso para decenas de personas), lo “natural” adquiere otra dimensión. 

En 10 años, desde que la FIFA le otorgó el Campeonato a Qatar, este pequeño país autocrático que ha sido gobernado durante los últimos 150 años por la misma familia (con intervención inglesa, cómo no), levantó seis estadios de última generación, al mismo tiempo que trataba como infrahumanos a los obreros que llegaban en manada desde países en los que el PIB per cápita es infinitamente menor que el de estas tierras repletas de petróleo y gas natural.

En ese país, y en otros de la península arábiga, existe un “sistema de patrocinio” que usan las empresas, llamado kafala. El término significa “garantías” en árabe, pero en este caso parece ser una garantía de cuasi esclavitud para el trabajador y de laburo extremo sin quejas para el empleador. “Los empleados no pueden decidir cambiar de trabajo, las empresas pueden confiscarles el pasaporte, y no hay posibilidad de reclamar unas mínimas condiciones a través de sindicatos”, explica Amnistía Internacional. Ante la lluvia de protestas en todo el mundo, Qatar cambió el sistema en los últimos años, pero no lo suficiente para que las condiciones de trabajo al menos fueran humanas.

Nada de esto, por considerar solo una de las violaciones a los derechos humanos que se producen en Qatar, fue mencionado en el lastimoso reciente discurso del actual presidente de la FIFA, Gianni Infantino. Si no fuera tan triste la situación habría que reírse de su concepto de discriminación, que dijo entender de primera por haberla padecido de niño porque era pelirrojo, pecoso y un migrante italiano en Suiza, algo así como la discriminación del super desarrollo, señor mío. 

En ese discurso que dio con ritmo teatral (mucha pausa dramática), Infantino intentó apoyar a Qatar y agradecerle por su esfuerzo para invertir 200.000 millones de dólares en el torneo más popular del planeta. Pero nada sonó ni es convincente. Porque Infantino no es qatarí ni gay ni trabajador migrante. Es el número uno de una organización con antecedentes severos de corrupción, que no se ha hecho nunca responsable ya no solo de las coimas y arreglos sino tampoco de lo que generan sus elecciones.

De paso, ese es el Mundial más caro de la historia: 200.000 millones contra un lejano segundo puesto ruso, co 15.000 millones de dólares. 

“Al ignorar las críticas legítimas en materia de derechos humanos, Gianni Infantino no sólo está dejando de lado el enorme precio que han pagado los trabajadores y trabajadoras migrantes para hacer posible este emblemático torneo, sino también la responsabilidad de la FIFA en ello. 

Las exigencias de igualdad, dignidad y compensación no pueden ser tratadas como una especie de guerra de culturas: son derechos humanos universales que la FIFA se ha comprometido a respetar en sus propios estatutos”, dijo hace poco Steve Cockburn, director de Justicia Económica y Social de Amnistía Internacional. Sus argumentos van al corazón de lo que deberíamos discutir ya no solo de cara a Qatar, sino de cara a cualquier lugar que sea sede de la fiesta del fútbol. No vale decir que Europa tiene 3.000 años de historia de no respetar los derechos humanos, como lo hizo el italiano. El mundo entero tiene historia de no respetar nada, empezando por la propia humanidad, pero hablemos de este 2022 en el que en muchos lugares se niegan derechos básicos y se coartan libertades que aquí hasta subestimamos. 

En Qatar no solo mueren migrantes que van en busca de trabajo, como consecuencia de condiciones de trabajo deplorables; en Qatar una mujer puede ir presa si le es infiel a su marido y una mujer de menos de 25 años debe pedir permiso a sus tutores para viajar al extranjero, firmar un contrato o incluso salir de su casa. Allí una persona homosexual puede ir hasta siete años a prisión por incitar a la “sodomía o disipación” o a “acciones inmorales”.

No me corran con las excusas de que esas cosas pasan en otros lados. No me corran con las excusas de que muchos países han hecho las mismas cosas. No me manipulen con excusas porque suponen un relato de la verdad demasiado distorsionado, parecido a lo de los gobiernos y partidos políticos que en vez de aceptar sus errores señalan lo que hizo el otro en el pasado, a ver si así nos entreveramos más y evitamos darnos cuenta de la metida de pata de hoy, porque total “estoy ya pasó”. Organizar un Mundial en un solo país supone la inversión de millones de dólares en infraestructura (desde cuatro estadios a un subte, por mencionar algunas de las construcciones que pagó Qatar), pero la FIFA no pone ese dinero. De hecho, al menos algunos dirigentes solo se llevan dinero. Si el camino es apuntar a los países con sistemas de gobierno autoritarios, porque allí es más fácil ordenar hacer cualquier cosa en cualquier tipo de condición, estamos en problemas y la fiesta del fútbol podría convertirse en un sepelio.

Mientras que Gianni arma discursos inverosímiles con su spin doctor, mientras que el emir de Qatar, Tamid bin Hamad al-Thani, se queja porque su país es víctima de “una campaña sin precedente que ningún otro país enfrentó”, mientras que los hinchas hinchan y sueñan y los jugadores corren y sueñan, haríamos bien en -al menos- ser totalmente conscientes de lo que pasa y pasó en Qatar. Mirar para el costado, hacer como que todo está bien, es una enorme falta de respeto a quienes sufren y sufrieron y no ayuda en nada al fútbol y sus valores, débilmente compartidos por su organismo rector.

No se trata de llamar a la cancelación de Qatar ni de criticar a quienes decidieron ir a alentar a sus equipos, sino simplemente de ser conscientes de que lo que pasa allí no tiene que ver con “una cultura diferente que no entendemos” (otra excusa siempre a la orden del día) sino, lisa y llanamente, con una falta de respeto por la vida y la justicia más básica, esa que no se guía ni por la religión ni por la política, sino tan solo por un sentido de humanidad que tantas veces desaparece detrás de billetes.

El ahora llamado sporwashing, la organización de un evento deportivo en un país con severos problemas en el respeto de derechos humanos, no es un fenómeno nuevo. Hubo un Mundial en la Italia facista de 1934, en la Argentina dictatorial de 1978 y en la Rusia autocrática de 2014, además de unos Juegos Olímpicos en los que los deportistas desfilaron al ritmo de Heil Hitler, en 1936. Uno querría pensar que con el tiempo se aprende, pero no.  

Felicitaciones Qatar por el mega Mundial que te mandaste y por la infraestructura que dio vuelta una ciudad de millón y medio en la que ahora habitan tres millones. Felicitaciones pero no me engañas. Cuando la Ccopa abandone Qatar, todo volverá a la “normalidad”. Y esa normalidad da miedo.

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