JUAN MABROMATA / AFP

Gobierno argentino recurre a las viejas recetas y no logra disipar el olor a devaluación

Más controles cambiarios y restricciones a las importaciones, en un escenario de expansión fiscal y vencimientos de deuda. Todas las apuestas del mercado apuntan a una suba del dólar tras las elecciones

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09 de octubre de 2021 a las 05:04

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Fue bueno mientras duró, y duró bastante: durante nueve meses el Banco Central argentino pudo darse el lujo de comprar dólares en el mercado y engrosar sus castigadas reservas. Lo hizo al costo de mantener un rígido “cepo” cambiario y valiéndose de la circunstancia excepcional de una soja que tocó los US$ 600. 

Pero todos sabían que en algún momento terminaría. Los dólares de la exportación agrícola –que permitieron la entrada de 
US$ 25.000 millones hasta setiembre–ingresaron en su fase declinante por la típica estacionalidad. Se terminó la venta de la cosecha gruesa, con lo cual se espera que, desde ahora y hasta el verano, el ritmo mensual de ingreso será inferior a US$ 2.000 millones.

Además, el producto estrella de exportación argentina ya dejó atrás los días de cotizaciones récord y ahora cotiza en torno de US$ 460. Y, para colmo, las previsiones climáticas ponen una nota de duda sobre cómo será el ingreso de divisas en el futuro cercano.

Lo cierto es que la calma del mercado cambiario argentino se terminó. Porque, al mismo tiempo que entran menos dólares, aumenta el nerviosismo del mercado al comprobar que otra vez se está incurriendo en un retraso cambiario.

Es cierto que, en comparación con otros momentos de la historia reciente, los precios en Argentina no resultan caros en términos de dólar, pero también el mercado observa cómo mientras la tasa devaluatoria va en cámara lenta a 1% mensual, la inflación está volviendo a su velocidad crucero de 3%.

Y, tanto por motivos económicos como por los políticos, se generalizó la expectativa de una devaluación luego de la elección legislativa de noviembre. Es algo que se manifiesta en muchos síntomas. 

Uno de ellos es la dificultad que tiene el ministro de Economía, Martín Guzmán, para obtener crédito del mercado salvo a cortísimo plazo o con cláusulas de protección en caso de una suba del dólar.

Y, como siempre en estos casos, el pequeño ahorrista reacciona por la vía de retirar los depósitos de los bancos y cubrirse con el blue comprado clandestinamente en las “cuevas” de la city porteña.

Otra vuelta de tuerca al cepo

El escenario no sorprendió a nadie, lo cual no quiere decir que no genere alarma: tras su tregua, el Central tuvo que volver a vender dólares, al tiempo que la cotización del paralelo volvió a dispararse. En setiembre tuvo que desprenderse de US$ 1.300 millones y en la primera semana de octubre se le fueron otros US$ 200 millones. Esto es lo que motivó que se tomaran medidas para dar una nueva “vuelta de tuerca al cepo”.
Las medidas adoptadas dejan una cierta sensación de déjà vu entre los más veteranos. Es por eso que muchos comparan la situación actual con la del final del gobierno alfonsinista en los años 80, antes de la hiperinflación. Y otros van más atrás y comparan el momento con la previa a la explosión del “Rodrigazo” de 1975.

En definitiva, el Banco Central está en una situación muy comprometida desde el punto de vista de las reservas, y por eso ha decidido restringir más la venta de dólares, tanto en el plano financiero como en que vende a los importadores.

Con la nueva resolución, busca limitar al mínimo posible la operatoria conocida como “contado con liquidación”, una triangulación consistente en comprar bonos en pesos y revenderlos en dólares para dejarlos depositados en una cuenta del exterior. Mientras entró dinero de la soja, el Central toleró esta práctica como un mal menor, de manera de quitar presión al mercado paralelo.

Pero las cosas se fueron complicando: según estimaciones privadas, esa operatoria le costaba al Banco Central unos US$ 6 millones por día a comienzos de año, pero la cifra trepó a US$ 15 millones a partir de julio y ya en setiembre tuvo que resignar un promedio diario de US$ 25 millones. No parecerían cifras muy impresionantes, si no fuera por el estado de las reservas del Central. Los economistas advierten que cuando a los US$ 42.800 millones de la estadística oficial se les restan los encajes bancarios, los créditos, los swap y las tenencias de oro, lo que queda neto es muy poquito: apenas por encima de US$ 2.000 millones y con tendencia a la baja.

Es por eso que empezaron a proliferar los pronósticos de crisis. Desde los economistas cercanos al gobierno hasta los más críticos como el siempre influyente Domingo Cavallo, están alertando sobre la inevitabilidad de una agudización de la brecha cambiaria y una suba de las tasas de interés, como antesala de una oleada inflacionaria.

Reciclando las viejas recetas

Claro que el gobierno entiende la gravedad de la situación. Y, sobre todo, una de las máximas de la política argentina: no se puede devaluar antes de una elección si no quiere arriesgar una situación de desastre. Es por eso que todas las medidas que se toman van en contra de lo que el propio gobierno pregona. Por ejemplo, se están limitando las importaciones, aun cuando se sabe que por cada punto que crezca la economía se necesita que suban tres puntos las compras del exterior.

Pero el Central está preocupado por un fenómeno típico de estos momentos: atraídos por el dólar barato –y anticipando una posible devaluación– los importadores adelantan pedidos de financiación: piden dólares para compras que en realidad tienen previsto hacer dentro de varios meses.

Por eso se decretó un nuevo cierre, que se agrega a una práctica discrecional que ya irritaba a los industriales.

Un síntoma de esta situación es el sector automotor. Así, se da la situación insólita de que, mientras las concesionarias tienen cada vez más clientes en lista de espera para comprar un 0 kilómetro, las proyecciones de venta son todo el tiempo revisadas a la baja.

El último reporte de la asociación de concesionarios señala que mientras a comienzos de año se pensaba que a lo largo del 2021 se podrían vender unas 450 mil unidades, ese número se fue bajando hasta llegar a los 375 mil que se proyectan en la actualidad.

Mientras tanto, en la Unión Industrial Argentina hay un malestar cada vez menos disimulado por las demoras en las entregas de permisos para importar, que ahora lleva el doble de tiempo para las autorizaciones, tras una resolución publicada hace tres semanas. 

El cóctel para la explosión veraniega

Lo que pone una cuota de dramatismo extra a la situación es el calendario de vencimientos de la deuda. No es que US$ 3.300 millones hasta fin de año sea una cifra tan grave para una economía del tamaño de la argentina, y menos aun después de la ayuda del FMI. Pero el detalle es que Argentina no tiene crédito externo y reservas netas tendiendo a cero. Eso hace que incluso un vencimiento por US$ 1.000 millones se transforme en un problema.

Por otra parte, el ministro Guzmán está generando una abultada deuda en pesos como forma de financiar el déficit fiscal, y están surgiendo nuevos bonos diseñados para cada sector del mercado. Ya había ajustables por inflación y por dólar, y se acaban de crear otros para los fondos comunes de inversión, intransferibles y de cortísimo plazo. Una situación que lleva a las comparaciones con el “festival de bonos” de los años 80.

Guzmán, mientras tanto, trata de enviar señales tranquilizadoras al mercado en el sentido de que no habrá una expansión descontrolada de pesos. Y lo hace tanto en el plano político –al extremo de polemizar con la mismísima Cristina Kirchner, que lo acusa de su amarretismo fiscal– como en el financiero. En los últimos días decidió devolverle al Banco Central unos 75.000 millones de pesos que había recibido como asistencia para financiar el déficit fiscal. Lo hizo después de que, en una licitación con los bancos locales, lograra refinanciar vencimientos de deuda y que le quedara el 20% de saldo a favor.

De todas formas, lo que el ministro devolvió es apenas la tercera parte de lo que el Banco Central le había transferido solamente durante el mes de setiembre. Y los economistas estiman que, dado el ritmo de aumento del gasto público, cuando termine el año la expansión monetaria será mayor a un billón de pesos. Para colmo, se tejen todo tipo de versiones sobre la permanencia de Guzmán en el gabinete. Su figura sigue siendo relevante para negociar un imprescindible acuerdo con el FMI, pero hay señales evidentes de su escaso apoyo político en la coalición de gobierno. En definitiva, el escenario que viene es de un mercado con muchos pesos y pocos dólares, y encima con inestabilidad política.

Todos los argentinos saben que tradicionalmente el verano ha sido la estación en que se producen las devaluaciones. Y, dado el comportamiento del mercado, no creen que el próximo verano sea la excepción.

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