Adrián Caetano

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Adrián Caetano: "Hay algo de volver a viejos valores, de que se acabó el recreo, como si acá hubiera habido una joda increíble"

El cineasta uruguayo salta al teatro y desembarca en la Comedia Nacional con La Gayina, una truculenta adaptación de uno de los cuentos más icónicos de Horacio Quiroga
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04 de julio de 2023 a las 05:03

Si alguna vez, en la escuela o donde sea, te cruzaste con La gallina degollada, el relato de Horacio Quiroga que forma parte de los Cuentos de amor, de locura y de muerte, hay imágenes que seguro todavía tenés metidas en la cabeza: la baba cayendo de la boca de los hijos del matrimonio Mazzini Ferraz, la sensación de desolación absoluta, la crueldad abrumadora, el golpe al estómago al final y la bilis grasienta y amarga que sube por la tráquea junto con el desenlace fatal. Si algo de todo esto fue parte de tu experiencia lectora, tranquilo: no estás solo. Porque el cineasta uruguayo Israel Adrián Caetano (53) también leyó el cuento, lo leyó hace mucho, en la escuela, y se traumó para siempre. 

Así lo deja claro en el folleto de su obra La Gayina, que adapta el cuento de Quiroga para la Comedia Nacional, y que actualmente está en cartelera en el Solís como parte de la temporada de clásicos de la compañía dirigida por Gabriel Calderón:

"Quiroga me traumó, como me traumó la escuela. También me iluminó como las piñas de la maestra. Me enseñó el terror para escapar del horror y la muerte del otro me dio vida".

Brutal y sórdida, la primera obra de teatro de Caetano no se sale de los carriles por los que ha transitado su carrera, desde aquel despunte de realismo sucio bonaerense en Pizza, birra, faso, pasando por la salvaje El otro hermano y hasta la tremendamente exitosa serie El marginal. La Gayina es una apuesta removedora del director y la compañía por uno de los textos más abrumadores del autor salteño, y llega para consolidar un presente muy uruguayo para un hombre que se radicó hace décadas en Argentina, el país donde construyó el cuerpo de su obra, y que en los últimos años pegó temporalmente la vuelta. Sobre todo eso —el horror, los golpes en la escuela, Horacio Quiroga, el teatro, el cine, la pacatería uruguaya, los niños actores, el miedo y el éxito— es que va lo que sigue. 

El cine y el teatro tienen un montón de diferencias, pero una de ellas es el control. Cuando empieza la función, el director ya no incide. ¿Cómo manejás esa imposibilidad de meterte en lo que está pasando?

Cada función que veo es diferente, pero estoy rezando y cruzando los dedos para que nadie se equivoque, para que todo salga bien. Es como estar todo el tiempo haciendo una película y montándola. Y no te podés meter al escenario. El otro día Gabriel Calderón me contaba de una obra de teatro en la que el director se metía a marcar a los actores, pero eso es algo que a mí no me termina de gustar: el teatro dentro del teatro. No me atrae pero sí, a veces me dan ganas de meterme ahí en la función y corregir, marcar algunas cosas. Pero bueno, cuando empieza la función me persigno, y que salga todo bien. Después, si le gusta a la gente o no es algo que uno no maneja ni acá, ni en cine, ni en nada. El teatro es vertiginoso, pero ya me estoy acostumbrando.

¿Cómo fue para vos entrar a trabajar en un ecosistema aceitado y donde ya todos se conocen, como es la Comedia?

Tuve toda la libertad para dirigir. La Comedia incluso hizo un esfuerzo enorme y contrató a cuatro niños, porque no hay un elenco estable infantil. Eso fue una inversión de presupuesto, de tiempo y de gestión grandísima. Yo no me quería resignar con ese punto, yo quería niños, incluso quería trabajar con niños con discapacidad intelectual, pero eso ya era más difícil. 

¿A nivel burocrático?

Y a nivel humano. Lleva más tiempo y tenés que elegir bien al chiquilín, y que ese chiquilín tenga un respaldo y que esté la familia y que haya un acompañamiento. Yo ya lo había hecho en el cine y hay una estructura atrás de cada uno de los chicos que tenés que respetar, principalmente para cuidarlos a ellos. El interés además no tiene detrás ningún afán morboso ni mucho menos, sino de inclusión. Me parece que la inclusión siempre es urgente. El otro día, en una charla posfunción, Selva Tabeira (Ndr: referente de salud mental y rehabilitación psicosocial) explicaba que uno de cada siete uruguayos tenemos un vínculo con la discapacidad intelectual a través de un pariente, una hermana, una pareja o un amigo. Uno de cada siete es un montón y está invisibilizado. Y por eso me enojó mucho que prohibieran la obra para menores de 18 años. Parece que mostrar una violación en el escenario no es tan grave, que más grave es hablar de discapacidad intelectual, parece que da más escozor. Para mí es aberrante. Me pareció un acto de pacatería muy nuestra. 

Adrián Caetano

¿Tiene que ver con lo que somos y la idea de barrer debajo de la alfombra que tenemos en Uruguay?

Sí. Bueno, la familia en la obra es un poco la sociedad uruguaya. Un matrimonio que dice "esto no lo quiero, lo aparto y sigo mirando para adelante".

¿Cómo fue trabajar estos temas tan fuertes con niños tan pequeños?

Siempre se los planteé como algo lúdico, como que lo que teníamos que hacer nosotros era asustar a los espectadores. Al principio el personaje de María, la empleada doméstica, le dice a los espectadores que la van a pasar mal con esa obra, que les va a afectar negativamente, y es real, pero ellos se ponen muy contentos cuando la gente efectivamente pasa mal. Yo les digo que es como un tren fantasma, hay que asustarlos, hay que mirarlos a los ojos. Ellos me han contado que la gente les sostiene la mirada un poco, pero después no aguantan. Es incómodo, pero si vos lo planteas así, desde el lado lúdico, ellos se re divierten. Para los actores mayores sí, al principio, fue más difícil, pero cuando entraron los chiquilines todo se puso un poco más divertido.

La presencia de los niños es además un factor recurrente en el terror, por más de que La gallina degollada no sea estrictamente un cuento inscripto en el género.

El terror tiene que ver con eso. Con el peligro para los niños, los débiles, los temores, los miedos en las cosas cotidianas. Quiroga tiene todos los condimentos para crear algo terrorífico, lo que pasa es que creo que en esa época a él le importaba más poder contar esas historias crudas que la pluma que tenía. Al cuento de hecho lo resuelve en la última página. No tiene suspenso. Y la obra tampoco lo tiene, porque es bastante fidedigna. Es súper cruda y brutal, como era el viejo.

¿Cómo fue para vos la adaptación del cuento al teatro?

Yo ya tenía un guion de película de La gallina degollada y otros cuentos de Quiroga que estaban incluidos dentro de la trama, como El almohadón de plumas. Tenía casi cien páginas escritas, Quiroga siempre me atrajo para trabajar desde el audiovisual, tiene un imaginario propio que me parece súper alucinante. Pero bueno, había escrito ese guion, lo había presentado acá en todos los fondos que pude y nunca tuve suerte. Y cuando Gabriel me llamó lo que hice fue adaptarlo a una obra de teatro. 

¿Cómo trabajaste a nivel escenográfico? Es parte de la construcción del horror de la obra.

Yo digo que es como un gallinero de concentración, ¿viste? Tiene que ver con el exterminio de las personas con discapacidad, como la que hicieron los nazis sobre todo. Nosotros tenemos una sociedad que no los mete en un campo de concentración, pero los encierra en la casa. No los extermina, pero tampoco les da mucha pelota. Me parecía que funcionaba bien. Y después, hablando con Roberto Suárez, él me dijo que las rejas daban más sensación de peligro al espectador.

Ya que lo mencionaste, ¿cómo fue ese diálogo con Roberto, que sirvió de asistencia a la dramaturgia?

Me junté tres veces con él y después fue a ver un ensayo a tres días del estreno. Aprendí un montón. Yo lo que necesitaba era alguien que me dijera si lo que estaba haciendo estaba bueno o no. Y él me lo dijo. Básicamente era un consultor constante. Me recomendó que fuera a ver cosas que nunca fui a ver. Me hablaba del grotesco y me mandó a ver una obra que se llamaba Habitación Hamlet, con un actor argentino. A mí me decís teatro y me hablás de Shakespeare y los griegos y me aburro. Yo soy de cine y el cine en general es contemporáneo. Vi un ratito la obra de Hamlet y el tipo era un genio, hacía todos los personajes él solo, pero no era para mí. Pero Roberto me ayudó mucho y creo que usé todos los recursos teatrales. Mucha gente me contaba que esperaba que hiciera algo filmado, que es otra cosa que está de moda en el teatro, pero yo si iba a hacer teatro quería hacer teatro. Escaparle de la pantalla. 

La idea de lo fuerte que es la obra está presente incluso en el texto, con ese aviso de parte de un personaje que funciona como introducción.

La gente se ríe ahí, después se va riendo cada vez menos y al final nadie se ríe.

¿Qué querías despertar en el espectador?

Me acuerdo de que Calderón al principio me decía "salgo con una angustia, no es un terror que me asuste, sino que es algo angustiante". La obra te entra por lo físico y trabajé en ese sentido. En un momento pensé que si provocaba eso no había que torcer el rumbo, o sea, estoy abierto a que lo que sucede conviene. Yo no soy un gran dramaturgo, no sé escribir teatro, pero quería provocar algo.

Hablando de Quiroga, ¿te acordás del primer contacto que vos tuviste con él? En el texto del folleto contás que fue en la escuela, pero ¿cómo fue ese encuentro?

Con Los cuentos de la selva. Me quedé muy impresionado con la imagen de la tortuga que tenía la cabeza colgando de un hilo de carne. Mi viejo me enseñó a leer de muy chiquito, a los 5 años yo ya leía y de repente apareció este loco con esos cuentos fatales. No sé si hay otro cuento igual, por ejemplo, a La gallina degollada en la literatura del mundo, con esa crueldad, ese desprecio, ese maltrato. Quiroga construye en él un universo súper sórdido, pero su universo es muy uruguayo. Me acuerdo de ser chiquito y quedarme así, como aterrorizado. Quiroga es un clásico. Acá, en Argentina, en Chile, en Latinoamérica, es un re clásico. Lo que pasa es que siento que tenemos un debe con él, como tenemos un debe con otras cosas propias. Quiroga es súper nuestro y nunca lo terminamos de abordar. En el audiovisual, en el teatro, no sé si hay otra obra de teatro de Quiroga. Antes de La Gayina estuve buscando en Internet, en Youtube, pero encontré cosas muy precarias, muy amateur. Se han hecho cosas sobre su vida, sí. Pero después no recuerdo muchas intrusiones de Uruguay en su obra.

Me llamó la atención la figura del cura, que originalmente no está en el cuento. ¿Por qué entra en tu versión?

Quiroga nunca explica por qué pasa lo que pasa en esa historia. Y siempre pareció que la enfermedad de los niños estaba asociada a la endogamia del campo, incluso este cura que escribí dice eso. Yo quería sacar la obra del campo, ponerla en un no espacio y un no tiempo, en un lugar arquitectónicamente indefinible, pero a la vez súper reconocible: la estructura familiar. Y me parecía que el recurso del cura explicaba un poco más, porque no quería crear personajes que fueran gente de campo bruta teniendo hijos brutos. Y bueno, ahora el catolicismo está medio de moda otra vez, ¿viste? Al parecer ahora hay que rezar para que llueva y haya agua, hay mucha misa últimamente, creo que si bien somos laicos y todo, hay un peso del catolicismo muy fuerte otra vez. Hay como una reacción, volver a callarnos las cosas, no decir, no expresar, caminar como cargando una cruz.

Adrián Caetano

¿Eso qué te genera?

No sé si me enoja o qué. Me parece que hay que hablar de eso, hay que hablar de todo. Yo también un poco me reconozco así a veces. Ahora hay como una instancia de pacatería, de volver a los viejos valores que no sé cuáles son, de que se acabó el recreo, como si acá hubiera habido una joda increíble.

Con esa referencia, entiendo que lo notás a partir de los últimos giros políticos.

Sí. A ver, cuando yo me fui de Uruguay en el 84 era un país espantoso. En todos los sentidos. Después volví, durante mucho tiempo lo sentí menos gris, y ahora siento que estamos apagándonos de nuevo. No sé si es que me estoy mimetizando porque estoy viviendo acá o porque realmente está sucediendo (risas). Creo que vivimos un retroceso, no puede ser que el futuro sea terminar con algo, o volver para atrás, creo que es un gran error. Que a la obra la hayan prohibido para menores de 18 años es una señal. 

¿Y eso lo intentaste cambiar?

No. Tampoco es mi afán cambiar esas cosas, yo quería hacer la obra, pero me dio mucha pena. Muchos actores de la Comedia me decían "es la primera vez que me pasa esto en mi carrera". Me causa gracia y me da pena porque siento que ahí sigue habiendo un afán por ocultar las cosas. "De esto no se habla, esto es muy heavy". ¿Qué es heavy? ¿Qué es que lo pesa tanto? Si somos un país que tiene una tasa de suicidios altísima, una de las más altas del mundo, con muchísima gente en situación de calle, con problemas psiquiátricos graves y un solo centro de atención y de salud mental que es el Vilardebó. Pero seguro, no hablemos de esto, sigamos hablando de boludeces. Vos podés avisarle al espectador que lo que va a ver es fuerte, pero no podés censurar. Es un atraso. 

Antes de esta obra estrenaste Togo, la primera producción uruguaya de Netflix. ¿Estás en medio de un camino profesional que se hace cada vez más uruguayo?

Sí, y tengo ganas de filmar acá de nuevo también, no ahora, en un futuro. Pero tengo que encontrar qué película. No me siento extraño acá, ya me estoy interiorizando, ya sé quiénes son los ministros, ya voy viviendo la vida más a diario, me comprometo un poco más. Esta obra es un compromiso, y Togo también lo fue. Son compromisos que voy asumiendo y que tengo que ir perfeccionando, tallando y puliendo para que no sea solo una cosa de "voy a estar un rato y me voy". Tampoco me voy a quedar a vivir acá las 24 horas, los 365 días del año, porque tengo mis hijos allá, Argentina también es mi hogar. Pero sí estoy pensando en desarrollarme profesionalmente acá. La próxima película que se me está ocurriendo es acá.

Ese compromiso trajo bastante éxito, también. La Gayina está agotando funciones y Togo estuvo entre lo más visto de Netflix varias semanas. ¿Cómo digerís el éxito?

Algo que aprendí en Argentina es que al éxito hay que celebrarlo. Está bueno, pero también sé que es algo efímero, que lo tenés que construir siempre y que a veces fracasás y no es grave. Togo fue una peli muy particular. Se hizo en pandemia, en circunstancias casi urgentes, justo había un cambio de directivos en Netflix y la persona que le dio luz a la película después se fue a otra plataforma, y entonces el proyecto tambaleó. Se hizo con un presupuesto bajísimo, y también en un medio que yo desconocía, porque decidí trabajar con todos uruguayos, salvo el protagonista. Hay errores que no volvería a cometer y aciertos que volvería a repetir, por eso tengo que hacer otra película acá.

Volvamos a la escuela, a Quiroga, a ese texto que se puede leer en el folleto de la obra. ¿Cuánto le debemos a nuestros traumas?

Creo que todo. Es ese dicho de que la gente feliz no produce arte. Los estadios del goce no te dan ganas de hacer demasiado. A mí La gallina degollada me dejó pensando décadas, me traumó. Y uno tiene que exorcizar las cosas, sacarlas para afuera cuando te dan vuelta. Yo que sé, pensá que fui a la escuela en dictadura, que la maestra le pedía permiso a mi viejo para poder pegarme y mi viejo le decía que sí. Si no te traumás con eso...Por suerte las cosas cambiaron.

Este es, en algún sentido, un debut en el teatro para vos. ¿Qué tiene en común con aquel debut junto a Bruno Stagnaro en Pizza, birra, faso?

Mirá, me cansé como no me cansaba desde hace mucho. Me cansó más que un rodaje. Fueron tres meses de ensayo casi todos los días, incluso los sábados, los domingos, me agoté. Eso me lo cobró la edad, no tengo 23 años como cuando hicimos Pizza, birra, faso, no tengo esa fuerza. Pero está el mismo vértigo, eso es lo más lindo. El vértigo y la inseguridad que, por lo menos a mí, refuerza el trabajo. Me volví a reencontrar con eso de querer que las cosas queden bien a como del lugar. Y la independencia, que es un espacio por el que siempre lucho, pero que cada vez es más difícil de lograr, más aun en las plataformas con este verso de los algoritmos, con toda esta mentira de lo que le gusta a la gente, de la gente como consumidores de pelotudeces porque no tienen ganas de pensar. A mí de verdad me asombra que la gente esté viendo La Gayina. Me asombra gratamente que alguien tenga ganas de encontrarse con un contenido que no es complaciente. No vas a salir y decir "ah, que bien que la pasé, vamos a comer una pizza". No, lo más probable es que te quede la cabeza dando vueltas un par de días, un par de horas. Y está bueno, porque los traumas por lo menos te hacen pensar. Las cosas que son fáciles de digerir no sé si te hacen pensar demasiado. Por eso digo: me pone contento que haya un público uruguayo que tenga ganas de pensar.

Funciones

La Gayina se estrenó el pasado 24 de junio e irá hasta el 30 de julio en la sala Zavala Muniz del Teatro Solís. Las funciones son los jueves, viernes y sábados a las 20.30 y los domingos a las 18.30 horas. Las entradas se consiguen en Tickantel y boletería del teatro.

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