Adrián Caetano volvió a filmar en Uruguay después de 18 años

Espectáculos y Cultura > Estreno en Netflix: Togo

Adrián Caetano: “Yo veo muchos más héroes en las clases bajas que en las clases medias”

El director uruguayo y el actor argentino Diego Alonso hablan de su última producción juntos, Togo, la primera película uruguaya de Netflix
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04 de octubre de 2022 a las 05:03

Fue a la salida del estreno de un video de Fito Páez. Adrián Caetano acababa de rodar Pizza, Birra, Faso junto a Bruno Stagnaro —una película que se convertiría en un símbolo del Nuevo Cine Argentino—, y Diego Alonso estaba a punto de embarcarse en el personaje de el Pollo para Okupas, una serie que alcanzaría el grado de mito televisivo tras su estreno. Ambos cruzaron miradas, el encuentro incluyó algunos chistes de los que solo ellos se rieron, y quedó hecha la conexión. El director uruguayo —radicado en Argentina desde hace décadas y responsable de títulos como El otro hermano, Un oso rojo y la serie El marginal— y el intérprete lanzaron así una relación que incluyó una serie en 2004 filmada en Uruguay titulada Uruguayos campeones, y que ahora desemboca en un trabajo más ambicioso: Togo, una película que ha sido promocionada como un western urbano y anunciada como la primera producción uruguaya de Netflix.

Rodada en Montevideo en las calles de Palermo, en las inmediaciones del Club Atlético Atenas, Togo —que se estrena este miércoles en la plataforma— sigue los pasos del cuidacoches del título, un veterano que vive en la calle y que tiene ganado el respeto y el cariño de todos los vecinos de la cuadra. Sin embargo, los tentáculos del mundo criminal lo alcanzan y, ante el avance de un grupo de narcotraficantes, el hombre tiene que “pararse en los pedales” para no perder su territorio y defender lo que le importa.

A continuación, un resumen de la charla que Caetano y Alonso mantuvieron con El Observador en las vísperas del estreno.

Diego Alonso saltó a la fama por su personaje del Pollo en Okupas

¿Qué significa que esta sea la primera película uruguaya de Netflix?

Adrián Caetano: Para mí es una película nueva, mía, propia, pero es una película más a la vez, no implica mucho más que eso. De todas formas, es un hecho comercial y de producción que sea la primera producción uruguaya de Netflix en un tiempo donde las plataformas reinan por sobre las demás cosas, aunque tampoco es más que eso. Todo tiene un valor per se que excede a ese título. 

¿Cómo fue volver a rodar en Uruguay?

AI: Yo había hecho una serie que se llamó Uruguayos campeones en 2004, donde también estuvo Diego hace muchos años, para la que me habían convocado productores uruguayos de televisión. En este caso Togo partió de una iniciativa propia, porque el viento de la pandemia me llevó hasta Uruguay. Ahí me di cuenta de que había historias para contar. Es la primera vez que se me ocurre una película que transcurre en otro lugar que no sea la Argentina. Así que empecé a ver a Uruguay desde otro lugar, porque fue una necesidad. Para mí hacer películas es como respirar, como cualquier laburo al que uno se habitúa y necesita hacerlo. Con esas ganas de hacer una película, se me apareció. Caminaba por la rambla, trataba de encontrar alguna historia, y apareció esto, el fenómeno de los cuidacoches, que no es lo mismo que sucede en otros países. La marginalidad uruguaya, la gente que vive en la calle en Uruguay, tiene una procedencia socioeconómica y psicológica muy diferente a la de otros países. Me empecé a vincular, me di cuenta de que había montones de cuidacoches en todos lados, personas en algunos casos con problemas psiquiátricos, gente muy sola. Empecé a sentir un gran cariño por esos personajes y a partir de ahí empecé a buscar mi historia con estos personajes. No quería hacer un documental sobre ellos, quería una ficción.

(A Diego Alonso) ¿En qué situación estaba su carrera cuando le llegó la convocatoria para Togo?

Diego Alonso: Me agarró sin saber a dónde íbamos a ir a parar, qué iba a pasar con la humanidad con la pandemia, y parado en un lugar en el que no hacés pie nunca. Era como estar en el océano, donde no podés tomar impulso desde abajo porque no sabés donde está el fondo. Yo estaba en Argentina, tratando de laburar, trabajando poco y nada, con miedo por tener que cuidar de mi familia, y justo el día que me llama Adrián estaba trabajando en otra peli que se me había abierto. Si bien me cagué de sorpresa, era algo que esperaba. Con Adrián me conozco un montón, hemos hecho muchas cosas juntos, y me puso contento. También era la oportunidad de volver a Uruguay. Le dije que sí y le pedí el guion. Cuando lo leí quedé sorprendido: era la primera vez que me encontraba con la película de un negro. A mí de chico me decían Kunta Kinte por una serie de ese momento, Raíces, y siento que hasta Django no había una película donde el negro, con toda su negritud, fuera el protagonista, el héroe. Están las películas de Denzel Washington, de Will Smith, claro, pero ellos ahí no son negros, son un ser humano más. Esta película es la película de un negro, que cuida coches, en un lugar donde la raza todavía es muy fuerte, y me pareció muy interesante desde ese lugar.

Diego Alonso se pone en la piel de Togo, el protagonista

En comparación con aquel rodaje de 2004, ¿cómo encontraron a la ciudad en términos de locación? En los últimos años ha sido habitual verla como escenario de diferentes producciones internacionales.

DA: En 2004 recuerdo que vi a Montevideo como una ciudad similar a lo que era Buenos Aires en ese año. En el 2021, Montevideo me pareció Ciudad de México o Barcelona, y Buenos Aires sigue siendo Buenos Aires. Creo que es muy loca la cantidad de cosas que tenemos que aprender de lo que pasa acá. Ojalá tengamos tiempo para poder vivir ese cambio. Me enamoré un poco de Montevideo, y cuando volví me puse un poco triste, pero acá tengo la vida también.

AC: Yo a Uruguay lo veo siempre igual. Para mí es un país que se quedó en el tiempo. Lo que sí, esta vez lo sentí como un reencuentro. Mi familia y yo somos exiliados económicos, y eso es duro, porque cuando me fui no tenía ganas de irme, y los que nos fuimos siempre tenemos esa romantización del regreso. Esta vez fue la argentina la que me echó. En Argentina estaba sin laburo, con una pandemia manejada de forma muy difícil, muy encerrado. Me fui a Uruguay y empecé a verlo de otra forma, a vivirlo. Me empecé a quedar, a llevarme bien con el país y a pasarla bien. Ahora lo extraño. Me están pasando cosas raras, estoy volviendo casi sin querer. Cuando ya me había resignado y habituado a que Uruguay iba a ser un lugar al que ir de vacaciones con mis hijos y nada más, me estoy dando cuenta de que tal vez es un lugar en el que puedo volver a vivir. Y eso es un proceso y que aparezca esta película no es menor. 

Adrián Caetano en el rodaje de Togo

Su carrera ha estado vinculada al retrato de cierta marginalidad, sobre todo porteña o rioplatense. En todos estos años de películas y series sobre el tema, ¿de qué cosas se cansó y qué nuevos pliegues le encuentra al abordaje?

AC: Yo nunca me metí al cine para hacer películas marginales. Yo me metí al cine para hacer películas de terror, de ciencia ficción, de acción. Pero hicimos Pizza, Birra, Faso con Stagnaro, que estaba bien, que para mí era un policial y no necesariamente marginal... Creo que lo puedo sintetizar de esta manera: para mí el cine en los países latinoamericanos está en manos de la clase media. En Estados Unidos no, la gente que hace cine viene también de clases laburantes, que por otro lado es una clase obrera muy diferente. La clase obrera yankee es una que puede tener auto, casa, mandar a los pibes al colegio y no tener necesidades, es muy diferente al laburante de Latinoamérica, que labura toda tu vida y no puede ni comprarse un auto. Entonces, inevitablemente acá el cine está en las clases medias, y en Uruguay mucho más. En Uruguay, salvo Reus (2011), que es una película que aprecio un montón, las películas son todas de problemas de clase media. Y obviamente, si vas a una fiesta donde todos están vestidos de traje y caés con jogging, van a preguntarte por qué te vestís así, y no le van a preguntar a todos los demás por qué están de traje. Me pasa un poco eso. ¿Por qué resulta tan raro que alguien haga estas películas acá y no es raro en otros países? Creo que porque nuestra realidad social es diferente, nuestros trabajadores son diferentes, nuestro imaginario cinematográfico también. Y la verdad es que yo veo muchos más héroes en las clases bajas que en las clases medias. En la clase baja el héroe es aquel que no puede escapar de su destino y no le queda otra que ser héroe. En las clases bajas de Uruguay y Argentina la gente no se puede ir a Europa si le va mal, se tiene que quedar laburando ahí, en su lugar, y tiene que defenderse. Togo es así: él trabaja, vive ahí, y tiene que defender su territorio. Y, en realidad, creo que él no es marginal; marginal es el que no tiene pertenencia. Mis personajes tienen bastante claro quiénes son y a dónde pertenecen.

DA: Una historia marginal es Camila (María Luisa Bemberg, 1984), el relato de un cura que se enamora de una mujer. El pájaro canta hasta morir también es una historia marginal, y si lo pensás Superman, si pasaba en latinoamérica, a los padres de Clark Kent los hubiesen colgado en la plaza pública por haberse apropiado de un niño. Entonces, creo que las cosas son marginales dependiendo del lugar de donde salen.

Togo se estrena este miércoles en Netflix

Se ha definido a Togo como un western urbano. ¿Dónde ven ese vínculo?

DA: Cuando leí el guion sentí que al haberme elegido para este protagónico estaba a la altura de Yul Brynner. O de Clint Eastwood. Y lo vi como un western, de una. Ojalá hubiéramos tenido un caballo (risas), pero bueno, al ser urbano los malos andan en auto y Togo anda como puede.

AC: Sí, claro. Yo me crie con el cine de género. Después de grande descubrí el cine europeo, pero la infancia es la única patria, y lo que te marca allí no te lo podés quitar de encima. El western a mí siempre me marcó, y Togo me hace acordar a esas películas donde estaba el hombre con su rancho y de repente llegaba el terrateniente a decirle “andate de acá; te compro la casa o te saco a tiros”. Me hace acordar a Shane, el desconocido, a otro tipo de western donde el personaje defiende su territorio. También se puede tomar a este grupo de narcos como a los indios comanches, y a este hombre como un colono, o a la inversa, pero la estructura de aquel relato donde alguien defiende su espacio, su lugar, donde come, vive y trabaja, me parece muy del género. Y del western también es el personaje solitario por excelencia. Es un hombre que se siente el único justo, y es el que dice que “no” ante un universo de injusticia. Y en el medio está el vínculo con su hija, y con una chica nueva que aparece y con la que se puede redimir y ser un buen padre, y cuidar a las personas. Hay algo de melodrama y de amor que está presente en la película. Para mí, las buenas películas siempre tienen que tener una cuota de amor bien entendido. 

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