¿Qué ha sido del fútbol luego de Maradona? ¿Y del
boxeo después de que Lennox Lewis colgó los guantes? Nada. ¿Y del ciclismo luego del escándalo mayor de Lance Armstrong? Un deporte moribundo. Por eso, a nadie debe sorprender que el público y el periodismo siempre estén a la búsqueda del próximo profeta de la celebridad deportiva, a la espera de hazañas fuera del libreto. Incluso a nivel de entrenadores de fútbol falta glamour, celebridad de fondo. Alex Ferguson podrá haber sido buen o mal director técnico, pero su sola presencia al borde de la cancha, con elegancia de británico y su cara colorada como enfatizando la presencia regular en su organismo de buen scotch o vino tinto gran reserva, servía para generar un aura difícil de definir, mezcla de religión y literatura, como si él, venerable señor, fuera el único portador de la gran verdad durante 90 minutos de
juego.
Ahora hay muchos con visibiliad permanente en los medios (Mourinho, Guardiola, Zidane), pero ninguno ha podido hacerle sombra a Ferguson en cuanto a imagen reverenciada y resultados continuos. El boxeo, mientras tanto, sobre todo la categoría de los pesos pesados, languidece sin despertar ni siquiera el interés de las cadenas televisivas, pues todos los pugilistas que surgieron luego del retiro de Lewis han sido farsantes de pocos quilates y escasa calidad boxística. Todavía el más brutal de los
deportes sigue esperando un heredero deportivo de Mike Tyson, y sobre todo de Lewis, quien en una pelea destrozó al anterior demostrando que debe ser considerado uno de los grandes de todos los tiempos. En fútbol no apareció nadie que le haga sombra a Maradona, pues los ídolos de hoy, Cristiano, Bale, Kane, Neymar, otros, y hasta el propio Messi, son futbolistas a los que les falta demostrar grandeza en ocasiones mundiales a nivel de selección, cuando la grandeza es requisito para hacer historia. Estamos a punto de culminar la segunda década del nuevo siglo, pero aun el ejercicio de la idolatría popular continúa dependiendo de figuras emblemáticas del siglo anterior. Es decir, en algunos aspectos, el nuevo siglo comenzó siendo viejo, debiendo recurrir al espejo retrovisor para encontrar allí ídolos completos.