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Islas Galápagos: el día después

Hagan silencio. Observen. Sumérjanse. Exploren. Floten. En estas islas verán lo que no vieron nunca
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20 de noviembre de 2017 a las 05:00

[Por Tania de Tomas]

Nadan, parecen de algodón. Se dejan llevar por la marea. Intento imitarlas aunque obviamente su habilidad para nadar y su cuerpo perfectamente adaptado al medio acuático me sacan mucha ventaja. La corriente arrastra. Me resigno a intentar seguirles el ritmo. Las observo con fascinación a través de la máscara mientras acomodo torpemente el tubo de esnórquel. Estar a dos metros de las tortugas marinas verdes de las Galápagos, de esos animales que solo pensé que vería en un documental de National Geographic, se convierte en una de las tantas escenas fantásticas que voy a vivir durante estos 12 días en el archipiélago.

No voy con un paquete todo incluido, porque no tengo demasiado dinero y porque me vuelve loca que me digan dónde, cuándo y cómo tengo que estar en un sitio. El ingreso a las islas Galápagos está antecedido de varias normas lógicas para preservarlas del impacto humano. Previo al embarque es necesario pasar por los puestos de control del Consejo de Gobierno de Régimen Especial de Galápagos que está en el aeropuerto. Allí se chequean minuciosamente las maletas (no pueden llevarse frutas o verduras desde el continente) y se pagan 20 dólares para obtener la Tarjeta de Control de Tránsito (que debe conservarse porque la piden al salir de las islas). Al llegar a Galápagos es necesario además pagar una tasa de 50 dólares (eso porque Uruguay pertenece al Mercosur, para otros ciudadanos extranjeros el costo es de 100 dólares). En la fila no parece haber demasiada ansiedad; nadie habla, algunos leen. Mientras tanto, yo intento comportarme y reprimir la adrenalina que me está subiendo por la garganta.

Da la sensación de que el cielo está demasiado bajo y no puedo sacarme de la cabeza el deseo insistente de ver sobre ese camino rojo repleto de cactus alguna tortuga, iguana o ave gigante que me advierta que ya llegué, que estoy acá. Pero solo veo el paisaje a través de la ventana del bus que va desde el aeropuerto Seymour de Baltra (donde aterrizan la mayoría de los aviones) a la embarcación que llegará a Puerto Ayora, en la isla Santa Cruz, mi primera parada. Tomo otro bus y me bajo en la mitad de una ruta. Enfrente hay un cartel: Petrel. Así se llama el campamento educacional en el que voy a hospedarme. Camino por un sendero de tierra hasta que la veo. Quedo casi que petrificada, me saco los auriculares, la observo como pocas veces observé. Ahí, una tortuga gigante. Me acerco un poco más pero tras hacer un sonido similar a un suspiro profundo (de tortuga gigante) esconde la cabeza. Quiero llorar de emoción, quiero abrazar a alguien pero no lloro ni abrazo. Agarro con fuerza las tiras de mi mochila y retomo el paso en medio de un estallido interno y de un pasadizo con árboles de naranjas. Más adelante está el campamento.

Islas encantadas

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Galápagos está conformada por 19 islas y 215 islotes. Hoy pueden verse islas en diferentes fases; las más jóvenes son áridas y expulsan fuego, las más antiguas ya no erupcionan. El sitio es mayormente conocido por su biodiversidad de fauna y flora, por esas especies endémicas que resultan psicodélicas de ver en vivo y en directo, y por las observaciones realizadas por el naturalista Charles Darwin que lo llevaron a desarrollar la teoría de la evolución por selección natural. Es en la adaptación que Darwin basó sus estudios y es allí en donde está la clave para sobrevivir. Uno de los mayores exponentes de esta palabra es la iguana marina, que además de haberse vuelto vegetariana tras llegar al archipiélago aprendió a bucear (contiene hasta una hora la respiración). Sus garras se fortalecieron para poder aferrarse al suelo y poder encontrar alimento bajo el mar, su piel la ayuda a recuperar la temperatura corporal y, por si fuera poco, adquirió la capacidad de encoger su cuerpo en períodos de hambruna.

Las tres islas habitadas y que pueden visitarse sin que sea necesario gastar mucho dinero son Santa Cruz, Isabela y San Cristóbal. Aunque nunca hago el tradicional camino del turista (no por esnob, sino porque aunque me esmere generalmente lo hago al revés) esta vez empecé por la más popular y habitada de las islas: Santa Cruz. Ubicada en el centro del archipiélago es una buena primera parada.

Además de la convivencia con tortugas gigantes impresiona la variabilidad del clima dentro de esta isla. "Hay cuatro microclimas", me explica Mónica, la directora del campamento. Y ahí entiendo por qué ese día en el centro el sol rajaba la tierra y a solo 16 kilómetros llovía y hacía frío.

Hago el tour de bahía. Visito el canal del Amor (dicen que si uno se baña en él puede rejuvenecer 10 años), el canal de los Tiburones, la playa de los Perros y hago esnórquel en Las Grietas, todo ubicado dentro de la zona de Punta Estrada. El agua es clara, turquesa y helada, y al bajar la cabeza pueden verse peces multicolores, estrellitas de mar y enormes corales.

Voy a la zona de El Chato para ver más tortugas gigantes y a las hermosas fragatas y paso la tarde entera (la entrada es gratuita) en el Centro de Crianza Fausto Llerena, donde se reproducen en cautiverio las especies de tortugas Galápagos de diferentes islas.

No toco, no se puede tocar a los animales aunque siempre hay algún turista despistado o que no puede contener sus impulsos que lo hace. Solo observo. Su apariencia prehistórica y sus movimientos en cámara lenta resultan fascinantes. Actualmente solo hay 12 especies de tortugas gigantes, de las cuales cinco viven en esta isla. Aunque ponen entre 6 y 14 huevos, casi todas las que nacen de forma natural mueren. Justamente para asegurar la continuidad de la especie es que existen en las tres islas principales centros de crianza, que cuidan el nacimiento y su supervivencia.

Al día siguiente voy a Tortuga Bay, "la playa más hermosa de la isla", así me la vendieron. Arena blanca, olas con algunos surfistas intentando correrlas, iguanas marinas y algo de viento. Voy hasta la punta y al ver algunos rayitos de sol despliego el pareo y me quedo en bikini mientras la mayoría de los turistas están con pantalón y zapatillas. En el momento en que decido comer algo aparecen un par de pinzones. A los diez minutos ese par se transforma en ocho pajaritos a mí alrededor (no pude evitar sentirme en una escena de Blancanieves). Fue justamente en los pinzones en los que Charles Darwin basó la teoría de la evolución. Hace miles de años una especie de estos pájaros se estableció en el archipiélago y evolucionó en 13 especies que se diferencian entre sí por rasgos como la forma de sus picos.

Nace algo nuevo

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Ir un fin de semana para conocer isla Isabela es poco tiempo pero es el que tengo. Al llegar, la calle principal está vacía. Voy directo a una agencia de turismo (Isatourex) y dejo que la chica me seduzca con todos los paquetes. Elijo uno en el que me aseguran que además de ver a las iguanas marinas mutar la piel podré nadar con tintoreras o tiburones azules.

"Despacito, todos juntos", grita el guía. Mis compañeros de excursión estaban demasiado excitados, yo en cambio no podía ser consciente de que en segundos iba a estar a metros de tiburones, así que se podría decir que estaba relajada. Si nos llevan a nadar con ellos son inofensivos, pensé aplicando toda esa lógica que en general no aplico. Comienzo a nadar y otra vez problema con el tubo de esnórquel y al levantarme, como el canal por el que nadábamos era muy estrecho, me golpeo la cabeza contra el filo de una de las rocas. Y vino toda la paranoia junta: si me sale sangre, estos bichos me comen. El paseo terminó bien, no me comieron.

De las tres islas pobladas, Isabela es la que se encuentra en estado más natural pese a ser la más grande. La infraestructura es escasa pero suficiente para el turista que disfruta del contacto con la naturaleza. Y como muchos actuales paraísos, esta isla también fue una cárcel. La Colonia Penal de Isabela funcionó entre 1946 y 1959, y la única evidencia que se conserva de esta época es el Muro de las Lágrimas. Cuentan que este muro fue construido por los propios presos, como castigo. Tenían que cargar grandes piedras volcánicas por varios kilómetros, por lo que muchos de ellos murieron en el camino. Me da curiosidad, así que alquilo una bicicleta y, tras pedalear por la costa recorriendo un camino de tierra que esconde buenos miradores, llego al muro. La construcción es imponente. No logro imaginar cómo algunos hombres pudieron hacer el trayecto que acabo de hacer en bicicleta cargando esas piedras enormes. Despacito voy volviendo al pueblo. Mi barco sale dentro de tres horas.

De otro planeta

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Después de manejar con mis propias manos un barco que tenía a bordo 25 personas por ofrecimiento del capitán (lo digo así con liviandad pero todo fue de lo más extraño), llego a San Cristóbal. Al llegar, camino por el malecón, en el que se ubican varios hospedajes. Me decido por uno, no muy lindo pero sí económico y frente al mar. Antes de desplomarme sobre la cama creo que puede ser bueno dar la vuelta del recién llegado. No recorro demasiado pero lo suficiente para determinar que el centro de esta isla es sensiblemente más pequeño y con menos turistas que el de Santa Cruz, y que hay más discotecas y peluquerías de las que podía imaginar. Me siento en un barcito costero y obviamente me tomo una cerveza artesanal, la Endémica Galápagos, que se elabora únicamente allí.

Veo sus cabezas, solo puedo ver sus cabezas y las patitas de mis compañeros que se mueven en círculos. Estoy en un canal formado por dos paredes de 150 metros llamado León Dormido (el mejor lugar para hacer esnórquel y buceo de la isla) y debajo de mí hay tiburones martillos. Respiro. Veo pelícanos, veo lobos de mar, veo a piqueros de patas azules, veo fragatas. Y no puedo creer todo lo que veo.

Con la imagen del día anterior aún en la retina llego a la isla Lobos. Ahí veo por doquier lobos marinos mientras duermen, giran sobre la arena y bostezan, y nado (se me está haciendo casi que una rutina) con tortugas marinas.

Tengo la ilusión de recorrer las calles de El Progreso, el primer asentamiento humano de la isla y en el que está El Ceibo, el árbol de 300 años sobre el que construyeron una cabaña para hospedar turistas, pero la lluvia no deja ver nada y tenemos que seguir. Conozco la Galapaguera, un proyecto de manejo y reproducción de tortugas gigantes en estado seminatural, y llego a la playa de Puerto Chino. Subo hasta la parte más alta de una formación rocosa. Más abajo el agua es clara, diáfana, y el cielo ese día está tan azul como las patas del piquero que tengo enfrente. Me acerco, contemplo en silencio hasta que las patas azules se elevan y lo veo volar. No puedo más que dudar si todavía estoy en la tierra.

Pequeña guía viajera

CÓMO LLEGAR. En avión desde el aeropuerto de Guayaquil o de Quito. También está la opción del crucero y la del barco de carga, de esta última no hay demasiada información y no sé cuán segura y económica es.

DÓNDE ALOJARSE. En Santa Cruz, que es la isla más poblada del archipiélago, está la posibilidad de hacer voluntariado (y no pagar alojamiento), de quedarse en camping (el precio oscila en los 10 dólares), hostel de backpackers (un promedio de 20 dólares) u hoteles con todo incluido. En San Cristóbal la oferta es un tanto más limitada aunque también pueden encontrarse buenos y relativamente económicos hospedajes, y en Isabela la oferta es aun menor, pero con precios más económicos que en las otras dos (puede encontrarse una habitación privada por 15 dólares).

DÓNDE COMER. Por supuesto que económico no es (una manzana cuesta tres veces más que en el continente) pero hay lugares con precios razonables para tratarse de las Galápagos. En las tres islas hay muchas opciones de cafés y restaurantes. Los precios para almorzar o cenar como turistas no millonarios van de 8 a 20 dólares por persona. Hay vendedores callejeros que ofrecen pinchos, empanadas o croquetas a precios sensiblemente inferiores.

MEJOR ÉPOCA PARA VIAJAR. Cada temporada tiene su encanto. Los precios se elevan considerablemente durante los meses de julio y setiembre. En esos meses hace más frío pero llueve menos y es una buena época para ver más cantidad de animales submarinos. Entre enero y abril llueve más que durante el resto del año (aunque en las zonas altas suele llover muy a menudo), pero es más caliente y el agua tiene buena temperatura para bucear.

Por más información: galapagos.gob.ec

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