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La desgracia ajena como oportunidad

Lo que es malo para Argentina puede ser bueno para Uruguay
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29 de octubre de 2019 a las 05:00

La elección argentina no es una sorpresa, si no se cometió el error de creer en las encuestas que otorgaban 15 puntos de ventaja al peronismo rejuntado (unido sería un exceso lingüístico) ni en la magia de “darla vuelta” macrista. El nuevo presidente tendrá mayoría y quórum en el Senado y, si bien no los tiene en Diputados, no le será difícil lograrlo, por afinidad o por la herramienta colosal que tiene cualquier Ejecutivo al manejar la chequera. La electa presidente del Senado procesada lo hizo cuando perdió la mayoría en el pasado.

Los gobernadores de Juntos por el Cambio también dependerán del gobierno nacional debido al sistema discrecional de adelanto de fondos que se da en casos de elevada inflación. Esto significa que –luego del período de bondad a que obliga la transición– el peronismo estará en capacidad política de formar sus propias leyes. Por eso los titulares periodísticos del lunes que hablan de un equilibrio de poder pueden ser apresurados. Es cierto que los números le dan al ex Cambiemos mayor fuerza para oponerse a excesos, pero ello vale solo por un corto plazo y cede ante las decisiones del Congreso.

Entonces, la idea de un gobierno con cierto control y consenso con la oposición tiene mucho de esperanza, más que asidero real. Para probarlo basta con escuchar a los verdaderos referentes del movimiento, como Axel Kicillof, el electo gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Como siempre que ha sido gobierno, el peronismo intentará consensuar internamente, no con sus opositores. En tal sentido, la filosa espada de Cristina y su Cámpora filial colgará sobre el nuevo gobierno y sobre la sociedad argentina.

Mientras, los problemas siguen todos ahí. Las letales Leliqs y otros instrumentos emitidos para esterilizar circulante y evitar (sin éxito) la inflación, las perversas tasas de interés resultantes, la amenaza de confiscaciones, licuaciones, defaults internos y externos, la inminente pelea con el FMI, la falta de crédito e inversión por un largo tiempo y las consecuencias de todo ello, no se han disipado el domingo. Ni se disiparán pronto. Como el riesgo de una híper.

La supuesta transición ordenada nada cambia. O lo empeora. Como la primera medida pos-elección de limitar a US$ 200 la compra de divisas para ahorro, desde US$ 10.000 dos días antes, cuyos efectos volátiles se vieron ya el lunes en el contado con liquidación, los ADR y el paralelo ilegal. El cepo presagia un desdoblamiento cambiario, un híbrido al que Argentina ya recurrió antes en el afán de que la divisa no refleje los excesos de gasto, déficit y emisión. Implica un tipo de cambio controlado y siempre injusto para la exportación y otro tipo más alto, que se sueña fruto de un mercado libre.

En teoría obra como ancla inflacionaria. En la realidad, castiga la exportación y frena la inversión, una suerte de gran retención, y penaliza el gasto en dólares en turismo, compras fuera del país, ahorro en divisas, pago de deudas de empresas y particulares y encarece el giro de dividendos al exterior. Lo opuesto a lo que hace falta. La esperanza de Vaca Muerta navega a la deriva y corre el riesgo de esfumarse en las manos de los empresarios que solo operan bajo el ala del estado.  Sin hablar del impostergable ajuste del gasto, que según lo dicho por Fernández se compensará con impuestos crecientes al patrimonio, confiscación que si se aplicase terminaría con la poca inversión actual y en la huida física de capitales y contribuyentes frente al despojo. Las tarifas son otro explosivo que activará el triunfador en cuanto las toque.

Ante tal panorama, donde el mayor enemigo del peronismo es su propio relato y sus convicciones, la fantasía popular y periodística imaginan un superministro de economía, que supuestamente pueda manejar y equilibrar tantas variables. El sueño mágico de que las decisiones económicas voluntaristas y populistas no tengan consecuencias.

El descalabro del vecino afectará a Uruguay, que soportará duras consecuencias en el turismo y la exportación. Sin embargo, se abre una oportunidad. Las consultas de muchos productores, inversores y emprendedores de la otra orilla para residir en el país saturan los estudios especializados. No quieren sufrir los embates de nuevos impuestos sobre sus patrimonios, inflación, manoseo en la disponibilidad de sus bienes, limitaciones al comercio internacional, tipos de cambio múltiples, cepos u otros formatos de fantasía. Tampoco quieren la inseguridad, la extorsión piquetera, los juicios laborales abusivos que los funden, los controles de precios, los insultos y la obligación de coimear al gobierno para subsistir. Ni el resentimiento ante el éxito.

Uruguay tiene mucho para ofrecerles y mucho para obtener a cambio, en especial si la segunda vuelta consagra a un gobierno de centro, como parece. Debe facilitar y estimular la radicación permanente de esos potenciales inmigrantes, hastiados de populismo. Tan solo el impresionante aporte de su poder de consumo creará una reactivación significativa y a la vez movilizará inversiones y emprendimientos impensados, como se vio en el pasado. Una inmigración de ricos, no de pobres, con beneficios instantáneos.

Ni siquiera hace falta ofrecerles las ventajas que consiguió UPM. Basta con garantizarles que no habrá nuevos impuestos ni modificaciones en los actuales. Que la propiedad privada se respetará, que podrán contratar y despedir trabajadores sin que juicios delirantes los quiebren. Que podrán traer y sacar su dinero y sus dividendos, y que no serán odiados ni por su éxito ni por sus ganancias ni expoliados por sus consumos o patrimonios personales. Lo que debería garantizarse a todos los orientales, de paso.

Eso puede sumar más que todo el turismo perdido. Solo hay que decidirse a aprovecharlo.

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