La encrucijada de las políticas sociales (II)

Una de las potencialidades de los programas de transferencias condicionadas que se implementaron en América Latina radica en su integralidad. Es decir, conjuga bajo un instrumento como la transferencia monetaria, políticas de alimentación, promoción del empleo, control de salud en menores y asistencia educativa. Este diseño de comprensión del carácter multidimensional de la pobreza impacta en el bienestar de las personas, con una incidencia mayor en la primera infancia, infancia y adolescencia de los hogares vulnerables. 

Por ende, la condicionalidad no es un capricho, sino que justamente procura promover la integración social. Operativamente, los controles de salud y educación en menores de edad son gestionados por BPS mediante un sistema integrado de información. Pero aquí viene el punto central de esta segunda parte. Cuando se pone en relación los datos de cobertura de los programas de transferencia, con indicadores de desempeño del sistema educativo, se aprecia que aún con todos los esfuerzos presupuestales, técnicos y tecnológicos, la brecha educativa entre los estudiantes de los hogares más ricos y los más pobres sigue siendo alarmante.  

En una nota reciente Búsqueda divulgó nuevos datos del Monitor Educativo 2021 de ANEP, en la que presenta una caída en la tasa de asistencia y un aumento en la repetición en la escuela pública. En parte se advierte cierta explicación asociada a la pandemia de Covid 19. No obstante, se evidencia una alarmante brecha por nivel socioeconómico al abrir por quintiles de ingreso. De estar atribuidos estos descensos exclusivamente a la pandemia, su impacto debería ser parejo independientemente del contexto socioeconómico.  

A su vez, estos datos son consistentes con los del INEED. En sus reportes también muestran una preocupante inequidad en los indicadores educativos. Según estos datos la brecha comienza a visualizarse a muy temprana edad; a nivel Inicial, del total de niños de 2 años, el 44% no asiste a ningún centro y este asciende al 56% en los hogares más pobres (“de contexto socioeconómico muy desfavorable”). En el total de niños de 3 años un 23% no asiste a ningún centro, pero crece al 33% en hogares más pobres.  

A nivel de secundaria la brecha se acentúa por cada año de escolarización. La cobertura oportuna entre los 12 y 14 años de edad alcanza el 89% para hogares de nivel muy favorable, descendiendo a 65% en los hogares más pobres. Se conforma una brecha de casi 25 puntos porcentuales. Conforme se avanza en la edad del estudiante se evidencia los estragos que produce el rezago.  

Del total de jóvenes entre 21 y 23 años tan solo el 43% habían culminado la educación media superior en 2019. Pero de nuevo… la inequidad es alarmante; con una brecha de 60 puntos porcentuales. Mientras 8 de cada 10 estudiantes pertenecientes a los hogares con nivel socioeconómico muy favorable culminan sus estudios, en los hogares más pobres desciende a 2 de cada 10.  

Entonces, debemos alertarnos con estos datos. Nótese que la brecha socioeconómica en la asistencia a la educación comienza en la primera infancia, cuando hay instrumentos de política pública que deberían conducir a que los niños concurran a los centros educativos. Conforme transcurre el ciclo educativo la inequidad produce verdaderos estragos que luego se paga caro como sociedad, siendo que los instrumentos de política pública técnicamente están ahí funcionando, aunque con un impacto dudoso (Vigorito et.al, 2013)3. 

¿Por qué insistir en la contraprestación educativa? “Menudo” error se comete si no se ajustan las políticas públicas para combatir estas inequidades que luego se trasladan al mercado.  Luego se ve en datos publicados en la web del INE que hay una brecha que “rompe los ojos” en cuanto al desempleo según nivel educativo, siendo de 1,6% para quienes tienen terciario/universitario completo y aumenta a 8,7% entre quienes tienen ciclo básico incompleto o menos. La misma inequidad se corrobora con los salarios y con la informalidad.   

Como último comentario, resta señalar que vivimos tiempos donde ya es casi que es un cliché decir que las medidas son “insuficientes”, pero mirando siempre la proporción del gasto sobre el PBI. Pero, quizás es momento de salir de una mirada inercial y problematizar las políticas sociales para alinearlas al desarrollo humano. Considerando ambas partes de la nota se podría ajustar el calibre de la focalización de acuerdo a los datos que presenta el INE, lo cual podría habilitar una redistribución de los créditos en políticas como los jornales solidarios y fortalecer el componente de las contraprestaciones.