Manuela García Pintos

La ganadería sigue en el banquillo de los acusados

Es hora de mostrarle al mundo el valor agregado en la forma de producción

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12 de agosto de 2019 a las 05:00

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La defensa racional de nuestros métodos de producción de alimentos será en los próximos años de las tareas más importantes a desarrollar si queremos que el mundo siga comprando nuestros productos. Es la amenaza más fuerte y duradera que enfrenta el agro uruguayo. Y al mismo tiempo la oportunidad más grande si logramos demostrar que la forma en la que producimos alimentos es ejemplar. 

Eso no es una gran novedad. Carl Sagan lo explicó en 1980 en la serie Cosmos. Luego Al Gore, vicepresidente de Clinton en 2006 presentó su documental “Una verdad incómoda” el cambio climático, sabemos, es cada vez más incómodo. Algunos insisten en negarlo o en argumentar que el clima siempre cambia. Pero un nuevo récord de temperaturas en este julio, el más caluroso desde que se mide y presumiblemente desde hace miles de años, hace que el escepticismo sea cada vez más insostenible. 

Para Uruguay también es incómodo desde que la FAO publicó un informe llamado “La larga sombra de la ganadería”, que sentó a las vacas y a los ganaderos en el banquillo de los acusados. Un informe que fue duramente cuestionado. 

Es evidente que la agricultura, la ganadería, la minería, la pesca, la industria y todo lo que se hace en la vida cotidiana día tras día tiene impacto sobre el ambiente y el clima que la economía tradicional no recoge en sus balances. Lo que genera genuina inquietud es que el cambio climático es un proceso que se retroalimenta y que en 2030 a 2040 puede entrar en un “punto de no retorno”. Los jóvenes tienen todo el derecho a estar alarmados.

Y nos guste o no nos guste, la agricultura y la ganadería siguen en el banquillo. Podemos defender nuestra producción, pero para ello debemos apoyarnos en datos firmes que den solidez a los argumentos y desmitifiquen las generalizaciones injustas. De lo contrario seremos tan creíbles como un príncipe saudí argumentando sobre las bondades ambientales del petróleo.

Todo esto viene a cuento porque este miércoles el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático publicó un documento sobre el impacto de la agricultura en el cambio climático que cuantifica cuánto del problema se origina en el uso o mal uso de la tierra. Y no es menor.

En conjunto, la agricultura, ganadería y forestación –o deforestación- representaron el 23% del total de las emisiones netas de gases de efecto invernadero producidas por el hombre durante el período 2007-2016. Si se incluye la preproducción (el transporte de insumos) y la posproducción (el transporte de los productos), este porcentaje se eleva hasta el 37%.

Y entre las conclusiones del informe una vez más se recomienda comer menos carne, consumir menos lácteos.

De modo que, una vez más, el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático nos dice lo que no queremos oír: hay que bajar la cantidad de carne en la dieta, la carne es un problema, muchos consumidores de alto poder adquisitivo abandonarán  la carne o querrán pruebas de que es inocente de emitir gases. Habrá más veganos especialmente los jóvenes: para quienes creen que nuestra casa está en llamas la carne es combustible arrojado a ese incendio.

Nada sería peor que rehuir al debate, subestimar las posturas de la FAO o el IPCC o los consumidores. Bien sabemos que en materia de alimentos, más vale que los productores se adapten a las opiniones de los consumidores, porque a la inversa, simplemente no funciona.

El reporte explica que el suelo es tanto emisor como receptor de gases de efecto invernadero, y sobre esa base debemos defender y explicitar las diferencias que el sistema de producción uruguayo tiene respecto a las formas habituales de hacer ganadería o  agricultura en el mundo.

Y ahí está la esperanza para legitimar lo que aquí intuimos pero no medimos con precisión: la ganadería pastoril es parte de la solución. “Las opciones con un gran potencial de mitigación en los sistemas ganaderos incluyen una mejor gestión de las tierras de pastoreo, con un aumento de la producción primaria neta y las reservas de carbono del suelo, una mejor gestión del estiércol y una alimentación de mayor calidad”.

Suena a pastoreo racional con siembras en cobertura o a agricultura con pasturas y alambrado eléctrico con pastoreo en franjas.

Uruguay es único en la base pastoril de su ganadería. Posiblemente no haya en el mundo otro país que use una proporción tan importante de pastizales nativos en su producción. Generamos alimentos a partir de vacas que pastan junto a una variedad de aves, mamíferos, reptiles y anfibios, en tierras cuyos usos alternativos generarían una pérdida grave de biodiversidad.

Cada día más productores están interesados en el pastoreo racional, usan alambrados eléctricos móviles que funcionan a energía solar y permiten el mejoramiento gradual de las pasturas  y con eso la captura de carbono en los suelos. No talamos ni Amazonia, ni un solo árbol que no sea para mantener caminos, tenemos un área estable de montes naturales. Como explicó el experto en agricultura y clima Walter Baethgen en un reciente seminario en INIA Las Brujas, podemos hacer siembras en cobertura en esos tapices naturales que permiten ir un escalón más arriba en la captura de carbono, simplemente agregando pasturas de mayor productividad a los tapices nativos sin ararlos ni aplicar más nada que un pastoreo rasante que facilite la germinación de las pasturas agregadas.

No nos pueden confundir con las ganaderías que talan selva, ni con las de decenas de miles de animales apiñados y enterrados en lodazales. No podemos dejar que nos confundan con otras ganaderías.

La agricultura uruguaya, a diferencia de la mayoría de las otras, se ha hecho desde hace décadas en alternancia con pasturas, que notoriamente incorporan carbono al suelo bajo la forma de materia orgánica. ¡Un invento uruguayo de los años 60! Y como testigo está el ensayo científico al respecto más antiguo del continente, en la estación La Estanzuela, en Colonia. Las pasturas están volviendo a tierras agrícolas en unas 20.000 a 30.000 hectáreas por año. 

Es decir, en estas latitudes, para preservar la biodiversidad milenaria de las praderas, para hacer una agricultura que cuide el suelo, para sembrar en esas pasturas milenarias especies más productivas que capturen más carbono… Precisamos de los vacunos.

Para demostrar todo lo anterior precisamos más y más mediciones. Y no vendría nada mal que nos pagaran la tonelada de carbono sacada de la atmósfera. Cuando países que producimos alimentos sin subsidio de ninguna clase (más bien todo lo contrario) nos embarquemos en protocolos para cosechar el carbono del aire, una tarea en la que se juega el futuro de la humanidad, sería bueno, justo y necesario que se encontrara la manera de premiar la buena acción que sabemos ayuda a amortiguar los desastres climáticos que se darán con cada vez mayor frecuencia.

Se necesitará invertir en más ciencia para medir, en más ciencia para encontrar las herramientas tecnológicas para producir mejor tanto mejorando en productividad como en incorporación de carbono en los suelos. Y se necesitará también invertir más en comunicación para que el mundo sepa cómo producimos y nos premie por ser los mejores de la clase en la producción de alimentos climáticamente positivos.

Los europeos son la vanguardia de la preocupación y la acción para frenar el cambio climático y tienen razón en estar preocupados. Esa preocupación debería ser acompañada de acciones que premien a quienes hagan agricultura que en vez de emitir carbono, lo saque del aire. Un objetivo que, junto a la gradual eliminación del uso de derivados de petróleo, Uruguay debe plantearse como prioritario.

El mundo nos pone en el banquillo de los acusados y en el tren de las oportunidades, es la hora de desarrollar y explicar el valor agregado ambiental de la producción uruguaya. Lo que hacemos, bien medido y ajustado para hacerlo cada año un poquito mejor. Más materia orgánica en el suelo a través de las raíces de las plantas, menos carbono en el aire.  

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