El cine nunca fue un arte inofensivo. Desde sus comienzos, e incluyendo cosas tan disímiles como un documental de Jonas Mekas o la última de Rápidos y Furiosos, por poner dos ejemplos en los extremos, las películas han estado marcadas por un propósito moral, intelectual y masivo. No importa si es un producto que existe para seguir apuntalando al capitalismo tardío con otra reproducción de mal CGI, para denunciar injusticias o para vehiculizar las inquietudes artísticas de su creador: detrás siempre habrá una postura, y en mayor o menor medida esa postura siempre encontrará alguna clase de eco en las masas. Y está claro: esa fuerza no ha pasado por debajo del radar del poder, y han sido varios los momentos de la historia en los que determinados regímenes se han hecho de ese propósito y han dado vuelta la maquinita: convirtieron, en más de un sentido, al cine en propaganda.
Desde el trabajo de Leni Riefenstahl para las películas de la Alemania Nazi, hasta íconos como El acorazado Potemkin o los documentales militaristas que se exhibían en cines estadounidenses durante la segunda guerra mundial, todas las salas del mundo han tenido su cuota de cine propagandístico y Uruguay no fue la excepción. Si bien estuvo lejos de llegar a los estándares cinematográficos de los casos anteriores —al margen de la ideología de turno, hay hallazgos técnicos o narrativos en ellos y algunos, como Potemkin, son clásicos absolutos—, la dictadura uruguaya, a partir de la Dirección Nacional de Relaciones Públicas (Dinarp), probó las mieles de la producción audiovisual y generó un puñado de obras que se exhibieron como parte de un programa que apuntaba a fortalecer la visión del Uruguay que los militares querían imponer dentro y fuera de las fronteras nacionales. Entre documentales, cortos animados y los informativos para cine Uruguay hoy, en esa producción se destacó un elemento peculiar: una única película de ficción. Se tituló Gurí. Dura poco más de una hora. Se puede ver completa en Youtube.
Gurí fue un encargo que la Dinarp le hizo a un realizador uruguayo llamado Eduardo Darino. La idea era fomentar el concepto principal que la dictadura pretendía del cine en ese momento, que era el patrocinio de las costumbres asociada a la uruguayez aceptada por el régimen, y tendría una particularidad: habría una versión uruguaya y otra estadounidense. A los militares les interesaba exportar la imagen gauchesca y tradicional del país al norte, y por eso Gurí estuvo producida por la Dinarp y por la empresa estadounidense Zenith. El vínculo binacional también estaba presente en el director elegido: Darino trabajaba ya desde hacía algunos años en Estados Unidos con una beca Fulbright, en donde se abocaba principalmente a la animación, técnica en la que de hecho resultó ser una suerte de pionero nacional.
Sobre esa intención del régimen de recuperar la tradición criolla del país y exponerla como uno de sus valores intrínsecos, la historiadora Magdalena Broquetas explica lo siguiente en el sexto episodio de La Herida, un podcast que El Observador produjo con motivo de los 50 años del Golpe y que se puede escuchar actualmente en plataformas como Spotify o Youtube: "Ese modelo de la orientalidad es un modelo que va a hacer mucho énfasis en que el Uruguay es el de impronta criolla, el Uruguay tradicionalista, un Uruguay que de manera equivocada le había dado la espalda al campo, y por campo se entiende el interior, por fuera de Montevideo, fuera de la ciudad, que es donde en realidad están las verdaderas raíces."
Entonces: Gurí. El argumento de la película, que se basa en un texto del escritor uruguayo Serafín J. García, casi que se puede recitar en menos de diez palabras: narra la vida de un niño que crece en el campo uruguayo y se expone, de distintas formas, a las tradiciones gauchescas más estereotípicas que se le ocurran. Y a pesar de esa linealidad casi abúlica —que se comprueba mirando apenas cinco o diez minutos de la película— consiguió cierto impacto. El investigador e historiador Aldo Marchesi lo ve así en su libro El Uruguay inventado. Reflexiones sobre el imaginario de la dictadura:
«La película tuvo una importante repercusión en la prensa nacional. Esto se explica fundamentalmente por la adhesión incondicional de la mayoría de los medios hacia toda obra de gobierno. Varios artículos elogiaban la incorporación de las tradiciones nacionales al cine. La película mostraba con aburrido detalle una infinidad de costumbres gauchescas. En este caso, la idea de cine nacional no se remitía únicamente a la posibilidad de desarrollar el cine en nuestro país, sino que también estaba en juego la idea de nación que se debía transmitir en esos films. Varias coberturas de prensa halagaban los contenidos folclóricos y tradicionalistas con títulos como: El disfrutable sabor nacional (La Mañana, 4/10/1980). Sin embargo, más allá de la censura, con sutiles maneras algunos cuestionaron las prioridades hacia las que apuntaba la DINARP en esta película.»
En una época donde la consolidación del sector audiovisual todavía estaba lejos —llegaría recién, pasados los 2000, con la aparición del llamado Nuevo Cine Uruguayo—, es curioso que dos de las ficciones producidas en dictadura se vincularon con entornos rurales y gauchescos. Además de Gurí, que se estrenó en 1980 y fue estrictamente una película de la Dinarp, la propia Cinemateca Uruguaya se encargó de la producción de una recordada ficción titulada Mataron a Venancio Flores, dirigida por Juan Carlos Rodríguez Castro, una obra de 1982 que sorteó la censura y funciona como muestra de lo que sucedía en el cine uruguayo por fuera de la producción oficial. Matar a Venancio Flores, de hecho, se podrá ver este sábado 24 en las salas de Cinemateca (ver recuadro), pero esta nota no es sobre ella: es sobre Gurí.
De Gurí escribió, por ejemplo, Manuel Martínez Carril en la revista de la Cinemateca luego de su estreno el 1° de enero de 1980 en el Cine Central. El icónico director de la institución recataba alguna que otra intención narrativa de parte de Darino y decía lo siguiente:
«Debe reconocerse la habilidad de Darino para que un film que, por su naturaleza y destino, no era sino el catálogo folklórico y exótico del gaucho uruguayo, sea al mismo tiempo un amague de relato, con continuidad, división en secuencias, tramos narrativos y hasta con el juego ocasional de que una acción se intercale con otra hacia la que deriva finalmente. Es lo que se llama oficio, claro, pero es algo que también se necesita para que en el futuro, algún día, alguien haga los films nacionales que sean expresión vital, latiente, con garra, fuerza y vigor, de conflictos reales: el del gaucho enfrentado a la vida, a la supervivencia diaria, a la naturaleza ruda y hasta hostil, o el del hombre de las ciudades; hombres y mujeres que seamos inconfundiblemente nosotros mismos. Mientras no exista ese oficio lo demás serán declaraciones de principios. De la misma manera que mientras no existan las fórmulas financieras para el cine nacional (Darino ha declarado la prioridad de investigar el mercado educativo de Estados Unidos al que van sus films) todo serán intenciones sin base firme.»
Como se mencionó antes, Darino, que nació en 1944 y todavía vive en Nueva York, en donde consolidó su carrera como animador y hasta se encargó de una cátedra en la Universidad de Pratt durante años, hizo dos versiones de la película: la uruguaya y la estadounidense. La segunda, filmada en inglés y abreviada a 70 o 60 minutos —hay versiones encontradas sobre este punto— se estrenó en EEUU con una estrella entre su elenco: el lugar del padre del gurí del título fue tomado por el actor Eli Wallach, el hombre que se encargó de inmortalizar al “feo” en El bueno, el malo y el feo, el clásico de Sergio Leone, Clint Eastwood y Lee Van Cleef.
Además, en Estados Unidos la película tuvo promoción y algo de eco a su alrededor. Según recoge el sitio Cinestrenos, se publicó por esas fechas una publicidad en la revista Variety que decía “Coming soon. Gauchos: to survive, it was enough to have a knife and a horse... Eli Wallach in GURI. A film by Eduardo Darino. A Zenit/Dinarp Coproduction".
Hay más datos curiosos relativos a la filmación de Gurí, por ejemplo que uno de los jefes de producción fue Juan José Torraca, el mismo meteorólogo que durante años se encargó de pronosticar el tiempo en Canal 12. Pero al margen de los datos de trivia y la idea de que una especie de cine propagandístico autóctono, hay poco más en la historia y el legado de la película. A pesar de que su versión estadounidense tuvo relativo éxito fuera de fronteras, la Dinarp no volvió a intentar surcar los caminos de la ficción y personalidades como Eduardo Darino siguieron sus caminos por otras sendas menos restrictivas —aunque no fue su único trabajo con el organismo, ya que antes de Gurí se proyectaba el corto Pasaporte, también producido por la Dinarp.
¿Qué es hoy Gurí? ¿Una pieza de colección bizarra? ¿Una película que representa las intenciones de un régimen que pretendió moldear o "recuperar" una determinada orientalidad? ¿Propaganda pura, dura y aburrida? ¿Una marca rara en los albores de un cine uruguayo todavía no consolidado? La película está ahí, a la mano. Los juicios de cada espectador también.