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La historia del uruguayo que es íntimo amigo de Donald Trump

Louis Rinaldi conoció a Trump a principios de los 90’ y desde entonces jugó con él al golf en varios de sus clubes
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12 de enero de 2019 a las 05:02

Cuando está con Donald Trump, al uruguayo Louis Rinaldi le resulta extraño llamarlo “mister president”, porque es difícil decirle así a un amigo al que conoce hace casi 30 años y no echarse los dos a reír. “Él dice que lo llame como quiera”, cuenta Rinaldi, que se siente de Uruguay aunque nació en la devastada Italia de la posguerra en 1954, sus padres emigraron a Montevideo cuando tenía cuatro años y medio. 

Se dice uruguayo porque desde hace casi 20 años veranea en Atlántida y mantiene cariño por Peñarol –en cuyas divisiones inferiores dice que llegó a jugar–, pero más importante que eso porque se graduó en la UTU de mecánico tornero, justo antes de que su familia volviera a emigrar, en ese caso a Estados Unidos, cuando él tenía 19 años. Y cuenta que lo que aprendió allí –sobre todo, el modo “criollo” de resolver las cosas– fue lo que le permitió triunfar en Nueva York, primero como albañil, y luego como empresario de la construcción. 

“Un día me llamaron para hacer una calle: querían levantarla casi un metro y medio porque la crecida del río la inundaba, algo que era muy costoso: y yo sugerí levantar un poco el cordón y agrandar las bocas de tormentas para reciclar el agua”,  algo mucho más fácil y barato, recuerda.

Por esas ocurrencias comenzaron a llamarlo cada vez con mayor frecuencia, hasta que puso su empresa de construcción –Louis Rinaldi INC– en 1975, que creció “poquito a poquito” hasta ser una firma neoyokina de  porte mediano.

Como se sabe, el éxito económico abre puertas, y en su caso se le abrieron las más reservadas: las del golf. Aprendió ese deporte del cual no sabía nada a sus 36 años en el Trump National Golf Club Westchester, que es uno de las decenas de clubes que tiene hoy el presidente de los Estados Unidos, y allí conoció a ejecutivos y bancarios de ese condado de Nueva York en el que todavía vive con su esposa Lauretta, en una casa amplia y con jardín, de “estilo americano”.

Rinaldi es amigo de Trump, pero también de sus hijos, a quienes conoce de chiquitos. Eric, el tercero, estuvo en Uruguay esta semana, pero no pasó a visitarlo como lo hizo dos años atrás cuando el encargado de los negocios de los Trump visitó la torre que la familia comenzó a construir en Punta del Este hace más de cuatro años. “Es un pelotudo bárbaro, lo tuve que llamar y ya se estaba yendo”, dice Rinaldi en entrevista con El Observador, y se ríe.

Pero también tiene otros  “viejos amigos”, como el expresidente Bill Clinton y el ex alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani, con quienes tiene varias fotos en su casa y en el celular.
“Yo cuento todo esto y nadie me cree nadie”, cuenta Rinaldi, siempre riéndose, y cada vez más convencido de lo que el escritor best seller y también amigo suyo James Patterson le insiste –aunque no es el único–: que debe escribirse su biografía.

***

El portón eléctrico se abre despacio y se descubre un amplio jardín, que la tenue luz del atardecer del jueves todavía muestra con claridad. Al fondo del camino está él, canoso, de ojos celestes, vestido con una camisa del club de golf de Weschester. Él espera parado y saluda amable. Detrás está su Mercedes, en un rincón una piscina enrejada, en otro una fuente de agua con rocas iluminada por focos violetas, en el medio un aljibe restaurado y en el porche, arriba, hay un cartel en el que se lee “Residencia Rinaldi”. En esta casa ubicada en el centro de Atlántida veranea Louis desde el año 2000, cuando la compró.

En el living, sentado en sillones que llevan el escudo del Trump Golf Links at Ferry Point contará que el presidente norteamericano estuvo en todos los momentos importantes de su vida y que por eso conserva fotos con él en portarretratos puestos con dedicación en una pequeña biblioteca.

Rinaldi los toma con cuidado para mostrarlos y señala orgulloso cómo posa, en un caso, con Trump y Clinton, él colgado en el medio de ambos, el único sin sombrero, durante un día nublado de hace dos décadas. Por supuesto, en un campo de golf.

“Cuando me presentaron a Donald en el campo de golf le dije que le iba a dar la mano solamente porque cumplíamos años el mismo día –rememora Rinaldi–, porque yo sabía que a él no le gustaba usar las manos para saludar durante partidos de golf, por razones de higiene”. Los dos cumplen el 14 de junio, el día de la Bandera en Estados Unidos.

Rinaldi estrechó la mano limpia del magnate norteamericano un día de verano de 1993 y desde entonces, hasta que asumió la conducción de Estados Unidos en 2017, jugaron al golf “casi todos los fines de semana”. Y lo hacían en varios puntos del país, porque el escenario rotaba dos por tres. “A veces nos pasaba a buscar en su avión, pero también, para no siempre depender de él, yo también viajaba”.

A sus 64 años, Louis reconstruye una vida que, con un principio de dificultades, emigración y pobreza –vivió con sus seis hermanos y padres italianos en Colón en un rancho precario y luego en Melilla, en condiciones algo mejores– y un final de éxito profesional y máxima vinculación social, parece no tener golpes bajos. Pero los tiene: en 2013, y luego de seis años de agonía, falleció uno de sus cuatro hijos, con 28 años. 

La voz se le quiebra, pero enseguida se recompone y se acuerda todo lo que hizo Trump para conectar a su hijo con los mejores médicos y darle la posibilidad de los tratamientos más idóneos.

Su esposa, Lauretta, escucha la conversación en el comedor mientras lee a Patterson, el novelista  que quiere que la historia de su marido sea contada. Lauretta interviene en inglés para aportar datos, casi siempre para recordarle a su esposo que no olvide anécdotas sobre el mandatario republicano, o que también cuente que Trump estuvo en el velorio de Rinaldi padre o en el casamiento de sus hijos. 

Rinaldi también recurre a su esposa para ser precisos con la fecha, como necesitó hacerlo para contar cuándo fue exactamente la última vez que se vio con Trump: el 22 de noviembre, en el Día de Acción de Gracias en Mar a Lago, la suntuosa residencia de los Trump en Palm Beach, Florida. “La pequeña Mar a Lago”, es como llama Eric Trump a la Residencia Rinaldi.

***

Lauretta, la única novia de Louis, fue quien le enseñó a hablar inglés –cuando lo conoció en los 70’, no hablaba una palabra–, pero tal vez por manejar tres idiomas  –también habla italiano– nunca pudo corregir su mal acento. Y esa marca de inmigrante siempre fue motivo de broma con sus amigos. “Siempre tuve un acento raro, y él se reía, pero siempre fue muy para los inmigrantes”, se ríe Rinaldi, aunque al darse cuenta de que tocó un tema sensible –la política migratoria actual de la Casa Blanca y el proyecto de Trump de construir un muro en la frontera con México para contener la llegada de latinoamericanos– se pone serio por primera vez en la tarde.

“El problema es que es demasiado lo que está pasando: está entrando tanta gente que si seguimos así, Latinoamérica se va a quedar sin gente”, dice y, como si no pudiera evitarlo, vuelve a reír, pero aclara enseguida que está bromeando. “A mí en realidad no me gusta hablar de política y tampoco hablo de eso con él”.

Sin embargo, afirma, es común que Trump pregunte a sus amigos cómo ven que está llevando adelante su Presidencia y todos le dicen que muy bien. “Cuando compartimos tiempo con él siempre está como ido, pensando en sus asuntos y decidiendo cosas de gobierno”.

La televisión está encendida, y en la pantalla está la cadna CNN. Allí se consignan varios de los problemas económicos y sociales que afronta Centroamérica, como el muro que pretende construir Trump en los 3.200 kilómetro de frontera con México que costará a los estadounidenses US$ 5.700 millones, que mantiene a Estados Unidos en paro presupuestario porque no hay acuerdo político para ejecutar ese gasto. 

El volumen está bajo, pero es la cortina de sonido para el breve show que dará Rinaldi sobre el final de la entrevista. Tiene cuatro canciones grabadas en un estudio de Nueva York: Come to see New York, Sunday, Life y, su hit, El inmigrante, la única escrita en español.

La compuso a poco de llegar a Estados Unidos, cuando ya comenzaba a extrañar Uruguay.  Parte de la letra habla sobre la “tierra hermosa” que dejó atrás mientras “partía” a su destino. “Llorando como latino / yo prometí que volvería / tal vez un año, tal  un día / yo volveré, país divino / mi tierra hermosa / te quiero yo”.

Rinaldi no canta, sino que grita y desentona, pero todavía tiene proyectos con sus canciones. Planea grabarlas en Uruguay con músicos uruguayos porque no le convence el disco que grabó en su ciudad. 

Cuando sale a mostrar el disco en su Mercedes ya es de noche y se escucha claro el ruido de la fuente. Se sube al auto y enciende la música en un volumen alto para que se escuche El Inmigrante, pero lo apaga enseguida. En realidad no le gusta.

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