AFP

La libertad de expresión en cuestión

En las redes sociales se destruye la reputación de personas, se descalifican posturas y se organizan campañas a favor de tal idea o candidato

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04 de octubre de 2020 a las 05:00

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Es algo que se ha construido trabajosamente a lo largo de los siglos y que ha venido a ser moneda corriente en los países occidentales desde de la fines del siglo XVIII. Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y luego los países americanos cuando se independizaron de la Corona Española, adoptaron como principio central la garantía de la libertad de expresión. No fue en todos los países con igual fuerza, y su efectividad estuvo en relación con la independencia de la Justicia, otro principio cardinal de las democracias liberales.

En una de sus lúcidas columnas que publica todos los jueves en el semanario VOCES, Hoenir Sarthou dedicó la del pasado jueves 24 de setiembre para cuestionar el estado de la libertad de expresión en mundo. Lo que el denomina “nuevas reglas” que rigen este principio básico del estado de derecho y de la democracia occidental. Principio sin el cual no hay posibilidad de que ni el estado de derecho ni la democracia sea dignos de tales nombres. Sin libertad de expresión, amparada en todas las constituciones liberales del mundo y denostada en todos los regímenes autoritarios, dictatoriales, personalistas o con pretensión de serlo, no hay manera de que los ciudadanos expresen sus opiniones, gusten o no a quien ejerce el poder. Por ello la libertad de expresión es una piedra angular del estado de derecho. Y por ello, figura en los principales Bill of Rights y Declaraciones de Derechos.

Quizá donde más se la respetó fue en los Estados Unidos, donde la famosa Primera Enmienda fue defendida a cal y canto por los tribunales y por la Suprema Corte de Justicia, aún en cuestiones de seguridad nacional y aún en contra de la opinión del presidente de turno.

Sin embargo, dice Sarthou, hoy en día hay formas muy sutiles de violar o restringir la libertad de expresión por parte de medios, corporaciones, organizaciones internacionales que lanzan una “verdad” a la opinión pública y ella no puede ser discutida o negada o criticada. Sarthou se refiere especialmente a la pandemia del covid-19 y a la forma que se presentó la amenaza del virus y las formas de combatirlo. Así las cuarentenas obligatorias no podían ser discutidas y tampoco las medidas de distanciamiento social y la consiguiente caída de la actividad económica.

A este fenómeno que resalta Sarthou (con el cual no coincido) está todo el ejército de las redes sociales que en forma espontanea u organizada como la activación de bots o de trolls para machacar una idea o para destruir a una persona con argumentos ad hominen y no por el civilizado ejercicio del debate o discusión. Se destruye la reputación de personas, se descalifican posturas y se organizan campañas a favor de tal idea o candidato.

Son nuevas formas de censura que afectan tanto a los poderosos y famosos como a cualquier ciudadano. Vale la pena traer el caso de J. K. Rowling, la famoso autora de la serie de libros de “Harry Potter” ha sido víctima de feroces ataques por expresar ideas que en materia de género difieren del pensamiento políticamente correcto. Le ha bastado poner un par de twits sobre asuntos que afectan a la identidad sexual, tuits donde expresa respetuosamente una opinión, para recibir una catarata de ofensas, críticas y hasta quema pública de sus libros.

Y frente a esos ataques, ni siquiera un personaje famoso y poderoso como Rowling ha podido defenderse ante la justicia. Porque es muy difícil identificar los responsables de esas acciones o porque los jueces no se animan a hacerlo o porque se lanzan desde jurisdicciones no alcanzadas por las leyes de defensa del honor. Sea lo que fuere, la libertad de expresión está restringida y si Rowling tiene interés de seguir vendiendo libros tendrá que callarse la boca y escribir sobre lo políticamente correcto.

Vivimos en una época donde no hay respeto a la opinión del otro, donde solo interesa imponer una agenda de grupos minoritarios o radicales, tanto de izquierda como de derecha, donde el otro gran principio que es la “presunción de inocencia hasta que no se demuestra la culpabilidad” también está en entredicho.

Es preciso detener este camino que lleva a la destrucción de la convivencia libre y democrática. Es preciso defender la presunción de inocencia a rajatabla, le toque a quien le toque. Es preciso buscar una defensa antes el uso irresponsable o delictivo de las redes sociales. Es preciso luchar contra las “fake news”. Y para ello es cada vez más importante una prensa libre e independiente, que ponga su nombre en juego, que no se escude en el anonimato y que tenga editores responsables, que den cuentan de lo que publican o no.

Quizá sea pedir mucho para los tiempos y mentalidades que corren, pero está claro que sin ello, sin verdadera libertad de expresión, nuestra civilización carece de futuro.

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