La lucha por sobrevivir de la mayor selva de Centroamérica

Un sol ardiente quema su espalda y el calor lo sofoca, pero el hombre no deja de trabajar. Está convencido del éxito del manejo forestal comunitario, un modelo que muestra que es posible frenar la deforestación, conservar el bosque y su biodiversidad y, además, alimentar a los pobladores.

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Mientras cultivan o producen miel para consumo de la comunidad y vender el excedente en áreas concedidas por el Estado, los lugareños reforestan con especies nativas.

“Nos entregaron un mar de pasto, pero mire, ahora tenemos un bosque restaurado”, dice Acosta en La Colorada, una de las áreas de la reserva donde se realiza el trabajo conjunto de comunidades y gobierno, liderado por la ONG Wildlife Conservation Society (WCS).

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Enclavada en el norte del país, cerca de las fronteras con México y Belice, esa inmensa mancha verde de 2,1 millones de hectáreas que ocupa 19% del territorio guatemalteco, el tamaño de El Salvador, pasó de una deforestación del 20% al 33% de 2000 a 2022 por el tráfico de madera, los incendios y, principalmente, la siembra de pasto para ganado.

Vital porque alberga una enorme diversidad de flora y fauna silvestre, lagunas y riachuelos, lo es también por su capacidad de absorber dióxido de carbono para enfrentar el cambio climático.

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En sus bosques, los mayas erigieron la ciudad de Tikal, principal sitio arqueológico de Guatemala, declarado patrimonio mundial por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

Mar de pasto

Vastas extensiones de pasto se observan desde el camino. Acosta, de 35 años, prefiere arrancarlo. “Este es el reto más importante. Son 600 hectáreas de pastizales en La Colorada”, dice el hombre.

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Se trata de una de las áreas que el Estado dio en concesión para la producción sostenible dentro de la reserva, donde viven 200.000 personas. Sin embargo, cayó en manos de usurpadores, algunos aliados con narcos, que usan la tierra para lavar dinero con la ganadería, o para el aterrizaje de avionetas con droga, cuentan pobladores bajo anonimato.

“Salir del bosque y llegar al mar de pasto da tristeza. Anteriormente fue selva y ahora está degradado”, dice Acosta, que con otros pobladores integra Selva Maya del Norte, la organización que reúne a habitantes locales.

Las fincas ganaderas ilegales se localizan por satélite. Pero la burocracia judicial demora años para desalojar a los usurpadores, se lamenta el director regional del estatal Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP), Apolinario Córdova. “Falta fortalecer la presencia interinstitucional. Hay militares y policías en los accesos de la reserva, pero las usurpaciones siguen”, explica Córdova.

Incluso ante esta situación, más de 157.000 hectáreas fueron recuperadas en los últimos 10 años. Unas 45.000 ya tienen cobertura boscosa y 3.500 están en restauración, según WCS.

Restauración sustentable

Con los ganaderos fuera, viene la restauración. Desde 2009, WCS brinda capacitación agrícola, forestal y apícola a los pobladores. En La Colorada cedros y caobas de año y medio van ganando terreno al pasto. En la zona vecina los lugareños optaron por un modelo agroforestal.

En La Colorada acabaron con el pasto y cultivaron maíz, frijol, camote y yuca, que crecen entre árboles que entre 10 y 20 años serán productivos para la comunidad. “Nosotros tal vez no, pero nuestros hijos serán la generación que aprovechará estos arbolitos”, afirma Antonio Juárez, un habitante de la zona de 38 años.

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El proyecto no está exento de dificultades. En comunidades empobrecidas y abandonadas en la selva por décadas, algunos dicen no poder esperar. En San Miguel, Melsar Cardona, de 25 años, piensa que cortar pasto y cosechar miel no da para vivir. Como otros guatemaltecos, considera emigrar a Estados Unidos.

“El bosque es vida”

En los pastizales, chicharras y grillos sustituyeron a los pájaros. Pero con la reforestación están regresando jaguares, guacamayas y aves migratorias. Con una cámara fijada a un árbol, Acosta y expertos de WCS confirman el retorno de los animales, lo que ayuda a dispersar semillas, una restauración forestal pasiva.

“Con cada árbol que sembramos sentimos que le estamos dando vida al mundo entero. Es una esperanza”, dice César Paz, coordinador de restauración forestal de WCS. Rony García, biólogo de la ONG, asegura que el hábitat restaurado “está permitiendo nuevamente un balance en fauna y flora”.

“Tener todo ese carbono almacenado ahí, y que no esté aumentando el calentamiento global es un hecho que tenemos que celebrar”, dice García. A su lado, Acosta señala el bosque restaurado. “Sabemos que el bosque es vida para nosotros”, dice el hombre confirmando que la conciencia medioambiental es un hecho real entre los pobladores de la Reserva de la Biósfera Maya.

(Con información de AFP)