Presidencia

La necesidad de un Astori en el sistema político

Hay una tarea poco simpática, que es la del que avisa que se está por tomar una decisión equivocada, que argumenta con fundamentos sólidos y convence

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18 de diciembre de 2020 a las 21:57

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Hay recomendaciones que lucen antipáticas; hay consejos que no son los que el destinatario preferiría escuchar, hay advertencias poco gratas, hay respuestas secas, cortantes, que no gustan, pero se valoran con el tiempo.

Gobierno, oposición, partidos políticos, gremiales, todos, precisan un dirigente que sea el que pone cara seria y dice: “No”.

Ese rol no es sencillo, y el que lo cumple debe tener paciencia y serenidad, porque hace pocos amigos y deja muchos heridos. Es tan incómodo como necesario.

Al Frente Amplio y a la coalición de gobierno les falta una figura así, que no sea el líder natural de cada alianza, para no exponer esa conducción al desgaste, pero que implique un dique de contención a decisiones impulsivas y que generan daño.

Quiero tomar el ejemplo de Danilo Astori, aunque eso genere polémica o críticas, citando varios casos en los que no pudo cumplir el objetivo que consideraba mejor, porque es un buen modelo del dirigente que actúa con responsabilidad, y que asume los costos políticos de cada ocasión, con el convencimiento de que tiene que hacerlo.

En la coalición oficialista es importante que haya uno o más, sin ser el presidente Lacalle Pou, que se pare firme ante tentaciones inconvenientes, que pueden ser bien inspiradas, pero con derivación de daño, o que pueden ser fruto de una cuestión emocional. Que argumente y encauce debates.

En el Frente Amplio, se nota que el referente económico histórico de la izquierda está en su casa por cuidados de salud, y no participa de la vida partidaria activa, y que además la corriente interna que ha liderado, hoy está atomizada y no actúa como un conjunto.

Ambos bloques políticos, el de oficialismo y el de oposición, tienen una cuestión nueva en liderazgo, a la que no es fácil adaptarse.

Veamos el caso de la multicolor. El Partido Nacional quedó desbalanceado en la interna, con una corriente que domina ampliamente, encabezada por Lacalle Pou, y una atomización de la otra línea, que últimamente había sido Alianza Nacional, pero antes fue “wilsonismo”, antes UBD, antes nacionalismo independiente o blancos radicales.

Larrañaga está en un apogeo de popularidad, bien valorado por la opinión pública por su gestión ministerial, pero muchos dirigentes se alejaron de su entorno, antes y después de las elecciones, aunque ninguno ha podido construir una nueva alternativa. Eso le resta influencia fuera de su área.

Y la multicolor es más que eso, es la sociedad con otros partidos, que también tienen sus complicaciones. Julio María Sanguinetti se esfuerza en mantener el Partido Colorado en alto, pero no aparecen sucesores claros y el fugaz pasaje de Talvi hizo desgastó mucho a esa colectividad, que tiene que rearmarse otra vez.

Cabildo Abierto se estrena como lema, pero le cuesta configurarse como partido, y el movimiento surgido en torno a un caudillo, muestra que sus legisladores tienen excesiva autonomía respecto al líder. En la LUC rechazaron un acuerdo que había hecho Manini y en aeropuertos votaron contra lo que él había votado en el
Senado.

El Partido Independiente perdió mucho peso y el quinto partido perdió a su fundador, Edgardo Novick.

Con ese esquema, Lacalle Pou queda bastante solo en el rol del que se pone firme y frena asuntos que derivan en daño.

Veamos el caso del Frente Amplio. La izquierda aprendió a valorar la unidad partidaria y a entender que no todos se salen con la suya, que hay que priorizar el acuerdo interno y acatar lo resuelto. Eso lo lleva a matizar definiciones, pero sin un líder fuerte para lo general, y sin un referente que levante un cartel de “Pare” ante malas decisiones, termina cayendo en malos acuerdos internos.

En varias ocasiones, terminaron adoptando resoluciones frutos de una transacción, que disgustan fuertemente a algunos, como en el caso del referéndum contra la LUC. Una parte relevante de la dirigencia asume que eso es malo para el Frente, pero sostienen que tuvieron que resignarse a una mala decisión porque no había forma de “parar” eso.

En el camino hacia el poder, las respuestas negativas de Astori eran aceptadas, aunque no agradaran, porque se reconocía que eso era necesario para llegar al gobierno. Al llegar al poder, la izquierda acompañó el giro “al centro” de la propuesta programática para no comprometer el gobierno.

Hoy hay muy buenos dirigentes que vienen de esa corriente, tanto en el Senado o en otras áreas, pero los continuadores del “seregnismo” y del “astorismo”, no tienen el peso del que puede imponer un “No”; al menos por ahora.

Cuando no hay un dirigente así, la otra tentación es la de evitar un mal con una alternativa también dañina; y eso ha pasado: suele llamarse una “solución administrativa”.

Para no votar una ley que se considera mala para el país, se acepta hacer algo también dañino, pero con menor rango jurídico, como para dejar contento al autor de la iniciativa.

Esto pasa a menudo con iniciativas pensadas para proteger inquilinos, trabajadores, productores, usuarios de crédito, consumidores, con normas que los terminan perjudicando. Restricciones a los arrendamientos, topes de precios, límites a la producción, imposiciones que atentan contra la lógica de la economía, y sigue la lista. Si un proyecto es malo, no se vota; no hay porque hacer algo menos malo, pero malo al fin.

Y también corre para cuando un partido se embarga en una aventura que no le reporta nada bueno y lo expone a riesgos innecesarios.

No hay que confundir esa figura política –para lo cual tomé como referencia a Danilo Astori pero hay muchos ejemplos en varios sectores políticos- con una especie de censor, ni un ser superior que veta lo que hacen otros, porque entonces se trataría de un fenómeno antidemocrático. Se trata de un referente respetado que llama a la conciencia, que advierte del riesgo de una decisión de buena intención que puede hacer mucho daño. Que no se conforma con decir su postura y bajar la cabeza; que da batalla en serio para frenar cuestiones negativas.

Los líderes no solo mandan, marcan rumbo, son un faro para mostrar el camino: el camino a seguir y el camino a evitar. Esos, así, son imprescindibles.

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