Diego Battiste

La polarización que preocupa

Esa ideología puede ser un arma de doble filo cuando se vuelve extrema

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25 de abril de 2021 a las 05:00

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Si Pasteur dijo que la ciencia es la luz que ilumina el mundo, podemos decir que la polarización es la oscuridad que lo ensombrece. Este fragmento forma parte de las conclusiones de un estudio sobre polarización y mortalidad por Covid-19 en 153 regiones de Europa.1

La polarización ideológica puede ser un arma de doble filo. En términos formales, no necesariamente es mala, porque es una condición que permite diferenciar programáticamente a los partidos frente a determinados temas. Eso es saludable en una democracia competitiva. Por ello “polarizar” suele ser una estrategia empleada por los partidos, con objetivos diversos, como movilizar el voto o reducir la competencia entre dos polos. Pero cuando la polarización traspasa ciertos niveles de diferenciación ideológica, o cuando se manifiesta una polarización social extrema, producto, por ejemplo, de regionalismos, o diferencias étnicas, se transforma en un problema de gobernabilidad democrática. Son ellos o nosotros.

Como estamos viendo, Uruguay no constituye excepcionalidad de ningún tipo. Por ende, es razonable la preocupación sobre este tema que ha afectado la gestión de la pandemia en otras democracias.

Más aún cuando se ha identificado que la polarización social, y entre los partidos políticos, entorpece la toma de decisiones en tiempos de crisis. El ejemplo más claro, señalan los autores del citado estudio, es la dificultad de los gobiernos para emprender acciones impopulares, por lo problemático que resulta construir un amplio consenso político que lo respalde.

Hasta el día martes, cuando se escribió este artículo, el estudio con el que se contaba para fundamentar esta idea de mayor polarización, o más bien de división social, eran unos resultados de la consultora FACTUM, dando cuenta que el 64% de la gente cree que la sociedad está más dividida desde el comienzo de la emergencia sanitaria.

La crispación crece conforme se ha perdido el control de los casos de Covid-19. Ya no nos defendemos bien en la altura. Y para peor, estamos cada vez más divididos, alimentando el comportamiento tribal, entre oficialismo y oposición. El ejemplo más claro se da en las redes sociales. Particularmente Twitter, que es donde preferentemente la clase política “dialoga” con sus seguidores. Allí tiende a prevalecer el comentario efectista y el griterío en detrimento de la información y el diálogo.

La Cámara de Diputados no ha sido ajena a los agravios y descalificaciones. Esto al punto que se estuvo negociando -sin éxito- para emitir una declaración consensuada con el objetivo de aplacar las aguas y “mantener un clima de respeto y diálogo”. Algo inédito.

Con ese panorama, una decisión para celebrar es la conformación de la Comisión Especial de Seguimiento del Covid-19 aprobada en el Senado tras una iniciativa presentada por el Frente Amplio. No es menor tal decisión porque no es solo un gesto. Marca una dirección. Esto permite tender un nuevo puente, específico, entre el Ejecutivo y el Parlamento para el tratamiento del principal tema que preocupa a la humanidad.

Es aprovechar una ventaja comparativa del país, el diálogo.

1 Charrón, Lapuente y Rodríguez (2020) ¿Sociedad no cooperativa, política no cooperativa o ambas? Cómo la confianza, la polarización y el populismo explican el exceso de mortalidad por COVID-19 en las regiones europeas.

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