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La primera infancia de la inteligencia artificial: ¿cómo llegamos hasta acá?

Aunque señalan que su desarrollo todavía es incipiente, en la década esta tecnología revolucionó la medicina, la astronomía y la vida cotidiana en general
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30 de diciembre de 2019 a las 05:00

La década se va y el ritmo con el que cambió la vida cotidiana puede desdibujar la realidad: que el mundo de 2019 es bastante diferente al de 2010. Un repaso de los avances científicos año a año refleja el aporte de esta década, pero detrás del cúmulo de hitos subyace lo que los expertos señalan como el impulsor de la década: la inteligencia artificial (IA). Y si bien este campo de la informática aún está en su infancia, ya dejó huella.

“Esta tecnología, de la mano del aprendizaje automático (machine learning) y el aprendizaje profundo (deep learning), se presenta hoy como una herramienta muy potente para desarrollar cualquier área del conocimiento”, afirmó el ingeniero Pablo Musé, especializado en procesamiento de imágenes. Y con él coinciden científicos como Luis Barbeito, del área de la neurociencia, y Rafael Radi, desde la biomedicina, y astrónomos como Tabaré Gallardo.

“Esta tecnología, de la mano del aprendizaje automático (machine learning) y el aprendizaje profundo (deep learning), se presenta hoy como una herramienta muy potente para desarrollar cualquier área del conocimiento."

Los avances de la IA, sumado a desarrollos en la biología, marcan un futuro disruptivo pero aún menos apocalítico de lo previsto. La cuestión, quizás, es que después de la infancia viene la adolescencia.

2010, el inicio

Al comienzo de la década, la Sociedad de EEUU para la Dialéctica determinó que la palabra de 2010 era “app”. Estos softwares para celulares ya existían, pero la década fue testigo de la irrupción de las tiendas de apps online, de un mercado millonario y de la frase transformada en lema: “Hay una app para eso”. En 2010, la empresa Tesla comenzó a cotizar en bolsa. Desde entonces la cantidad de vehículos eléctricos creció año a año y hoy más de cinco millones de unidades recorren el planeta (63% más que en 2018). 

Ese año también comenzó a funcionar en Suiza el Gran Colisionador de Hadrones, un proyecto científico para reproducir “mini Big Bangs” en una enorme instalación con forma de anillo, de 27 kilómetros de circunferencia, ubicado a 100 metros bajo tierra. Allí los investigadores hacen girar dos haces de electrones a casi la velocidad de la luz y en sentidos opuestos, para medir el resultado de la colisión y estudiar el origen del universo. El mismo universo que desde 2011 es más conocido gracias al Observatorio ALMA. Este imponente conjunto de 66 antenas de 12 metros de diámetro situado en el desierto de Atacama (Chile) capta la radiación infrarroja invisible para los telescopios ópticos que es emitida por cuerpos celeste en regiones donde nacen galaxias, estrellas y planetas. Nunca antes se había visto lo que ALMA hizo visible.

En ese 2011 moría Steve Jobs, padre de la revolución tecnológica de fin del milenio, y emergía la figura de Elon Musk, con sus autos eléctricos, su compañía PayPal y su empresa SpaceX, que en 2012 iba a ser noticia. Luego de que Barack Obama anunciara que el transbordador espacial de la Nasa dejaría su lugar para que empresas privadas llevaran naves al espacio, SpaceX fue la primera en hacerlo. La aventura espacial dejaba de ser un terreno dominado por esfuerzos gubernamentales. 

También en 2012, el Gran Colisionador de Hadrones logró detectar lo que estaba buscando. La llamaron “la partícula divina” pero científicamente era el Bosón de Higgs, una pieza elemental para entender la materia que compone el universo.

Y en 2012 fue el año en que se empezó a hablar de CRISPR, la herramienta de ingeniería genética capaz de “editar” los genes, cortarlos, modificarlos y reparar defectos. ¿Qué perspectivas maravillosas —y aterradoras— abría esa posibilidad? CRISPR avanzó con grandes promesas para curar y prevenir de enfermedades, y si bien la ciencia aún no domina la técnica, la cuestión ética es una alarma que suena fuerte luego que en 2018 el científico chino He Jiankui editara embriones humanos —sin autorización— para crear los primeros bebés modificados con CRISPR, supuestamente protegidos contra el virus del sida. 

También en 2012 científicos del Proyecto Microbioma Humano completaron un mapa de los billones de bacterias y virus que pueblan el cuerpo humano. Ahora se sabe que un humano adulto no solo alberga diez veces más microbios que células sino que pueden tener un rol clave en el desarrollo de enfermedades, y en su tratamiento.

El año de la IA

Pero 2012 también fue el año que inició al auge que hoy tiene la IA. Fue en el Desafío ImageNet 2012 —un concurso geek en el que los participantes desarrollan técnicas de reconocimiento automático de imágenes— cuando un equipo de la Universidad de Toronto presentó AlexNet, una tecnología de IA que pudo reconocer imágenes con un error de 16%, cuando otras no bajaban de 25%. Su logro se debía a un tipo de arquitectura de redes neuronales artificiales que reconoce imágenes con mayor precisión gracias a tener diferentes capas para identificar distintas características y poder “ver” los objetos. A partir de entonces, sus aplicaciones se extendieron a varias disciplinas. 

Un ejemplo es el celular, que si bien ya existía, a principios de la década distaba bastante de la minicomputadora con cámaras de resolución cinematográfica de hoy. No reconocía la voz, no podía “leer” imágenes ni codigos QR, no sugería palabras al escribir mensajes, no mejoraba las fotos, no buscaba Pokemones (al menos hasta 2016) ni tenía Snapchat o Instagram. 

Al hogar, la IA comenzó a llegar muy tímidamente en 2011 cuando Netflix —que usa IA para recomendar series y películas— se extendió fuera de EEUU, y luego en 2014, de la mano de Alexa, el asistente virtual desarrollado por Amazon.

La IA también mejoró el diagnóstico por imágenes y permitió que los drones hicieran tareas de reconocimiento que antes requerían tecnologías sofisticadas. 

Odisea del espacio

La IA hoy está incluso en el espacio. En 2014, el módulo de exploración Philae, a bordo de la sonda europea Rossetta, se posó por primera vez sobre un cometa. En 2015, la sonda New Horizons llegó al punto más cercano a Plutón, tomó fotografías que se transformaron en postales y completó el reconocimiento inicial del Sistema Solar. 

En 2016, la Nasa anunciaba la detección de 1.284 planetas fuera del sistema solar, que hoy son más de 4.100, también hallados gracias al uso de IA. El primer exoplaneta, Pegasi b, había sido descubierto en 1995, y en esta década (2019) sus descubridores, los científicos Didier Queloz y Michel Mayor, recibieron el Premio Nobel de Física. 

También en 2016, el Observatorio de Interferometría Láser de Ondas Gravitacionales (LIGO), en EEUU, anunció la detección de ondas gravitacionales, una radiación cósmica remanente del Big Bang que valida la teoría de la relatividad general de Einstein. En este proyecto internacional trabaja el científico uruguayo Maximiliano Isi. 

Y ese mismo año, la sonda europa Gaia envió los primeros datos que —gracias a la IA— han permitido elaborar el mapa de estrellas más completo de la Vía Láctea, con datos de unas 2 mil millones de estrellas. 

Odisea del cerebro y la genética 

Otro mapa pero del cerebro humano comenzó a formarse en 2013, cuando Obama lanzó el Proyecto Human Brain, que en 15 años, con miles de millones de dólares y laboratorios en todo el mundo busca conocer la actividad neuronal para entender cómo funciona este órgano. El objetivo: avanzar en el tratamiento del Parkinson o Alzheimer, entre otras. 

En ese campo, 2016 fue un gran año para el investigador Adrián Krainer que desde los Laboratorios Cold Spring Harbor (EEUU) desarrolló el primer fármaco —y aún  el único— para tratar una enfermedad neurodegenerativa. Su desarrollo se utiliza en la Atrofia Muscular Espinal, un trastorno motor y hereditario que es la principal causa genética de muerte de niños menores de dos años. El medicamento fue aprobado por la Administración Federal de Alimentos y Medicamentos de EEUU y tiene el aval del Ministerio de Salud uruguayo. En 2019, Krainer recibió el Premio Breakthrough en Ciencias de la Vida, el Oscar de la ciencia.

En tanto, para Sociedad Estadounidense de Oncología Clínica (ASCO en inglés), 2016 fue el año de la inmunoterapia contra el cáncer. El primer fármaco contra un tipo de cáncer fue aproado en 2011, pero desde entonces cada año esta terapia se presenta como una alternativa con menos efectos secundarios que la quimio o radioterapia.  

La recta final

El cierre de la década sumó hitos en la aventura espacial, cuando en 2019 la sonda New Horizons fotografió el asteroide Ultima Thule —el objeto celeste más lejano jamás visitado— y un equipo de científicos reveló la primera imagen de un agujero negro gracias a una iniciativa internacional para observar el núcleo de la galaxia M87. 

En la Tierra, ya se puede tener una impresora 3D en el living de la casa por 300 dólares, o dispositivos de realidad virtual y aumentada para jugar o trabajar. Los chatbots atienden nuestras consultas online y el blockchain suma aplicaciones.

Este año, además, la inteligencia artificial avanzó un paso más cuando una máquina llamada Pluribus derrotó a 13 de los mejores jugadores de póker del mundo. Lo hizo usando una estrategia de autoaprendizaje, jugando miles de veces contra copias de sí misma para determinar las mejores jugadas.

Al observar el fin de la década, el reto es pensar en los próximos 10 años considerando las cuestiones éticas del progreso científico. “La inteligencia artificial entrará cada vez más en nuestras vidas y en la ciencia, y producirá cambios difíciles de predecir”, dijo Musé. La posibilidad de modificar la biología es un desafío que plantea dilemas éticos para la especie humana, agregaron Radi y Barbeito. Incluso llevar vida a Marte, como avizora Gallardo, impone una reflexión. La próxima década nos encontrará en esa tarea.
 

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