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La ruta de la seda y el camino hacia una nueva Eurasia

Impacto geopolítico del gigantesco plan de China y del distanciamiento entre Estados Unidos y Europa
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11 de mayo de 2019 a las 05:04

El gobierno del estadounidense Donald Trump se queja del monumental proyecto chino para reconstruir la antigua Ruta de la Seda para conectar China con Asia, Europa y más allá, en medio de ciertas dudas sobre la sostenibilidad del endeudamiento y el impacto ambiental del plan liderado por el  presidente Xi Jinping. 

Esta semana, el Secretario de Estado, Mike Pompeo, acusó al régimen comunista de China de vender “tratos corruptos de infraestructura a cambio de influencia política” y usar “diplomacia basada en el soborno de la deuda”, intenciones que rechazan en Pekín.

Pero EEUU sí tiene de qué preocuparse porque el llamado Cinturón y Ruta de la Seda es un proyecto clave que impulsará una nueva Eurasia en un plazo de 20 años que tendrá enormes cambios geopolíticos, según proyecta el intelectual y político portugués Bruno Maçães en un reciente libro.

La Eurasia de la que habla Maçães, secretario de Asuntos Europeos en el gobierno de centro-derecha de Pedro Passos Coelho (2013-2015), está muy alejada de la antigua idea de que Occidente y Oriente son dos zonas bien definidas por su historia y su cultura.

La expansión económica de China y el proyecto la Nueva Ruta de la Seda, junto al distanciamiento entre Estados Unidos y el viejo continente, contribuirán a que en dos décadas ya se deje de hablar de Europa y Asia como dos entidades separas, de acuerdo a este reconocido portugués, miembro del Hudson Institute y que ha impartido clases en la Universidad Popular china.  

La idea de la importancia que adquirirá la nueva supra región se desarrolla en el libro de Maçães The Dawn of Eurasia (Penguin Books, 2018), solo publicado en inglés.

Su tesis se resume en que el mundo que viene no será ni occidental ni asiático: será euroasiático, aunque Estados Unidos intentará influir desde fuera en su configuración.

La Eurasia de Maçães pasa por la superación de la dicotomía Europa-Asia, que fue válida cuando Europa, a partir de la era de los descubrimientos en el siglo XV, alcanzó grandes avances en ciencia y tecnología que superaron a los de Asia. Por lo demás, la ascensión de EEUU como superpotencia mundial y la Guerra Fría contribuyeron a una mayor separación entre Europa y Asia, dado que las dos grandes potencias comunistas ocupaban una extensa superficie en el continente asiático. Paralelamente se impuso un nuevo concepto de Occidente, representado por el vínculo transatlántico entre EEUU y Europa; pero en la actualidad, y no solo por el giro dado por la Presidencia de Trump, se ha visto  afectado.

Maçães sugiere que, si los estadounidenses se aferran a quedar anclados en el mundo occidental, solo podrán aspirar a ser líderes en la mitad de Eurasia, y no lo serán a escala global. Y de paso, el autor se plantea que quizás tampoco esto le convenga a Europa, pues el occidentalismo equivale a continuar con la separación radical entre Europa y Asia, poco realista en un escenario global. Por tanto, el futuro de Europa pasaría, según el autor, por la cooperación con China y Rusia.  

Modernidad no occidental

El libro de Maçães parece destinado a desmentir la idea de Rudyard Kipling de que Occidente es Occidente y Oriente es Oriente, y que nunca se encontrarán. La modernidad no es algo puramente occidental. Hay diversas modernidades en el mundo de hoy. China encarna una de ellas y no desea asumir los valores occidentales, que para ella no son universales, aunque haya abrazado el capitalismo.

De hecho, China, juntamente con Rusia, pretende exhibir otra universalidad opuesta a la de Europa, en la que el desarrollo sea posible para todos los países sin pasar por las “hipotecas” de la democracia y los derechos humanos.  

Por su parte, Rusia, aunque haya abandonado el comunismo, parece identificarse, en sus intereses geopolíticos, como un país asiático. Recordemos la Unión Económica Euroasiática, vigente desde 2015 e impulsada por Vladímir Putin, y que tuvo mucho que ver con la crisis en Ucrania. Moscú no estaba dispuesta a que los ucranianos escaparan de su zona de influencia para aproximarse a la UE y a la OTAN.

Sobre este particular, los llamados “conflictos congelados”, con implicaciones secesionistas, en Moldavia, Ucrania, Georgia o Azerbaiyán, pueden ser interpretados como ejemplos de la determinación rusa de que estas repúblicas exsoviéticas no se integren en el mundo occidental y tengan que volver sus miradas al espacio euroasiático.

El administrador del caos

De alguna forma, la UE ha dejado de exportar estabilidad a sus periferias en los últimos años. La promesa de la ampliación, o al menos de la asociación con Europa, se ha ido desvaneciendo tanto por los problemas internos europeos como por la postura de Rusia. Según Maçães, los “conflictos congelados” son una muestra del orden ruso, un orden creado a partir del caos y no inspirado en las reglas y valores de Occidente. Moscú es el administrador del caos. En consecuencia, la Rusia de Putin representaría la estabilidad en la región mientras que la democracia occidental conllevaría un auténtico caos.

En Rusia está triunfando el eurasianismo en política exterior, desde los últimos años de la presidencia de Boris Yeltsin, y esto habría ido arrinconando a las corrientes de pensamiento occidentófilas y eslavófilas, presentes en la historia rusa desde el siglo XIX. Por lo demás, Putin no oculta su admiración por el historiador y etnólogo Lev Gumilev (1912-1992), con sus pintorescas teorías en las que se mezclan leyes físicas y leyes sociales, y que salió al paso de las tesis de la historiografía europea tradicional que tachaba de bárbaros a los pueblos de las estepas de Asia Central. Para Gumilev, los centroasiáticos y los rusos son perfectamente complementarios, lo que significa la negación del carácter europeo de la nación.

El sueño chino

En la percepción de Maçães, estamos asistiendo al nacimiento del continente eurasiático, de tal modo que, en un plazo de 20 años, no se podrá hablar de Europa y Asia como entidades separadas, pues será un mismo espacio político y económico. Ni que decir tiene que la expansión económica de China, con su ambicioso proyecto de infraestructuras conocido como la Nueva Ruta de la Seda, contribuiría a esa transformación. Según Maçães, es el sueño de que China sea aceptada, apreciada y admirada por todos los países del mundo. En el momento en que China se convierta en la primera economía mundial, crecerá su influencia política en el mundo y seguirá enfrentándose a los valores occidentales de la democracia y los derechos humanos.

Pero los chinos intentan no despertar recelos y rehúyen hablar de geopolítica al referirse a la Nueva Ruta de la Seda. Presentan el proyecto como un proceso de integración económica, en el que participan más de 65 países, por medio de infraestructuras marítimas y terrestres, y que solo traería ventajas económicas a los Estados participantes. 

El papel de Europa

Esta percepción lleva al autor a pedir a Europa que se implique más con la Nueva Ruta de la Seda y coopere con China. Los europeos deberían ser conscientes de que no pueden imponer sus valores en este espacio geopolítico, porque China y Rusia tienen los suyos. De otro modo, estarían resucitando el espíritu de la guerra fría, que no debería tener cabida en un escenario globalizado. Europa, en la visión de Maçães, ya no es “el profeta de una civilización mundial” sino que ha de ser “un poder euroasiático”. Ha de participar activamente en la construcción de Eurasia para tener capacidad de influencia. Si no lo hace, otras fuerzas irán configurando el nuevo macro continente.

El eurasianismo, sea en sentido geopolítico o económico, supone cuestionar lo que se ha entendido por Occidente en los últimos siglos, incluyendo además el vínculo trasatlántico entre Europa y EEUU, ya que no es un secreto la pretensión china de expulsar progresivamente a los estadounidenses de la región de Asia-Pacífico, como si se tratara de una versión asiática de la Doctrina Monroe para el siglo XXI.

Pero Maçães también sorprende con una de sus afirmaciones, pues llega a concebir que Gran Bretaña, después del Brexit, se convierta en una especie de Singapur europeo y atlántico, y sugiere que este país sea el receptor de las ideas euroasiáticas en Europa. 

Pero el entusiasmo por Eurasia y sus supuestos beneficios económicos y comerciales no disipará en Europa los recelos hacia China. Los chinos lo saben, y al igual que los rusos, prefieren cultivar las relaciones bilaterales, con seductoras ofertas de inversiones, para de este modo debilitar a la UE.

(Aceprensa y Reuters)  

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