ARIS MESSINIS / AFP

La Segunda Guerra Fría toma un cariz impredecible e inquietante

La invasión a Ucrania ha llevado la confrontación entre las grandes potencias a un momento decisivo, con dos sistemas globales ahora en disputa y el mundo que se parte como una naranja

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25 de marzo de 2022 a las 05:01

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Mientras escribo, el presidente Joe Biden se encuentra en Bruselas en una maratónica sesión de reuniones con sus aliados europeos –una cumbre de emergencia de la OTAN, luego otra del G7 y por último una reunión con el Consejo Europeo– por el tema de Ucrania.
Lo más probable es que no llegue al cierre de la edición con todos los detalles de lo que allí habrá de decidirse; pero se anunciarán más sanciones, esta vez contra centenares de miembros de la Duma rusa y contra un banco, y poca cosa más.

En realidad, esta reunión de emergencia y todo el viaje de Biden se deben más bien a una intención de apuntalar a los países de la alianza atlántica en momentos que su unidad empieza a exhibir los primeros signos de debilitamiento desde que Vladimir Putin lanzara la invasión a Ucrania el pasado 24 de febrero. Los europeos empiezan a tener dudas sobre la línea bajada por Washington de imponer sanciones tan draconianas a Rusia, sobre todo por el sacrificio que ello implica para sus propias poblaciones. Hay lo que The Guardian llama en su edición de hoy una “fatiga de sanciones” en Europa; y algunos empiezan a dudar del liderazgo de Washington, incluso de si los va a proteger en caso de que Putin decida atacarlos directamente. 

Esas son las ansiedades europeas que busca aplacar este viaje del presidente estadounidense; además, claro está, de revigorizar el sentimiento anti Putin en favor de Ucrania.   

Pero ni soñar con la idea inicial de Washington de que los europeos siguieran su ejemplo e impusieran un boicot a todas las importaciones de energía de Rusia; algo que, para Alemania, Italia y otros países, sería lo más parecido a un suicidio colectivo, y que el canciller alemán, Olaf Scholz, ya ha dicho que no hará de ninguna manera.

Y es que lo que esto plantea es nada menos que una división del mundo. Rusia no es el Irán de 1979, ni la Venezuela de Nicolás Maduro, países a los que simplemente se puede desconectar del mundo sin mayores repercusiones para los demás. Rusia es una gran potencia. Tal vez no llegue técnicamente a superpotencia, pero casi. Y sin duda de las potencias regionales, la más importante. Eso de ningunear a Rusia con la manida y poco feliz imagen del “Alto Volta con armas nucleares”, o como parafraseó Yuval Noah Harari hace unos días en su cuenta de Twitter, “Rusia no es más que una estación de servicio con armas nucleares”, no ayuda para nada, y denota que a veces podemos ser más animales que dioses.

El anuncio de Putin de que les cobrará el gas a los países europeos en rublos parece ser el inicio de las medidas que había anticipado en represalia por las sanciones. Se viene también una guerra de commodities que puede resultar asoladora, con algunos líderes, como Emmanuel Macron, avisando hoy que estamos a las puertas de “una crisis alimentaria sin precedentes”.

Hace ya un buen tiempo que llevamos dicho en esta tribuna que nos encontramos en la Segunda Guerra Fría. Como en la primera, vemos que las guerras se libran a través de interpósitos actores, no directamente entre las grandes potencias. En América Latina conocemos de sobra la variante: acá la Guerra Fría fue en realidad muy caliente. Lo mismo puede decirse de otras partes del mundo, como el África; y ni hablar del Asia, con Corea y Vietnam como los dos grandes conflictos de la Guerra Fría.

Ucrania será para los historiadores el primer gran conflicto de esta Segunda Guerra Fría, aunque no faltará quien esgrima que todo empezó en Siria.        

La diferencia no menor de esta segunda edición de la guerra fría es que encuentra a Rusia y a China más unidas que nunca. Por eso haber aislado y desconectado a Rusia de Occidente se vuelve más peligroso, y podría derivar en una crisis global como la que el mundo no ha visto jamás.

En este preciso instante, mientras Biden anuncia en Bruselas que Estados Unidos pedirá la expulsión de Rusia del G20, el gobierno chino advierte que respaldará la permanencia de Moscú en el selecto club, y que los demás países miembros no pueden expulsarla. A medida que se recrudecen las tensiones y se multiplican los señalamientos cruzados, parece más claro que China ya ha tomado la decisión de crear su propio sistema económico-financiero con sus aliados para enfrentar al dominado por Estados Unidos.

Y aunque a primera vista parece tarea imposible, los aliados que Beijing está en condiciones de traer al ruedo no son pocos. Al fin y al cabo, el llamado desacople de Rusia del mundo lo es en realidad de Europa Occidental, Japón, Estados Unidos, Australia y Canadá. Del Sur Global no se ha desacoplado; para no hablar de China, cuyo peso en regiones desde el Asia hasta América Latina está a la par del de Estados Unidos.

Se trata de un factor que en estos días se ha revelado de un modo bastante diciente con las posiciones que han adoptado India y Arabia Saudita respecto de Ucrania. El reino saudí incluso se ha negado a bombear más petróleo, a pesar de los ruegos de Washington. Paradoja histórica: Estados Unidos apoyó durante 70 años a una monarquía impresentable como la saudí con la idea de que en tiempos difíciles esta podría salir en su auxilio, llega ese momento y Riad le niega el pedido.

Así, lo más probable es que si los demás miembros del G20 que responden a Washington le hacen el boicot a Moscú, a la próxima cumbre en Bali solo vayan China, Rusia, India, Arabia Saudita e Indonesia –al que como anfitrión no le queda otra– y, acaso, ¿Brasil y Argentina?      
Es posible. Pero ahora que menciono a estos dos, en la próxima entrega, analizaré lo que todo esto implica para Uruguay y cuál, a mi entender, debe ser su lugar y posicionamiento en esta Segunda Guerra Fría en la que nos jugamos mucho.

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